El búho insomne / J. Rosas Ribeyro

ROBERTO BOLAÑO, MARIO SANTIAGO, EL INFRARREALISMO Y YO

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Bolaño en Chapultepec, fotografía tomada por José Rosas Ribeyro

1. Infrarrealismo. El infrarrealismo no tenía un ideario ni una estética, era una rebeldía antisistema, una oposición a las mafias literarias, la afirmación de una literatura perturbadora, quitasueño, inconforme, una apertura al mundo. La literatura como un fuego que quema al que la escribe y al que la lee, una literatura íntimamente ligada a la vida; una ruptura, una búsqueda. Más negación que afirmación. Es imposible decir cómo nació y cuándo exactamente. A finales de 1975 se reunieron en casa de Bruno Montané varios poetas jóvenes y de allí salieron unos manifiestos individuales que nadie más firmó aparte de sus propios autores: Mario Santiago y Roberto Bolaño. En ese momento yo no había llegado aún a México.

Pero el infrarrealismo en movimiento (y no como movimiento) nació unos meses más tarde, cuando yo ya había conocido a Roberto y Mario en la Casa del Lago, un centro cultural de la UNAM. Y nació en el café La Habana entre conversaciones interminables y larguísimas caminatas sin rumbo por las calles del DF. Así comenzamos a ponerle bombas de poesía a la república literaria de los licenciados, a los escritores que eran a la vez secretarios de algún secretario de gobernación o de otra cosa y a los cortesanos de todo pelaje. El infrarrealismo nunca fue un grupo organizado ni nada por el estilo. Lo integrábamos informalmente Roberto y Mario, Bruno Montané, los hermanos Méndez, José Peguero y Lupe Ochoa, Rubén Medina, Jorge Hernández (quien después pasó a llamarse “Piel Divina”) y yo. Eran los años del sexenio de Luis Echeverría, quien, en 1968, como secretario de gobernación, había sido responsable directo de la masacre de Tlatelolco. Y si bien ese hecho estaba aún muy vivo en las conciencias, entre los infrarrealistas casi nunca se discutía de política aunque había una tácita posición común de rechazo al PRI, el eterno partido gobernante y a todo lo que oliera a “nacionalismo revolucionario”.

Yo a veces conversaba sobre temas políticos con Roberto Bolaño porque él había tenido una experiencia concreta ligada a la caída del gobierno de la Unidad Popular en Chile y la sangrante y mortífera imposición de la dictadura de Pinochet, y yo había sido expulsado del Perú y enviado a México por la engañosa dictadura de Velasco Alvarado. Cuando discrepamos más Roberto y yo fue cuando ocurrió la expulsión de Octavio Paz a la cabeza de la revista Pluraly su reemplazo por unos escritorzuelos que se decían “izquierdistas”. Bolaño decidió conseguir un espacio en la nueva versión de la revista y así, a través de él y de su pluma, se publicaron allí algunos textos infrarrealistas, desgraciadamente al lado de un máximo de mediocridad creativa e intelectual. Yo nunca estuve de acuerdo con esta posición suya que me pareció muy oportunista.

2. Cómo conocí a Roberto Bolaño y Mario Santiago. A finales de 1975 los dos cabecillas infras animaban en la Casa del Lago unas lecturas semanales de poesía joven de Latinoamérica y otros lugares. En compañía de mi pareja de aquel entonces, la escultora Magarita Caballero, quien me había pasado el dato, asistí a un recital sobre poesía peruana. Y así fue como descubrí en una tarima, sentados detrás de una larga mesa, a dos jóvenes greñudos como yo que no paraban de fumar mientras leían con brío poemas de algunos amigos de Lima: Jorge Pimentel, José Watanabe, Tulio Mora, Manuel Morales, Elqui Burgos, Balo Sánchez León, Enrique Verástegui y algunos más. Ya para entonces mi sorpresa era mayúscula pero lo fue aún más cuando uno de los dos, no sé cuál, leyó un texto mío. Al final del recital, desde la sala, agradecí a los dos melenudos por haberme incluido en su selección. Ellos, por supuesto, preguntaron que quién era yo. Les dije mi nombre, ellos se presentaron como Roberto Bolaño y Mario Santiago, poetas infrarrealistas, y así, tras un fuerte abrazo, los tres nos hicimos amigos y yo pasé a ser infra.

