Cultura

Rodolfo Ybarra en audiovisual: experiencia de ver Rodolfo Ybarra, cabeza de león

Lee la columna de Julio Barco.

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Noche lila de viento violentamente frío: Plaza San Martín, Hotel Bolívar, 7: 30 p.m. Adentro, al fondo del salón de recepciones, en la sala de presentaciones, de cuatro columnas griegas y una araña colgando con focos encabritados y con diseño de vidrio en forma de gotas donde reverbera la luz: una multitud escucha las últimas palabras del escritor. “Este también es una película sobre lo que pasó en el terremoto de Cañete”. Se apagan las luces y el proyecto arroja la primera escena. La cámara enfoca las zapatillas rockeras de un joven dentro de un estudio de grabación. Se mueve, enfoca el espacio, la batería, los enchufes, los cargadores: sentimiento de exploración, halo de rebeldía, respiración punk.  Luego desaparece. La siguiente imagen es la de un cerdo devorando basura con gozo en una tierra devastada. ¿Acaso es el mismo que aparece vestido de político en la portada del libro Secreto de estado? Y, frente a esta imagen, surge nuevamente Ybarra, con su clásica coleta leonina. Y, entonces, nos preguntamos, ¿qué significa ser escritor en el Perú? ¿Cuál es el papel que le toca a un artista en este país hermoso y cruel, devastado y esperanzador? El largometraje en cuestión se llama Rodolfo Ybarra, Cabeza de León, trabajo a dúo entre el ya conocido director de cine alternativo, César Castro Cobos y Marco Ramos Saettone.

     Durante más de una hora veremos una recopilación de imágenes caóticas que estructuran dos argumentos: la trama de ser escritor en el Perú, enfocado en la figura de Ybarra, y, por otro lado, el tema del terremoto en Cañete. Hay que agregar que este último punto tiene como primer registro las grabaciones que hizo el escritor después de terremoto del año 2007 que devastó el sur; este material sirve para ensartar un discurso que muestra la destrucción de las casas. Sin duda, cobra un interés literario el hecho de grabar la destrucción del hogar del poeta Enrique Verástegui, donde Ybarra encuentra un cuadro que, al parecer, era del abuelo del autor de Los extramuros del mundo. Este documento inédito (con situaciones que terminan siendo algo largas pero que sin duda dibujan bien el perfil de la devastación) se une a un carrusel de escenas donde el autor de Sinfonía del caos nos permite entrar, sin pudor y con sinceridad, en el caos de su vida de escritor. Se presentan imágenes del escritor en un colegio en plena explicación de la poética a un puñado de párvulos, o la escena de la entrevista que le hace el cantautor Piero Bustos. Si hay que pensar la literatura de Ybarra conviene saber que se inserta dentro de una cierta marginalidad: no busca asirse a los medios culturales típicos, defiende una libertad de pensamiento político entre izquierda o derecha (con evidente inclinación por la primera) y articula un discurso de literatura y acción social que lo une a las vertientes de la segunda mitad del siglo XX con Sartre y compañía. Esta acción lo aleja del gozo de los beneficios que lo establecido ofrece (viajes, becas, publicaciones) pero lo acerca a la libertad de poder escribir desde su propia trinchera. Los franceses de la segunda mitad del siglo XX enseñaron que el compromiso con la realidad social era vital a la hora de construir arte; a diferencia de los que siguieron la escuela del absurdo o del extremo pesimismo, se consideró posible una transformación desde lo literario: el pensamiento se desata y da lugar a la libertada mental. Hacer arte era ponerse al servicio de la causa de liberación social. En ese marco, podemos encontrar otros novelistas de nuestro país como Ciro Alegría o Arguedas; de alguna forma hermanados con el último y más vital Vallejo: el de Poemas Humanos. Así, la literatura de Ybarra se instaura en la época de los noventas, donde el conflicto interno daba sus últimos respiros y la sociedad peruana pasaba por una etapa de configuración neoliberal. Entre el caos, lo incierto y el radicalismo, ¿qué función tenía lo literario?

     Los noventas generaron una constelación de autores disidentes de todo tipo de aventura utópica; así, por ejemplo, el grupo Neón decide asumir la utopía última en la poesía antes que en la revolución armada. De todos los escritores de aquellos días, hay cúspides como Miguel Ildefonso, Pancorvo o Ybarra; y, claro, autores de gran calidad como Monserrat Álvarez, Willy Gómez o Carlos Oliva. Ya algunos críticos explicaron que esta generación es la reunión de todas las posibilidades; también es necesario que se diga que es el principio de fin de las utopías: un poco del último estertor de la vanguardia peruana iniciado en dos ejes: Colónida y Hora Zero. Sin embargo, los discursos de la escena rockera punk anarquista subte van a terminar dibujando la posibilidad de sentimientos utópicos. Grupos como Leuzemia, PTK, Morbo, Narcosis, Del Pueblo, Del Barrio, Los mojarras, van a ser parte de este movimiento contracultural. Este ecosistema de registros es el argumento de la notable novela Revolución Caliente[1]. Esta última novela es el nom plus ultra de una obra donde lo político y social se jugarán lo meramente literario. ¿En qué punto la literatura de Ybarra es un alegato social y una obra de arte? ¿Dónde termina el ideólogo de una revolución caliente desde la literatura y empieza el que construye una ficción con el lenguaje? ¿Quién es Ybarra? El largometraje explora esta situación colocando una galería de diferentes personas dando una idea de la pregunta planteada: la diversidad del enfoque permite ver los ángulos del poliedro. La segunda pregunta se resuelve consultando sus poemarios, libros como Ruptura de Heje nos demuestran que la crítica se fusiona con el rigor estético. Ybarra no escribe arte por el arte, ni busca un refinamiento; su postura es arañar de un zarpazo las dimensiones de lo Real.

     Teniendo en cuenta estos detalles no es difícil entender que la película sea un espejo de una realidad caótica. Caos que puede ser sinfónico, que puede situarse en el placer, en lo estético y en otras esferas, siempre desde el enfoque de lo no centralizado, de lo hegemónico. Bukowskiano, Ybarra es bukowskiano, me dice un colega; pero, desde mi óptica, se acerca más a Reynoso: literatura y compromiso, literatura y consecuencia social. Con más de 20 libros escritos a lo largo de más de veinte años de escritura corresponde aquí decir que este largometraje expone la consecuencia vital de una vida entregada al incendio literario. Las luces se encienden en la sala de presentaciones del Hotel Bolívar y una ola de aplausos principia. ¿Cuál es el triunfo de un escritor? ¿Cuál es la verdad de lo literario? ¿Dónde yace la autenticidad? Preguntas que oscilan en el aire, mientras empieza la tanda de preguntas como colofón del evento. Ybarra, de origen vasco, declarado en guerra contra el “gamonalismo literario”, gnóstico y antifacista, abre con este documento audiovisual los telones de una vida entregada al delirio de escribir.  


[1] Novela que por su temática debe reflexionarse junto con Generación Cochebomba de Ruiz Roldán, Incendiar la ciudad de Julio Durán, Nuestros años salvajes de Carlos Torres Rotondo, Al final de la calle de Oscar Malca, Con el diablo adentro de Max Palacios, algunos cuentos de la primera etapa de Sergio Galarza, entre otros.

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