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ROSA CHUMBE: UNA BUENA PELÍCULA PERUANA PARA CINES VACÍOS

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Rosa Chumbe es una caja de pandora, un universo sórdido de pobreza  que gira en torno a casi un único personaje, interpretado magistralmente por Liliana Trujillo, una mujer policía que sobrevive entre un callejón de un barrio suburbano y una comisaría de policías panzones que se regodean en su mediocridad y en la aparente corrupción.

Nada es gratuito y todo apunta a señalarnos un mundo de decadencia donde te pueden robar en una esquina o estar sujeto al vicio del trago o a la ludopatía. O en el peor de los casos, buscar en una procesión del Señor de los Milagros una salvación que es casi un (im)posible; y sobre todo, la presencia de un Big Brother grotesco o un rey momo chicha que te va señalando el camino a modo de chistes televisados y cuya interpretación recae esotéricamente en el gordo Casaretto.

La película se mueve sin problemas, una clásica línea aristotélica se va dando desde las primeras pisadas cansadas de la mujer policía hacia su hogar en un distrito periférico de la ciudad con veredas rotas y sin asfaltar y paredes cochambrosas donde vive con su hija  Sheyla (Cindy Díaz), la misma que, sin futuro, tiene que trabajar en la calle alquilando celulares para mantener a su pequeño hijo. Los diálogos son mínimos hasta pareciera que han sido abolidos adrede para dejar que la realidad misma hable por ellos o, mejor dicho, aúlle, chille, ladre y en muchos casos muerda al espectador.

El asunto se complica cuando Sheyla se embaraza y ante la negativa del supuesto padre, decide practicarse un aborto y para eso roba los ahorros a la madre policía. Ese punto de quiebre e inflexión hace que la película entre en un remolino donde no hay escapatoria ni siquiera en el licor, el tragamonedas o una eventual licencia y, más bien, el mundo pobre (“barroco pobre” han dicho algunos) conspira para que no haya un final feliz entre tricicleros, recicladores, buses destartalados, vendedores de baratijas, monitos organilleros, restaurantes de mala muerte, anticucheras, vendedores de turrones y gente desesperada por 20 céntimos o por comerse las sobras de un menú proleta.

El final, en un camino hacia el Gólgota limense de la avenida Tacna, en plena procesión del Señor de los Milagros de Pachacamilla, en un octubre donde no debería haber milagros, la mujer policía desesperada va en busca de la redención y la resurrección, huyendo o regresando a sí misma, tratando de limpiar su “pecado” o develarse en una criminal por casualidad o por dejadez. Y en otra vuelta de tuerca, la realidad vuelve a tomar posesión o protagonismo: mujeres cantoras, vianderas, creyentes ensotanados, cargadores, carretilleros y el humo denso de los inciensos y el palo santo que más que recordarnos a los sueños, nos llevan directamente a una pesadilla con poco Kafka y más las burlasveras de algún gobernante o muchos gobernantes que han hecho que el decorado le salga gratis a Rosa Chumbe.

Quizás haya algunos errores o faltas de precisión en esta película del joven cineasta Jonatan Relayze, pero, a pesar de todo, se levanta como una buena película peruana. Lástima que los cines no tengan la labor de educar y solo les interese llenar sus salas con lo que sea o puros enlatados, sexo a balazos y/o pirotecnia de Hollywood.

Pero hay que decirlo, Rosa Chumbe (que hasta ayer no tenía ni siquiera 7 mil espectadores), se merece que la dejen un mes en cartelera y deberíamos obligar a los estudiantes de colegio y universidades a que vean la película y no nos debería importar que algún dueño de cines pierda plata, con tal de que nadie pierda el sentido de la realidad y se (re)anime la crítica social en estos tiempos de miseria en que el opio del pueblo es la televisión y eso que llaman “séptimo arte”. Esto debería ser el trabajo del Ministro de Cultura, Salvador del Solar, en vez de solo decir en su twitter: “vayan a ver Rosa Chumbe”.

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