La foto en grupo, también en Chapultepec, tomada por fotógrafo ambulante. Archivo José Rosas Ribeyro. Leyenda: de izquierda a derecha: Rubén Medina, Roberto Bolaño, J. Rosas Ribeyro, Margarita Caballero y Mario Santiago Papasquiaro.

3. Una amistad. Mi amistad con Roberto Bolaño está íntimamente ligada a mi amistad con Mario Santiago quien, en esa época, no había añadido aún Papasquiaro a su seudónimo literario. Ambos eran tipos que vivían solo para la literatura, la poesía como que la llevaba en el cuerpo, en la mente, en todas partes. Para ellos la literatura no tenía nada que ver con una profesión, no era una carrera sino una pasión irresistible, lo cual no es corriente en un país de escritores profesionales, cuya carrera es la literatura y viven de ella, buscando premios, becas, publicaciones. Y justamente en el tema de las publicaciones había una diferencia de fondo entre Roberto y Mario.

El mexicano, en esa época, no buscaba publicar ni nada de eso, él escribía en todas partes, todo el tiempo, y a menudo dejaba los poemas tirados u olvidados. Le prestabas un libro y si lograbas que te lo devolviera -cosa que ya era un milagro-, lo que recibías era un libro en el que en todas las partes en blanco de sus páginas él había escrito sus propios poemas. Esas no eran prácticas de Roberto Bolaño, quien tenía una relación con los libros más “normal”. En esos años mexicanos Roberto era aún un poeta inédito que leía muchísimo, hablaba hasta por los codos, no bebía alcohol, se alimentaba mal (nuca lo vi sino comiendo tortas y bebiendo enormes vasos de café con leche), andaba muy mal vestido pero vivía la literatura con una pasión casi delirante. Nada parecía interesarle más que la literatura y, sobre todo, que la poesía. Aunque en el paisaje literario mexicano de la época se situaba en una total marginalidad, yo creo que él ya tenía una fe total en el éxito que alcanzaría un día, más tarde o más temprano. Cuando publicó Reinventando el amor, una pequeña plaquette de poesía, ya sabía que empezaba con eso un largo y difícil camino que lo llevaría lejos.

La marginalidad de Roberto no era autodestructiva y nihilista como la de Mario Santiago. Era una etapa de afirmación juvenil en ruta hacia la construcción de una obra literaria. Decía antes yo que ambos vivían a fondo por la literatura y no de la literatura, lo cual no era mi propio caso pues yo tenía otras preocupaciones, políticas, laborales, etcétera. Mario vivíaesta pasión en una especie de suicidio permanente, se veía en él el demonio de la autodestrucción. Todavía no estaba autodestruyéndose con el alcohol, pero sí había en su manera de vivir la literatura una especie de marginalidad frente al mundo, una marginalidad autodestructiva. Roberto Bolaño, en cambio, aunque también vivía en estado de marginalidad frente al mundo, asumía de manera diferente esa marginalidad.

Para Roberto Bolaño la marginalidad era como un periodo necesario de alguien que sabe que el día de mañana su literatura va a terminar por imponerse. O sea que detrás del Roberto Bolaño marginal, rebelde y pobre había el tipo que sabía que iba a publicar, que iba a sacar sus libros, que iba a ser leído. No sé si él habrá pensado en esa época que iba a tener el éxito que ha tenido después, que empezó a tener justo cuando se murió, pero no me cabe duda alguna de que sí creía firmemente en el poder de su literatura. Roberto, había decidido no terminar siquiera los estudios secundarios para poder leer a su gusto y a sus anchas, sin obligaciones académicas, sin más dirección y disciplina que la que le dictaban sus propias ganas.

