A principios de los noventa en Lima a los chefs los llamaban cocineros y a los diseñadores de moda como Rosario los llamaban sastres o costureras. Las nuevas formas culturales en los oficios que irrumpían tuvieron que abrirse paso entre crisis económicas, apagones, coches bombas y una galopante migración de talento hacia afuera. El caso de Rosario es un viaje a la inversa.
Su historia se podría decir empezó como un juego. Durante la secundaria con la seguridad de la intuición le entregó a una amiga de colegio una tarjeta asegurándole qué sería diseñadora. Muchos años después entre vestidores, flashes de fotógrafos y modelos de piernas kilómetricas esta misma amiga le devolvería esa tarjeta con una sonrisa de sueño cumplido. A veces los sueños más salvajes se hacen realidad.
A los seis años Rosario se paseaba por el taller industrial de su familia. Había solo ropa de empresa: trajes de operarios y obreros. Y ella tomaba retazos y confeccionaba con estos la ropa de sus Barbies. En una familia de 6 hermanos, a las 3 mujeres las vestían igual, y ella no lo toleraba. A los 14 años comenzó su independencia a través de la ropa.
Era la época del gobierno militar, gris plomo, Rosario era una colegiala y mandaba sus zapatos a forrar con telas de raso de color anaranjado, amarillo o fucsia. Tenía 16 años. «En el colegio usábamos todas uniformes, todos iguales y no me gustaba. Entonces cuando estaba en 5° de media empezó. Como un juego. Mi hermana estaba por casarse y la acompañé a la boutique de Ana María Rivera. Cuando la ví dibujar el diseño del vestido supe: eso es lo que quiero hacer».Con la vocación ardiendo en su corazón, Rosario fue a la dirección a proponer un proyecto. «Había hablado con la diseñadora para que me prestará su ropa y con la directora de mi colegio para organizar un desfile de modas con todo el 5° año. Fue mi primer desfile. Los papás estaban encantados filmando a sus hijas. Puse hasta un tabladillo como pasarela. No sé cómo lo hice. Todas desfilaron».
Al acabar la escuela tocaba profesionalizarse, pero en Lima no había academia de diseño de moda. «Me metí a la Toulouse Lautrec a estudiar diseño publicitario esperando que abrieran la carrera de diseño de modas, pero abrieron diseño de modas 10 años después cuando yo fui la profesora. Fue ahí que conocí a Jack Abuggatas, mi intimo amigo, diseñador de modas. Con él empezamos».
Rosario juntó sus ahorros y se fue a estudiar a Florencia. Fueron años de trabajo y de conocerse. Apenas tuvo la oportunidad, contra todo pronóstico, regresó.
Empezar una carrera nueva en la Lima de la época del terrorismo no solo era romántico sino hasta suicida. Con una vocación de artista, Rosario apostó por hacer carrera en Perú y no en Milán. Entonces en esa Lima de apagones no había desfiles de diseñadores, solo de boutique. «Solo eran desfiles de tiendas, de ropa importada, no eran de autor. Además los desfiles no te daban plata, más bien gastas como bestia. Ganas publicidad, pero no se ve el dinero y mi mamá me decía ¿Por qué haces desfiles? Y yo le respondía, porque me gusta. Y me divertía».
El Desfile es un show pero también algo más. Como una inauguración de temporada de teatro o la inauguración de una muestra de pintura. Es algo vivo paseando en una pasarela. «Es la exposición de tus prendas, de tu trabajo. Se ve diferente colgado en un gancho que desfilando. Ahí ves el movimiento de la tela, la caída, el trabajo. Tú no ves solo a una modelo caminar. Ves la máxima expresión de un diseñador. Mientras marcas una tendencia».
Su primer desfile en el extranjero fue en Panamá a mediados de los 90. Pero su primer desfile profesional, aquí en Perú, fue en Portamoda 92-93. «Cuando hice mi primer desfile me realicé. En esa época comencé con mis amigos que eran ocho. Hacíamos desfiles todas las semanas. Antes no había nada. Éramos los primeros diseñadores. Luego nos llamó Universal textil para trabajar y con sus telas de uniforme hacía ropa súper glamorosas». Rosario le dio un nuevo uso a las telas de Universal textil que eran solo de secretarias y ternos. Un uso de cóctel innovador, una referencia actualizada a vestidos de tela antigua.
«Entonces todos éramos soñadores y a esa edad no sabíamos en que nos estábamos metiendo. Era soltera, no tenía hijos y acababa de terminar un noviazgo y estaba con mis amigos diseñando, empezando todos juntos con la ilusión de hacer desfiles».
Jack, Rosario y los demás vivían por casualidad muy cerca unos de otros. Como una comuna de artistas de los años 20, una comunidad de diseñadores. «Todos los fines de semana salíamos en revistas». Consciente o inconscientemente está generación X de alta costura abría el camino en Perú al diseño de moda como profesión. Rosario diseñaba para obras de teatro histórico, o vestidos de noche para las personalidades de la televisión, además de vestir a las miss Perú. Entre sus mujeres de portada de revista estaban Gisela Valcárcel, Jessica Tapia, Viviana Rivasplata, Gianella Neyra, Roxana Canedo, Mónica Delta, María Pía Coppelo, Chantal Toledo, etc. Sin embargo, sus modelos son sus favoritas. «Tu musa, tu modelo, es tu maniquí favorito».
