Escribe Christian Wiener
Tal vez muchos no sepan o no recuerden que Roman Polanski estuvo en Lima en 1980. Vino como parte de una gira para promover el estreno de su película “Tess” con Nastassja Kinski y, claro, fue un acontecimiento que un director de esa envergadura y fama visitará por esa época una capital tan lejana del resto del mundo.
Yo practicaba mis primeras críticas de cine en el “Diario de Marka” y asistí entusiasmado a la conferencia de prensa luego de la proyección de la película donde todos preguntaban sobre su obra fílmica y su interés en la narrativa británica del siglo XIX (su película era una adaptación de una novela victoriana de Tomas Hardy).
Solo un reportero, cronista de espectáculos y de chismes de farándula, se atrevió a preguntarle sobre las acusaciones de violación de una chica de trece años en Estados Unidos que se había producido tres años antes y que le impedía regresar a ese país bajo orden de arresto. La misma que fue sorteada por el polaco con sorna, pero sin aclarar nada. Demás está decir que esta pregunta fue mal vista y comentada como de mal gusto e inoportuna después en el almuerzo de gala al director en el todavía clásico Hotel Bolívar, en especial por los críticos de cine y otros sectores de la cultura allí presentes.
Estábamos muchos años antes del #MeToo y que gracias a la militancia feminista se comenzará a conocer el lado obscuro de honorables figuras de la cinematografía mundial. El caso Polanski era visto entonces como un “incidente”, restándole credibilidad al testimonio de la víctima y relativizando el hecho como expresión de la moralina de la sociedad norteamericana, que no se escandaliza igual frente a los niños negros y latinos muertos por el crack. La crítica de cine era una práctica casi exclusivamente varonil y las realizadoras que se podían conocer en nuestro país eran contadas y no recibían mayor prensa.
Agreguemos que tal vez por la exacerbación de la política de autor, los directores eran vistos a veces como figuras del Olimpo, donde su obra no se mezclaba con los avatares mundanos de la vida privada. Gran parte de eso se encuentra hoy en cuestión, como lo reflejan las expresiones de la directora argentina Lucrecia Martel en el Festival de Venecia. Y tiene razón, no podemos separar al hombre de la obra, y caer en la monumental hipocresía y doble moral de condenar a los don nadie violadores y abusadores de menores, mientras miramos al costado cuando se trata de un artista famoso y prestigiado.
Hace un tiempo vi un documental sobre la detención de Polanski en Suiza el 2009, y todos los intentos para lograr la posible extradición a los Estados Unidos por el juicio pendiente, y la severa condena a su largo escape a la justicia. No se trata de una persecución feminista sino la aplicación del principio de todos son iguales ante la ley, que debiera ser universal, más aún si encima salen testimonios de otras mujeres en su contra. Lo que no significa condenar sus películas ni mucho menos censurarlas, lo que si equivaldría a una inquisición inaceptable y tenebrosa.
Hay una película del italiano Giuseppe Tornatore, “Una pura formalidad”, donde los espejos y la ironía saltan a la vista, ya que Polanski actúa como un Comisario de policía que trata de lograr la confesión de un escritor amnésico acusado de un asesinato, interpretado por Gerard Depardieu. De todas maneras, para los que tenemos en el recuerdo obras tan notables y oscuras como “Repulsión”, “El bebe de Rosemary”, “Chinatown”, “El inquilino”, “Tess”, “Lunas de hiel”, “La muerte y la doncella”, “El pianista” y “El escritor fantasma”; hay que reconocer que resulta difícil volver a sintonizarnos con las mismas como si nada hubiera pasado. Tal vez el tiempo y la distancia pueda poner las cosas en su lugar, para él, y para ellas.