Y su única manera de existir en esa condiciones en el cerrado mundo de la literatura, sobre todo en un país como México, lleno de mafias literarias y de académicos egocéntricos, era jodiendo. Jodiendo y abriéndose camino a codazos. Y fue así como lo hizo. Pero, como decía antes, los objetivos últimos de Mario y Roberto no eran los mismos. Bolaño murió derrotado por una enfermedad que lo atacó durante mucho tiempo y a la que él hubiera querido vencer para seguir viviendo y escribiendo. Mario, en cambio, en cierta forma, se mató. Es verdad que lo atropelló un vehículo pero igual se hubiera muerto en otra circunstancia, porque desde muy joven jugaba con la muerte, se enfrentaba a ella armado solo con sus magníficos poemas. Unos poemas que se esforzaba en ignorar estúpidamente la gran mayoría de escritores, de poetas y de académicos mexicanos.
4. Leer a Bolaño. No creo que haya ninguna regla o manera preestablecida para abordar la obra de Bolaño, así que lo que voy a decir aquí es totalmente subjetivo y se basa sobre todo en mi propia experiencia como lector de quien fuera mi amigo. Debo decir que yo tuve el extremo privilegio de leerlo en cuanto publicó por primera vez, cuando en septiembre de 1976 salió, con olor a tinta aún, la plaquetteReinventar el amor, en cuya dedicación manuscrita se lee, entre otras cosas: “para mi hermano, mi camarada (…) mi bomboncito de arsénico”. Desde entonces me fui deslumbrando con libros como La literatura naziy un pequeño libro que es un derivado del anteriory una pequeña obra maestra: Estrella distante. Es buenísimo, una maravilla absoluta. Según yo, de lo mejor que escribió. Otro libro muy bueno es Nocturno de Chile y luego, evidentemente, Los detectives salvajes y 2666, que son obras maestras. Me gustan además los dos libros de cuentos: Llamadas telefónicas y Putas asesinas. Algo que me sorprende es que hay gente que dice que no pudo terminar de leer Los detectives salvajes, que les fue muy bien con la primera parte, pero que con la segunda ya no pueden. Yo me digo que quienes no han podido leer Los detectives salvajes de principio a fin no podrán nunca leer 2666 que es una obra muchísimo más compleja y, si se quiere, difícil.

Bolaño en una cantina de ciudad de México, foto tomado por José Rosas Ribeyro.

5. El valor de la obra de Bolaño. Para abordar este tema seriamente habría que escribir un ensayo, tener todos los libros en cuestión a la mano, estudiarlos a fondo, analizarlos. Yo no soy un académico ni pretendo serlo y los académicos muy a menudo me aburren. Tampoco soy crítico literario y cuando escribo artículos son más bien crónicas personales en las que, por supuesto, aparecen mis pasiones literarias. Entonces, cuando hablo de literatura suelo ser muy instintivo, absolutamente subjetivo. Así, pues, sobre la valoración de la obra de Bolaño yo no soy la persona más indicada, por lo que decía antes y porque fui su amigo. Sin embargo, así de pasada, puedo decir que para mí es crucial el hecho de que Bolaño tiene un lenguaje muy propio: yo no he leído otro narradordeLatinoamérica que narre como narra Bolaño.

Hay en él una mezcla de trabajo con el lenguaje y una frescura, cierta desfachatez, en su manera de narrar las cosas, una mezcla de osadía y, al mismo tiempo, de búsqueda de cierta perfección.Luego, me parece sumamente interesante el hecho de que haya tenido proyectos ambiciosos: empieza con las novelas pequeñas, luego pasa a una obra mayor que es Los detectives salvajes.Allí incluye algo que a mí me interesa particularmente: un falso diario. Tanto Bolaño como yo, somos lectores de diarios, un “género” que en el Perú casi no existe. Mucha gente ni siquiera sabe qué es un diario, nadie lee diarios y, menos aún, los escriben y publican. Una excepción es Ribeyro y otra (bueno, voy a hacer auto publicidad) soy yo, ya que tengo no sé cuántos volúmenes ya, todavía inéditos, de Los días ordinarios, mi diario. Bueno, decía que Bolaño incluye un falso diario en Los detectives salvajes y otras diversas maneras de narrar, algunas lo acercan a la poesía, otras al ensayo, otras a la novela policiaca.

