Lo que parecía iba ser una marcha pacífica, apenas una crónica pintoresca de manifestantes alegres y con ganas de hacerse oír, terminó en una represión feroz comparable a los oscuros noventas de Fujimori, una sombra militarista, neo pinochetista se cernió de nuevo en las calles y se posó como gallinazo del mal en la plaza del libertador.
La marcha salió de la plaza San Martín, eran alrededor de 4 mil personas. Había miembros del Frente Amplio, muchos del Fudepp (MOVADEF), gente de Alfa y omega. Los anarcos con su look enmascarado hardcore se pusieron delante de la marcha, pero igual no seguían a nadie. Todo tranquilo. Arengas, proclamas, volanteadas.
En un momento cuando dábamos una vuelta con dirección al Congreso de la República, una voz de mujer gritó “a la plaza Dos de Mayo” y como borregos una gran parte de los manifestantes volteó de manera autómata en dirección contraria a donde íbamos. Muchos otros se quedaron plantados, confundidos por no saber a dónde ir. Ahí se vio una vez más la desorganización y la falta de dirección del movimiento, que podía coincidir en su propósito pero no en cómo llegar a él.
Se perdió un buen rato, pero la marcha no se partió. Fuimos a Dos de Mayo y de ahí se bajó por Afonso Ugarte. A la altura de la Casa del Pueblo la policía abrió fuego de perdigón y gas lacrimógeno. La marcha se abrió y comenzó a replegarse por Quilca. Una parte de la marcha se dispersó. En el camino 4 a 5 patrullas de la policía nos cerraban la retaguardia y apresuraban nuestro paso.
Foto: Gabriel Zamalloa
A la altura en que llegábamos a la avenida Abancay, cerca del Parque Universitario comenzaron a disparar gas lacrimógeno a la retaguardia de la marcha. En pocos minutos nos hicieron sanguche cuando de la nada apareció atravesando a los protestantes una docena de policías motorizados que se iban a cien sobre los manifestantes, sin importarles que podrían haberse llevado a alguno por delante, o incluso matado por la velocidad en que iban y se metían contra los protestantes. Arrinconaron a un grupo, golpearon a todo al que pudieron, mientras los peatones ajenos a la marcha les increpaban desde la distancia “no son choros” o “ve a buscar rateros”.
La gente no dejaba de grabar ni tomar fotos, la policía aminoró su violencia animal al verse en evidencia. Un policía viejo agarró una bandera roja y cual gesto de arresto la metió en el asiento de atrás de la patrulla. Había detenido a una bandera.
La policía cerró el camino a los rezagados. Tuvimos de meternos por jirón de La Unión para volver a la Plaza San Martín, el Congreso ya fue. En el camino vimos a la caballería montada, una veintena dirigirse hacia la plaza por Abancay, y cerca de 30 motorizados ir en el mismo camino. Nos apresuramos, corrimos por La Unión y llegamos justo a tiempo cuando las cosas comenzaron de verdad.
Una vez más a los manifestantes no les dieron tregua, los sacaron de la plaza. Pilar, nuestra cámara de video y coordinadora de Mirada Crítica gritó en un arranque de indignación a los policías que cual hormigas negras infestaban toda la plaza: “detienen alguien que protesta en la plaza de la Libertad”. Nada más cierto ni nada más absurdo que lo de anoche.
Foto; Gabriel Zamalloa.
El grado de violencia que había ido escalando de pequeñas dosis de gas lacrimógeno, en solo un par de minutos estalló en abierta barbarie cuando la policía hacia las nueve de la noche en punto comenzó a abrir fuego contra los últimos manifestantes que se resistían a callarse.
Disparaban sus perdigones con unas ganas que los exhibía en todo sus sadismo inmisericorde. No contentos con reprimir a los últimos manifestantes, detenerlos (a una chica de la plaza san Martín la jaloneaban la policía de un lado a otro, mientras a un señor de veinte años 30 policías lo rodeaban para llevárselo a la patrulla y la caballería montada entraba con sus pezuñas relucientes golpeando a todo peatón que se le cruzara.
Yo casi fui atropellado por uno, la policía se metió con los fotógrafos independientes. Los rodeaban y golpeaban no solo cuando se acercaban mucho a tomar foto, sino también a distancia.
A nuestro camarógrafo Gabriel Zamalloa la policía le disparó perdigones a quemarropa. Habíamos tocado el cenit de la violencia ¡Y SOLO ESTABA FOTOGRAFIANDO! (uno de los que disparaba perdigones estaba vestido de paisano, solo se discernía ser de la policía por tener puesto un chaleco antibalas de la DIROES). En ningún momento dejamos de informar, ni de ser objetivos en la cobertura.
Nuestro fotógrafo Gabriel Zamalloa mostrando las heridas que le dejó los perdigones disparados por la policía.
Ningún fotógrafo que vimos esa noche dejó de cubrir objetivamente su trabajo. La policía simplemente se zurró en el derecho constitucional a la información de los ciudadanos. Pero que podíamos esperar de un gobierno que ni respeta el derecho a la libre manifestación y reunión. Frente a la policía no había seguridad para nadie.
El resto de fotógrafos y prensa independiente no le quedó más que replegarnos mientras la caballería nos seguía amenazándonos con seguir atacándonos. No había lugar seguro ni credencial que te garantizara estar libre de sus disparos. A un fotógrafo la policía le apuntaba con un rifle de perdigón mientras este solo atinaba a levantar los brazos. No sé qué fue de él. Todos no retiramos entre heridos y magullados y con la indignación pegada a los huesos, no sabiendo ya si debiéramos informar o de frente también protestar.
La prensa establishment, los grandes medios no estuvieron una vez más presentes. ¿Hasta cuándo pretenden mirar a otro lado, silenciar lo que ocurre en las calles? La sangre no se quita fácil de la ropa ni tampoco de los ojos que lo ven. Se vienen peores días.