A lo largo de los años 90 aparecían sus diseños en las portadas de revistas de moda, muchas de las cuales ya no existen, pero que forman el acerbo cultural de un mundo emergente. Revistas como Maniquí y Linda, o Gente, Modas, Estilos, Ok shopping, Pasarela, Caras, Para ti, Bodas, Luna, Cibeles, Cásate y punto, Privée, Punto y plano, y un largo etcétera editorial imposible sin está primera camada de diseñadores de moda. «Ver tu ropa en portada es increíble«, comenta emocionada.
También fue responsable del primer desfile de modas con toples incluido, allá por 1993. Se imaginarán las reacciones del público al ver a la modelo.
México, Miami, Houston… París. «París fue top. Fuimos invitados por PromPerú entre comillas, cada uno pagaba sus gastos. Allí estuve en una feria, gané un premio. Pero fue tan caro ir a París, tan caro hacer la colección de alpaca que hizo que no pudiera volver. Hay que invertir mucho para presentarte en París en las ferias, hay que contar con una bolsa importante de dinero. Para que te compren necesitas mínimo presentarte en cuatro ferias seguidas en un año para que la gente te ubique y empiece a comprarte. Si no eres conocida no te compran», señala.
Pero no todo está exento de problemas. Después de diseñar una colección de vestidos al estilo del s. XVIII, es decir la élite de la élite de la alta costura, y enviarla para una exposición a Ecuador, está colección se perdió, no dando respuesta los responsables hasta hoy de que fue de esas piezas. Solo una pieza que no viajó sobrevive hasta ahora. «Fue un trabajo de dos meses para esa colección, simplemente no tienen precio». Con un estoicismo Rosario explica los sinsabores de una diseñadora, como la vez en que alguien tomo una idea suya para un evento y la patentó sin su permiso. «Esta persona hizo un evento sola y no volvió a hacer más. Por gusto». Para ella queda claro no hay tiempo para nostalgias o amarguras. El trabajo continúa y en su atelier le espera su equipo de trabajo en la confección de un nuevo vestido, todo de hilo y tejido a crochet, o la organización de eventos junto a su hermana Toty, con la que viene reactivando el sector de la moda. Su trabajo es escrupuloso, amolda la moda al cuerpo de la mujer, complementado con un profundo estudio de la teoría del color y la estética. Además de asesorar a directivas en su vestir para eventos oficiales o corporativos. Entre asesoradas figuran más de una primera dama.
Para alguien inexperto en la materia como yo, el tema de la moda podría percibirse como frívolo, pero es más significativo de lo que parece, es más bien un indicador de la economía. Como explica Rosario, que además es una experta en historia de la moda: «La ropa se viste según la época. Poca tela, poca plata. Los años 40 fue la peor época de la moda, estaba la guerra y el racionamiento. La moda era más militar. La ropa tenía que ser práctica».
Pero, si los tiempos cambian ¿Qué hace a una ropa atemporal? Si es difícil mantenerse en la tendencia ¿Cómo se hace? Los vestidos de Rosario son precisamente eso, sean de sus diseños de 1993, 2000, o de la actualidad, hay algo que se mantiene, que roza lo permanente. Al hojear portadas de revistas de moda de casi 30 años de historia, noto que su ropa no envejece. Uno de sus detalles son los bordados, un toque barroco en un vestido de un solo tono, normalmente una puesta minimalista. «Me encanta que mis vestidos sean como esculturas. Me encanta hacer felices a la gente«. Hay algo más que pasa con la ropa, no solo nos cubre, también nos moldea la actitud, según que ropa sea, nuestra postura no será la misma. Y ese moldear el cuerpo impacta en el comportamiento y confianza de las personas, como el agua que se amolda al recipiente, si se echa a un jarrón, el agua tendrá forma de jarrón, si se vierte en una botella tendrá forma de botella. Nosotros somos el agua adoptando una forma.
De su generación de diseñadores Rosario es la que continúa en la lucha, y que no ha parado hasta ahora. «Si te desapareces del mercado un año, ya nadie te recuerda».
Sin embargo la pandemia se tiró abajo toda la industria de la moda, o cuando menos la puso en coma. Recientemente Rosario empezó a reactivarla organizando ferias que reúnen a nuevos y antiguos diseñadores. Además enseña a los jóvenes emprendedores a conocer mejor el medio. Las ferias que organiza Rosario junto a profesionales del medio como Richard Dulanto mueven modelos, fotógrafos, prensa, maquilladores, peluqueros, asistentes de producción, en resumen todo un ecosistema económico que durante la pandemia desapareció. Las dos últimas ferias de Rosario organizadas en el malecón de Miraflores el año pasado, son una muestra para todos los amantes de la moda que, contra viento y marea, hay que sacar adelante la función.