En 2666 cada uno de los libros que constituyen la obra está narrado de manera diferente y desde un punto de vista muy distinto. En ese sentido, Roberto era muy creativo y construye sus propios libros recurriendo sin temor a todo lo que había leído, que era muchísimo. Bolaño no terminó siquiera la secundaria, dejó el colegio a los 14 o 15 años y se fue de Chile muy joven, con su familia. Poseía, pues, esa virtud que a menudo tienen los autodidactas: una formación indisciplinada, anárquica, muy libre, basada en el placer de la lectura y no en la obligación académica. Y por eso al escribir se tomaba la libertad de recurrir a todo, sin anteojeras ni prejuicios, con curiosidad y pasión, con admiración e ironía. Su literatura rompe con esa pasta académica que tiene la obra de muchos escritores latinoamericanos que, ellos mismos, son académicos.

En el Perú hay varios casos, pero no voy a mencionarlos. Escriben una literatura horrorosa. Lo contrario de, por ejemplo, Oswaldo Reynoso, para mí, y de lejos, el mejor narrador del Perú. Así, pues, Bolaño no tiene nada de académico y hace su literatura con desfachatez, utilizando todo lo que tiene a mano y todo aquello a que lo lleva su inmensa curiosidad literaria. Sus novelas son entonces completamente híbridas, hay en ellas todo tipo de narración, todo tipo de punto de vista, todo tipo de lenguaje.Y todo eso funciona muy bien junto, lo cual me parece sumamente interesante, apasionante.

6. El Norte/los personajes. La mayor parte de Los detectives salvajes no transcurre en Sonora sino en México DF. El viaje al Norte, hacia ese territorio desconocido, donde puede ocurrir cualquier cosa, formaba parte de un paisaje utópico vehiculado a través de imágenes de lo más diversas, muchas de ellas divulgadas o recreadas por el cine. 2666 corresponde a otra cosa: el paisaje utópico se ha convertido en la imagen terrenal del infierno, el Lugar del Mal, el lugar del horror absoluto. Pero hay que tomar en cuenta que Santa Teresa, la ciudad del norte inventada por Bolaño, no es Sonora ni Ciudad Juárez, es una ciudad literaria donde ocurren crímenes atroces.

En una reciente exposición de los archivos dejados por Bolaño, que he visitado en Barcelona, se puede ver una especie de plano ideado por él de la ciudad en la que ocurrirían los abominables crímenes que se describen en 2666, los cuales, como es normal, no podemos dejar de relacionar con los que ocurren de verdad en el norte de México.Que yo sepa Bolaño nunca viajó al norte de México. En verdad ese viaje que ocurre en Los detectives salvajes tiene como fuente de inspiración uno que sí realizaron Mario Santiago y Rubén Medina hacia el norte de México y los Estados Unidos. Bolaño reciclaba todo lo que ocurría a su alrededor y lo transformaba. Hechos realizados por otros pasaban a formar parte de su autobiografía literaria, Belano es Bolaño y mucho más, de la misma manera como Mario Santiago es Ulises Lima y mucho más.

Y lo mismo ocurre con los otros personajes: todos están alimentados por todos los demás, decir quién es quién en Los detectives salvajes, creo que no tiene razón de ser, pese a que en la exposición que mencionaba antes puede verse un documento manuscrito en el que Bolaño escribe que Mario Santiago es Ulises Lima, Bruno Montané es Felipe Müller, etcétera. Me parece que eso fue una guía de base para después entremezclar historias reales e inventadas y crear personajes de ficción. Todos los “detectives salvajes” somos todos y cada uno de los detectives salvajes.

Papasquiaro

7. Recuerdos. Muchos son los recuerdosde Roberto y de Mario en los años infras y posteriores. Muchos recuerdoscon los que quiero construir un libro que se llamará Un mundo al revés. Recuerdo, por ejemplo, con una sonrisa que se me dibuja en la boca, aquella vez en que una amiga muy querida, Dina García, se apareció por la Casa del Lago llevando unos patines en el bolso. Se los prestó a Roberto Bolaño y éste se puso a patinar dando vueltas como Chaplin en Tiempos modernos. Otro recuerdo: estamos en el café La Habana cuatro o cinco de los infrarrealistas cuando irrumpe en el local Darío Galicia. A través de movimientos femeninos muy violentos su cuerpo transmite indignación, la cual se impone aún más en el ambiente por sus gritos que hacen referencia al asesinato de Pasolini.

