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Rocío Márquez: «El flamenco es la voz del pueblo»

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Texto: José An. Montero
Fotos: Sergio Rubio

Entrevistamos al cantaora onubense en plena gira de «Visto en el Jueves», un trabajo en que ha revisitado clásicos de José Menese, Concha Piquer, El Cabrero o Paco Ibañez. 

Si tienes suerte, un día te despiertas y estás en todos los medios de comunicación. Todos los periódicos y todos los telediarios hablan de ti. Estás en la cresta de la ola. La promoción se intensifica en apenas una semana en la que se han de atender a decenas de entrevistas, con preguntas tantas veces respondidas. Después, regresa el silencio. 

Rocío Márquez lanzó hace apenas seis meses su trabajo «Visto en el Jueves», una obra cada vez más grande que el paso del tiempo ha ido perfilando, dotando de perspectiva y del peso que le corresponde. Un trabajo que ha revisitado habitaciones mentales de la mano de clásicos olvidados y de poetas como Antonio Orihuela, aportando una nueva posición, más política y comprometida en los temas, pero también con el propio hacer del flamenco.

No ha pasado mucho tiempo, pero ya se puede hacer un pequeño balance de cómo ha funcionado este trabajo que necesita unas cuantas escuchas para asimilarse. Como todo lo bueno, no siempre es fácil. 

Ya se puede observar el impacto de «Visto en el jueves» con algo de perspectiva…

La verdad es que me encanta el momento en el que ustedes han elegido hacer la entrevista porque ya han pasado los días de promoción. Al final sí que es inevitable caer en ciertos automatismos. Ahora ya he vuelto un poco a mi vida y una entrevista vuelve a ser algo especial. Siempre hay veces que te preguntan cosas que te sorprenden y te cuestionan cosas que ni tú misma te cuestionas.

En esta gira te has resistido a cantar lo más conocido de tu repertorio centrándote en «Visto en el Jueves», ¿no es algo arriesgado?

Creo que cuando se ha estado en distintas ocasiones en un escenario, me parece un peligro que por ir a lo que funciona te quedes toda la vida haciendo lo mismo. Todos tenemos esa tentación, pero el reto de un artista es precisamente reinventarse y tener un compromiso con el arte. No repetirse es realmente es la única manera de permitirse una búsqueda artística real. 

¿Cómo llevas que te califiquen de «feminijondista»?

Yo estoy por apropiarme del término y tatuármelo. Siempre he llevado mejor la crítica negativa que la indiferencia.

En tus conciertos recitas algunos versos de Antonio Orihuela, ¿Cómo llegas a ese tipo de poesía?

Yo llego a él a través de Paco, el Niño de Elche, que me lo presentó en la calle Feria, que es donde se hace el mercadillo. Ahí es donde se hace el núcleo o la columna vertebral del disco entero. Este tema es la adaptación de dos poemas de Antonio. Fue curioso porque lo que estaba leyendo describía el momento que estaba viviendo y hubo una conexión inmediata. Y el mensaje que él propone, como todo lo que está en la línea de la poesía de la conciencia y de lo que él hace, cuestiona el sistema capitalista, el consumismo que se nos va de las manos. Me interesaba conectar eso con la reinterpretación, el reciclaje de las melodías, ir difuminando un poco la línea entre los cantes y las canciones porque, aunque con códigos diferentes, es exactamente el mismo. Me ayudó a reflexionar sobre todo eso y tratar devolver a la memoria colectiva esas emociones que nos habían regalado.

En este trabajo hemos descubierto una Rocío Márquez mucho más comprometida, mucho más política, ¿hay mucho mensaje en este trabajo?

Sí, fíjate que lo curioso de esto es que cuando echas la vista atrás te das cuenta que temas que se daban por resueltos es necesario ponerlos sobre la mesa porque vuelven a cuestionarse. Como todo, la historia es cíclica y hace falta hacer más evidentes ciertos temas que en otros momentos yo no había considerado así. En el tema «Empezaron los cuarenta» hay una parte maravillosa que dice «tan alabado y bendito se hizo el reparto de paz, tan alabado y bendito sin derecha y sin izquierda». Con el tema de Andalucía, que ha entrado un partido en el parlamento que cuestiona la autonomía con lo que ha costado y, tendemos otra vez a la centralización, a que todo el poder esté en el mismo sitio y, bueno, creo que son ideas que hay que reivindicar.

Cada vez el flamenco tiene más conexiones con el feminismo

En el flamenco es interesante que se visibilice. Yo tomé conciencia de esto hace algunos años cuando en un trabajo del doctorado la profesora nos mandó subrayar todas las críticas a artistas hombres y artistas mujeres. Subrayar los adjetivos y nosotras siempre éramos la sensualidad, la dulzura y todo esto, y los hombres siempre eran la fortaleza o el poder. Todavía hay mucho por hacer porque hay una falta de conciencia enorme y por eso insisto tanto.

¿El flamenco es capaz de adaptase a los tiempos y a los discursos?

Al final el flamenco es la voz de la gente, la expresión de un pueblo, por supuesto, lo que no tiene sentido es que se siga contando cosas que pasaron hace un siglo, que está muy bien, pero, también hay que contar lo que pasa ahora.

Si tengo que asociar el flamenco a la palabra pureza, lo que me sale es hablar de la autenticidad de cada uno. Cada uno tenemos una realidad distinta. Yo no puedo tener el mismo discurso que tenga un compañero con una vida y una manera de pensar mucho más tradicional. A mí lo que me parece absurdo es continuar con una reproducción simple de lo que pasó hace un siglo, paraliza más de lo que activa un arte.

¿Cómo es esa habitación donde guardas los tesoros «vistos en el Jueves»?

Esa habitación está siempre desordenada, pero dentro de mi desorden yo sé por dónde andan las cosas y creo que es en la única en la que no dejo entrar a mi sobrina. De hecho, yo no me considero una persona apegada las cosas materiales, pero este lugar es mi punto débil.

¿Te ha acompañado el espíritu de los intérpretes originales durante la gira?

Si te soy sincera, los tengo presentes y los siento cerca en el proceso de creación. Es verdad que una vez paso sus canciones por mi filtro y  me las llevo a mi terreno, también tomo distancia y desde ese momento, tienes que intentar que no te tire demasiado la personalidad del intérprete original para no caer en sus códigos.

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