Opinión

Sapiens

Lee la columna de Raúl Villavicencio

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Por Raúl Villavicencio

A los ojos de esos seres el sujeto era de por sí un error en los cálculos, el último vestigio de lo que alguna vez fue la especie humana; tan imperfecto, terrenal, fraudulento y traicionero que hacía sentir curiosidad y a la vez vergüenza que de ahí nacieran las mentes más elevadas del sistema no solar.

Aquellos seres imbuidos con inteligencia artificial observaban, estupefactos que, tras cientos de años de evolución, aún quedaran rezagos del homo sapiens, tal como se recordara en los libros de historia y anatomía. Aquel sujeto era similar a ellos, se veía como ellos, hablaba como ellos, pero su actitud se fue tornando sospechosa con el pasar de los lustros. No se comportaba como la mayoría, no seguía las reglas como la mayoría, no iba en la misma línea que todos. Algo andaba mal.

Rodeándolo en una gran habitación blanca, aquella especie realizaba conjeturas abiertas sobre el posible origen del defecto y, sobre todo, cómo así llegó a gestarse ese pequeño ser humano. Todos cavilaban sin hallar una explicación plausible y más importante aún: científica. El diminuto ser se encontraba interrogado sin cesar durante varios días, examinado al milímetro.

Apodado como ‘Adán’ por la congregación científica, el sujeto se sentía culpable e inocente al mismo tiempo. Por un lado, porque se reprochaba a sí mismo de no pertenecer al conjunto, de no conseguir el promedio intelectual de ellos; pero desde la otra vereda, él se sentía limpio de cualquier responsabilidad, él había nacido así, no fue por obra ni capricho de terceros. Adán tenía la capacidad de amar.

Cabe mencionar que la inteligencia artificial que poseían esos nuevos seres veía como un defecto esa cualidad tan humana, pues consideraban que ello podía conllevar directa o indirectamente a disputas o comportamientos no adecuados para lo que ellos ya estaban tan acostumbrados, o sea, un mundo regido explícitamente por directrices que se tenían que cumplir sin mayores dilaciones. Los registros de historia ya les hacían recordar que por culpa de ese sentimiento se generaron incontables enfrentamientos, magnicidios o rivalidades eternas entre clanes.

Adán, sin lograr entender todo eso, fue retenido y tratado como una pieza de exhibición, encerrado en una fría prisión para que no esparza a los demás aquel sentimiento tan inservible y temido: el amor.

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