Por Fernando Casanova Garcés
El tradicional parque Santa Ana ubicado en la ciudad de Piura ha sido víctima de una «renovación» que luce ahora como un bombardeo a cargo del mismísimo alcalde Gabriel Madrid y su pandilla de constructores para todo uso que lo acompañan en cuanto cargo asume. Desde hace semanas, los ciudadanos de Piura son dolientes testigos de cómo un hermoso oasis verde donde vivían y descansaban pacazos, ardillas y más de 40 especies de aves, amaneció convertido en un campo de batalla por la lucha entre la naturaleza y la maquinaria impuesta por el despótico funcionario edil ¡Oh, ¡qué hermoso ver crecer el cemento donde antes fluían risueños los arroyos!
El alcalde Madrid, con su habitual destreza para eludir la razón, ha justificado esta atrocidad urbanística como un «progreso» necesario para la ciudad de Grau. Su mediocridad concibe el desarrollo poniendo fierro y ladrillo sobre la hierba. Sin embargo, las sospechas de su desmedido interés en tamaña devastación recaen sobre la extraña relación entre el consorcio constructor y el mismísimo alcalde, la cual podría estar ocultando un matrimonio mal venido entre la codicia y el poder político. ¿Para qué necesitamos parques cuando podemos tener bosques de edificios y enjambres vehiculares?
No podemos obviar el sarcasmo con el que el alcalde ha tratado a los ciudadanos, prometiéndoles un futuro más verde mientras arranca de cuajo los árboles y destroza los espacios de recreación. ¡Vaya promesa! Quizás debamos cambiar el lema de la ciudad del «Eterno calor» al «Eterno dolor». Los defensores del medio ambiente han alzado sus voces, pero parecen ser solo ecos en el desierto de la indiferencia política. ¿Qué importa una ardilla muerta frente a las verdes comisiones? ¿Quién piensa en oxígeno cuando se puede respirar dinero?
Así, el mítico parque Santa Ana se convierte en el reciente sacrificio en el altar del progreso a cualquier precio. El alcalde Madrid, de terno y discurso destructivo, parece estar dispuesto a demoler todo a su paso en nombre de un Ecocidio disfrazado de modernidad. Mientras tanto, los piuranos observan impotentes cómo su ciudad se transforma en un laberinto de hormigón y acero, obligándonos a la indignidad de recoger y enterrar los cuerpos de la flora y fauna asesinada. ¿Qué será lo próximo? ¿El río Piura convertido en una autopista? ¿Las montañas de Ayabaca y Huancabamba niveladas para dar paso a más “crecimiento”?
En el colmo de esta afrenta a los vecinos, el alcalde anunció por redes que el proyecto contará con un patio de comidas y se cobrará la entrada para ver un show de aguas en una zona que sufre de constantes cortes. Resulta insólito que este alcalde no pueda arreglar las pistas afuera del municipio, pero la maquinaria de sus valedores masacre el parque en tan solo un día. El tiempo dictará el destino que le aguarda a Gabriel Madrid, pero una cosa es segura: su legado se recordará como un capítulo muy oscuro en la historia de la región, signado por la ruina de su patrimonio cultural y el desangre de sus reservas naturales en aras del lucro y un rasgo muy propio de la política peruana: la pendejada.