Escribe Umberto Jara
El caso Sada Goray no es, exclusivamente, un caso penal. Lo que hemos visto en las pantallas es el reestreno de una obra que hace 202 años se exhibe en la cartelera del gran teatro peruano. Cambian los tiempos, los escenarios, los personajes, cambia el público pero el guion es el mismo.
Cuando el 28 de julio de 1821, José de San Martín proclamó la independencia del Perú, el Virrey La Serna se marchó al Cusco llevándose el Banco Central de Reserva que consistía en la máquina para imprimir el dinero. Entonces, la peruanidad empezó a ir de un lado a otro. Los pudientes de entonces —empresarios y rentistas— se olvidaron del prócer San Martín y volvieron al lado de los españoles. Otros, criollos emprendedores, apostaron por alejarse del yugo español pero no por patriotas sino para empezar sus propios negocios. Los libros de historia oficial ocultan que el Perú es, en esencia y desde su origen, un territorio de mercantilistas.
Aquí, desde hace dos siglos, no hay valores, no hay orden, no hay un Estado real, tampoco legisladores ni jueces que merezcan tal condición. Tampoco ciudadanos que exijan lo que corresponde exigir. Lo que existe es una maraña de intereses en juego donde cada quien busca sacar ventaja.
Pocos logran inmensos beneficios; otros una vida cómoda y la gran mayoría sobrevive, pero nadie, ni ricos ni pobres, quieren un orden y una convivencia basada en reglas esenciales. Los ricos podrían pero no quieren que se instale un país en serio. Creen, en su enciclopédica incultura, que las cosas se solucionan comprando presidentes, ministros, congresistas, jueces, fiscales, funcionarios y etc. etc. No entienden que si la chacra se cultivase bien podrían ser más ricos y podrían descubrir el inédito orgullo de decirle a los nietos: “Esto es lo que supimos construir”.
A su vez, los pobres creen que los sinvergüenzas que les prometen revoluciones van a cambiar las cosas cuando, en realidad, esos “combativos dirigentes izquierdistas” lo único que desean es vivir muy bien a costa de los pobres que ilusos gritan: “El pueblo unido jamás será vencido”. No se dan cuenta de que, en verdad, son vencidos, derrotados por sus propios vendedores de mentiras que, en los últimos años, al impulso del negocio de las ONGs, tienen, por ejemplo, casas en las playas de Asia. Compañeros, viva el rentable comunismo.
Sostengo, pues, que el Caso Sada Goray no es novedad. El país mercantilista produce hace 202 años personajes y episodios similares. La única diferencia es que antes el protagonismo correspondía a grandes empresarios que sabían mantenerse lejos de los reflectores o, en tiempos modernos, tuvieron a Vladimiro Montesinos que solucionaba los grandes negociados. Luego, con la llegada de Toledo se empezó a instalar una casta que “democratizó” el mercantilismo y la corrupción. Surgieron los mercantilistas cholos y los mercantilistas de izquierda (no siempre son lo mismo) y, en la informalidad peruana, todos se hicieron cómplices a cambio de intercambiar ventajas y lograr beneficios.
En suma, esa es la jungla en la que (mal) vivimos, el sálvese quien pueda porque la ley está pintada y la presidencia de la República es un disfraz que pueden usar un tal PPK, un tal Vizcarra o un tal Pedro Castillo. Qué más da.
Por eso, el caso Sada Goray es más que un caso penal, es un retrato del Perú. La señora se dio cuenta de que el mercantilismo consiste en reglas básicas: el mercado es un territorio en el cual debes tener tu parcela, tu feudo, tu chacra; debes defender tu parcela impidiendo que te molesten con leyes, con normas, con reglas; y debes utilizar al Gobierno para defender tu territorio.
Así funciona este país bicentenario con la única diferencia de que hace muchos años solamente la República Aristocrática podía imponer el mercantilismo pero ahora cualquiera puede repartirse este país, llámese Pedro Castillo y su banda o Sada Goray y su diseño creativo: en lugar de pagar constantes coimas para cada caso decidió “invertir” en sobornos y nombró directamente al ministro y a los funcionarios que necesitaba para sus negocios. Que ellos me den lo necesario, sea legal o ilegal.
¿Usted encuentra alguna diferencia entre algunos de los grandes empresarios mercantilistas peruanos y el esquema de Sada Goray? Es el mismo. La única diferencia es que el esquema mercantilista ya no es exclusividad de los grandes señorones, ahora lo usan una china poblana de Pataz, un oriundo de Tacabamba que se vuelve presidente y, muy feliz, la izquierda se suma al festín mercantilista. El vetusto lema marxista “Salvo el poder, todo es ilusión” ha variado y se ha uniformizado en uno que sirve a todos: “Salvo la riqueza, todo es ilusión”.
Cuando Pedro Castillo llegó al poder al día siguiente se supo nítidamente que había llegado para robar y para desmantelar el Estado, con el feroz agravante de utilizar personajes pro-senderistas. ¿Qué hicieron los grandes empresarios? ¿Organizaron y financiaron una gran campaña para retirarlo del poder con las armas de la ley y la democracia? ¿Exigieron a un gran sector de medios de comunicación que dejarán de apoyar a un delincuente encaramado en el poder? Nada de eso. Prefirieron conseguir sus operadores para acercarse a Castillo, a sus ministros y congresistas y mantener vigente el sello mercantilista: el país no me importa, importan mis arcas.
¿Qué hizo Sada Goray? Lo mismo pero arriesgándose más. Sobornó al presidente de la República que hablaba del “pueblo” y repartió coimas a congresistas para evitar su vacancia. A cambió pidió manejar las instituciones necesarias para su negocio: Ministerio de Vivienda, Bienes Nacionales, Registros Públicos y Sedapal. Que siga la fiesta bicentenaria.
¿Y el país? ¿Y los ciudadanos que día a día se esfuerzan y bregan arduamente? ¿Y las familias que cada día luchan por el pan en la mesa? ¿Y los que trabajan queriendo construir un futuro? Para los mercantilistas, no existen. Esa es la miseria que padecemos, que existan Sada Goray o apellidos “ilustres” que son lo mismo: mercantilistas.
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