¿Quién es?, pregunto yo que no lo conozco. Y Roberto me responde al oído: uno de los más importantes poetas mexicanos. Y así podría seguir con los recuerdos: las visitas a Efraín Huerta en su casa, los encuentros cantineros con Jorge Sabines, las conversaciones amistosas con Miguel Donoso Pareja, las películas de Fassbinder en el auditorio del Instituto de Antropología e Historia, las irrupciones infrarrealistas en mi oficina para raptarme y llevarme a una cantina, las caminatas por Tepito, los bares del centro, los dancings de malamuerte con ficheras, los libros que uno le prestaba a Mario Santiago y que él devolvía repletos de versos suyos en cada espacio blanco… Pero tal vez el recuerdo más infrarrealista de todos sea el escándalo que se produjo cuando participamos en una fiesta en casa de Álvaro Uribe, un escritor niñito bien de papá y mamá, que había ganado un premio de cuento.

Como Bolaño había sido premiado en poesía lo habían invitado a la rumba, y llegó con nosotros, éramos unos cuatro, creo. Para beber donde Uribe sólo proponían refrescos, nada de alcohol, así que nos procuramos por nuestra cuenta algunas sustancias que embriagan. En un momento dado Marga, que era mi compañera en aquel tiempo, se puso a bailar de manera muy erótica con una alemana que era la novia del hijo del director de la Orquesta Sinfónica de México. Y eso para Uribe y sus iguales fue algo insoportable. Nos terminaron echando fuera y nos fuimos contentos mientras Mario gritaba: “¡chinguen a su madre pinches culeros!” y Roberto y yo nos moríamos de risa.

8. Roberto, Mario y mi vida. Puedo decir que hubo un antes y un después de mi experiencia en elinfrarrealismo. Y que de esa experiencia casi cotidiana con el furor de la poesía salí transformado. Mario Santiago y Roberto Bolaño fueron amigos entrañables y me hicieron volver a la literatura cuando yo andaba tal vez demasiado metido en la problemática política. Cuando dejé México y me vine a vivir a París no se rompieron los lazos. Al contrario, se mantuvieron incluso de manera a veces extraña. Recuerdo aquella vez en que no sé porqué razón yo regresaba a pie a casa bordeando el Sena y, de repente, como ocurría frecuentemente en México, me encontré con Mario y Roberto. Fue una enorme sorpresa, un azar nada fortuito.

Otras veces estuve con Mario en París cuando volvió de Israel medio alucinado y enfermo. Tenía las manos destrozadas por la sarna y nos la transmitió a varios. Lo volví a ver en México, en el café La Habana, como antaño, y sentí de nuevo la duplicidad de nuestra relación: él era demasiado radical en su existencia, iba siempre demasiado lejos y demasiado rápido y era casi imposible seguirlo. Yo me acomodaba más en el mundo aunque el mundo tal cual es nunca me ha gustado. Mario en cierta forma me reprochaba lo primero pero compartía conmigo el descontento ante la vida. A Roberto, la última vez que lo vi fue en París, cuando se editó su primer libro traducido al francés. Estuvimos conversando largo rato después de que nos saludáramos con un fuerte abrazo. Habían pasado los años pero la fraternidad seguía viva.

Lamentablemente, la conversación fue interrumpida a propósito por Carolina, la primera mujer de Bolaño, a la que no le gustaba, por un lado, que Roberto se encontrara con los amigos de la época mexicana y, por otro, que se separara de ella durante “demasiado” tiempo. Bueno pues, todo eso, toda esa experiencia vital y poética deja huellas, marcas que no se borran nunca.Y la persona que soy hoy y que escribe, piensa y siente no sería la misma si no hubiera vivido el tiempo del infrarrealismo, la complicidad infra,la rebeldía infra, la pasión infra, la urgencia poética infra y la amistad con dos seres excepcionales: Mario Santiago y Roberto Bolaño.

 

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA IMPRESA LIMA GRIS N° 6

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