En los años 40, Rita Hayworth fue la máxima diva de Hollywood y era tan bella que los periodistas de la época la apodaron como “la diosa del amor”. La también bailarina de origen español, el 26 de febrero de 1962, por primera vez pisó suelo peruano, tras haber enviudado de quien le hizo la vida un martirio, el productor James Hill.
La popular ‘Gilda’ llegó sola al aeropuerto de Limatambo, en una nave de la línea Varig; y ni bien puso un pie en los corredores del terminal aéreo, fue abordada por decenas de admiradores que no podían creer que su musa, estaba a escasos centímetros de ellos. Sin embargo, en el momento que los paparazis peruanos la rodearon para pedirle que pose ante el lente, ella se consternó tanto, que pidió auxilio. Era evidente, que —desde su perspectiva más introspetiva, y en su condición de diosa omnipotente, ella no podía juntarse con simples y comunes mortales— y en medio de su fastidio gritó para pedir auxilio: “¡Déjenme salir, necesito tomar aire, me voy a desmayar!”.
Una de las razones que explican su modo esquivo de tratar a la prensa peruana, se debe a que su llegada al país inca, no tenía ningún carácter oficial y mucho menos estuvo programada. “La diosa del amor” solo pasó por Lima, porque su destino final era Brasil para participar del tradicional Carnaval carioca; incluso, el propio alcalde de Río de Janeiro, sucumbió ante la diva y la invitó para que disfrute del desfile.
Rita Hayworth, cumpliría el próximo 17 de octubre, la edad de 106 años y sin duda, el “Alzheimer” fue su mayor enemigo, porque éste apareció a finales de la década de 1960 y principios de 1970 y desde ese momento, menoscabó su aspecto físico y mental, porque empezaron a aparecer los primeros síntomas de la enfermedad, a tal punto, que ya no podía memorizar los guiones.
Tras haberse casado cinco veces y haber recibido tormentos y maltratos, no solo de los maridos, sino de su propio padre, que desde niña la explotó y violó sexualmente; finalmente, el 14 de mayo de 1987, Rita Hayworth murió a los 68 años, producto de la enfermedad de Alzheimer, en su apartamento de Manhattan.
(Columna publicada en Diario UNO)