Opinión

Salman Rushdie y el salvaje Islam

“33 años después el profeta ha sido vengado” así celebraron los fanáticos la puñalada a Salman Rushdie en foros como 4chan.

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Los más inocentes se sorprendieron con la noticia. Los más sensatos solo atinaron a ver el titular de una noticia vieja que llegaba 33 años en diferido. Sin embargo, el atentado contra el escritor indo-británico es más que crónica de una muerte profetizada por Mahoma, es sobre todo el reflejo de algo más importante del que pocos hablan: la decadencia cultural del Islam.

Hace unos días la escritora inglesa, J.K. Rowling  declaró en Twitter su total condena sobre el atentado al escritor indo-británico. De inmediato ella también fue amenazada de muerte por fanáticos anónimos. Esto recuerda mucho que cuando la maldición del ayatola Jomeini, una especie de Papa Negro en el Islam, fue lanzada contra Rushdie en 1989, la primera reacción de la comunidad cultural europea fue dividida. Por un lado había quienes reprochaban a Rushdie el haber ofendido los sentimientos religiosos de millones de musulmanes para vender más libros, y los que si lo apoyaron en su ejercicio de libertad de expresión poco después cayeron en un silencio cómplice, sobre todo a partir de los atentados con cochebomba al editor italiano de Rushdie, la puñalada que le costó la vida a su traductor japonés,  y hasta un incendio en Turquía donde murieron 37 personas (esto por el rumor de que en un hotel de Stambul se encontraba un traductor de Los versos satánicos).

El polémico libro “Los versos satánicos”.

Todo esto dejó bien en claro a la poco valiente comunidad literaria internacional que era mejor no meterse entre los “buenos” musulmanes y el blasfemo escritor. Ahora podría volver a pasar lo mismo. Y lo cierto es que esto no acabará con Rushdie muerto, sino que solo empezará.

Es curioso que Rushdie que tuvo que vivir años escapando de la muerte pudo recuperar algo de su vida con los años, sobre todo a partir del retiro de la pena de muerte por parte de las autoridades iraníes herederas de Jomeini a mediados de la década de los 90. Incluso llegó a venir a una cumbre de escritores en Arequipa dónde conversó con Vargas Llosa, eso hace pocos años. Y de pronto ¡Zas! Una puñalada en el cuello.

Pero su caso, como él mismo señaló, no es el único. La masacre a la revista Charlie Hebdo por caricaturizar al profeta fue una conmoción de la cual no se aprendió nada. En EE.UU. se publicó una película crítica a la vida del profeta Mahoma la cual de inmediato recibió amenazas de muerte a sus creadores. Al final también fue retirada. Pero como diría Rushdie, eso es lo que ha podido vivir Occidente en carne propia, pero que es nada respecto a lo que tienen que vivir los musulmanes en países musulmanes. Porque las principales y mayoritarias víctimas del terrorismo islámico son los propios musulmanes. Países como Pakistán, Líbano, Siria, Irak, Libia y del África subsahariana son sacudidos por hordas de terroristas islámicos formados en las madrasas, escuelas coránicas integristas dónde se radicalizan desde muy niños a los terroristas del s. XXI. A diferencia de tradiciones más tolerantes y humanas del islam, en estas escuelas se ofrece una religión de odio y para el odio que ha dado por resultado a organizaciones criminales como Al Qaeda, Al nuzra, el ISIS, los talibanes entre muchos otros. Sus seguidores son adversos a cualquier manifestación cultural no islámica (recordemos la destrucción de las ruinas babilónicas y asirias en Irak por el ISIS, obras de arte de hace cuatro mil años destruidas por considerarse las idolatrías), así como una profunda misoginia (en África subsahariana son frecuentes los ataques a escuelas y el rapto de cientos de niñas para luego venderlas como esclavas) y un fanatismo que sorprende a los mismos musulmanes de sus tierras.

ISIS realizó asesinatos en vivo.

Estás minorías fanáticas a medida que los Estados modernos de los países de mayoría musulmana no han logrado asentar su estabilidad política en instituciones, ha venido cobrando fuerza como poder político, y entre el desorden y corrupción de sus autoridades ha devenido a ser una alternativa política en Estados fallidos como Libia, Irak o Afganistán. Ello sin embargo muestra una profunda crisis en el Islam, la cual no es el islam brillante de los tiempos del califato abasí que desarrolló la ciencia y propició la filosofía, sino la de un Islam fanático, pobre, arcaico y barbarizante que viene dominando el horizonte histórico de esos países.

El declive del Islam podría empezar en 1918, después de la muerte del Imperio Otomano, pero su agudización resultó de la descomposición de los partidos y gobiernos del socialismo árabe desde finales de los años 70. En esta panorámica el ascenso y triunfo de la revolución iraní con Jomeini dibujó un nuevo horizonte político, y fue el de la religión como punto central de la vida política. Esto en lugar de impulsar una revitalización del islam cómo fenómeno cultural solo ha significado un embrutecimiento de la religión, ya que una vez captado por el fanatismo eliminó a los elementos moderados y racionales dentro del islam, y dejo la mezquita llena de dementes, sanguinarios y chupacirios, quienes  por lo general carecen de formación o profundidad. El islam que vemos hoy es precisamente ese: un islam salvaje, que vive del terror y que empieza a morir como cultura.

Todo esto ya lo conocen bien y lo denuncian otros escritores musulmanes o árabes que frecuentemente tienen que hacerlo en otros idiomas o desde la seguridad de vivir lejos de sus países de origen, pero claro, siempre de manera velada y metafórica.

El libro de Rushdie de 1988, Los versos satánicos, toca de manera un poco más evidente estás críticas a su sociedad: en un burdel las prostitutas adoptan los nombres de las esposas del profeta Mahoma, un imán exiliado tiraniza a su pueblo en el curso de una revolución, y dos hombres caen desde su avión después de un atentado terrorista. Estos puntos en el libro de Rushdie nos muestran a ese primer pájaro negro que nos alertó del integrismo islámico. Mientras occidente miraba a otro lado, en oriente emergía una nueva fuerza destructiva que se concretó entre muchas formas a través de la condena a muerte para Rushdie.

Rushdie y su libro publicado en 1988.

Y fue el 14 de febrero de 1989 que el ayatola Jomeini emitió un edicto por el que se pedía la muerte del escritor anglo indio. Media docena de atentados después la condena se cumplió. Y todo por un libro que cuestiona los principios de la fe islámica.

Curiosamente muchos intelectuales árabes seculares cuestionan la actitud de sus pares occidentales respecto al islamismo integral. De hecho puedes burlarte de los católicos y de los judíos, pero no puedes burlarte del islam. Ahí ya se ve el problema de los liberales y progresistas respecto al humor y la tolerancia con el islam. Esto ya lo denunciaba Salman Rushdie. En el afán de perseguir toda forma de racismo, los fanáticos del progresismo en países como Reino Unido, USA o Suecia terminan apoyando a imanes o clérigos integristas en lugar de investigarlos y frenar su predica del odio. En su afán igualador de apoyar a las minorías discriminadas y su obsesión comprensiva de los estudios culturales, son estos círculos supremacistas morales en Occidente los que acaban siendo el mayor protector y auxiliar de los grupos radicales musulmanes, impidiendo así el desarrollo de un islam tolerante y más humano, pues este islam liberal es imposible cuando es atacado con amenazas y a veces con atentados por parte de un islam que se ha vuelto el único islam posible en el mundo: el islam por el que un cristiano o un budista vale la mitad que un buen musulmán, y en el que un mal musulmán es aquel que hace muchas preguntas.

Y a esto es a lo que lleva la tolerancia in extremis del progresismo liberal: a alimentar a los fanáticos con su empatía.

Ya Rushdie lo reclamaba, el derecho a hablar involucra el poder ofender. Ese es el riesgo, pero no vale una puñalada en el cuello.

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