Sabido es que nuestro presidente viene salido de un gobierno corrupto. Llegó al poder por razones relacionadas a esta otra epidemia: corrupción, pues el gobierno de Kuczynski ya no daba más tregua. Su suerte estaba echada. Nunca imaginó ser presidente. Fue valiente al enfrentar a ese tétrico Congreso lleno de fantasmas, dinosaurios y carroñas que se habían aprovechado hasta el hartazgo de su investidura.
La jugada audaz de su Primer Ministro hizo pensar que podríamos tener esperanza, esa palabra que, en momentos como el que estamos viviendo, resulta tan vigente. Es cierto que todo gobierno tiene problemas, que tampoco es fácil manejar a un país con una educación decadente, sin independencia de poderes.
El virus que ha venido desde un lejano país nos ha hecho una especie de radiografía acerca de cómo está construida nuestra sociedad. Lo vulnerable que somos ante una amenaza. Nuestro egoísmo ha salido a relucir, nuestra viveza criolla. No solo de las personas de a pie; sino de la élite que nos gobierna. Cuando era niño, recuerdo a mi padre encendiendo el televisor para escuchar el mensaje a la Nación de cierto presidente; también, un virus de origen asiático. El 28 de julio, un hombre pequeño y menudo se instalaba en un podio para hablar de las certezas de su gestión, y hasta de la prosperidad de nuestro país. Después de escuchar aquellas peroratas (que, de seguro, aquel personaje no las escribía), veía en el rostro de mi padre ‒el rostro de la mayoría de peruanos adultos de ese entonces‒, amargura y frustración. Apagaba el televisor y luego me decía: No habló nada sobre educación.
La (Ex) Ministra de Vizcarra ha cometido un error enorme, imperdonable, un sacrilegio a la cultura, a la educación, a la buena práctica de la administración pública, que debe ser investigado y sancionado por las autoridades competentes. Pero, como dije más atrás, desgraciadamente, no tenemos independencia de poderes. Y, como dijo Lord Acton: «El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente».
En un canal de televisión, emitieron un reportaje sobre Richard Swing. Sale dando una conferencia. Que no tenga título o grado académico es perdonable; hasta aceptable, puesto que ha habido grandes pensadores, escritores con premios Nobel, sin haber pisado un aula universitaria; pero su erudición, su capacidad para interpretar las complejidades de su tiempo, los han hecho universales.
Lo que vemos en este señor es una chifladura, un embuste, alguien salido de los guetos del oportunismo, de la mano que a todas luces parece haberle dado Palacio de Gobierno. Ni siquiera tiene ideas o desarrolla argumentos válidos. Es un pobre hombre que, de lejos, se nota que no ha leído con agudeza, que no domina el tema, muestra flaquezas que da vergüenza ajena. Termina su conferencia cantando una canción de Juan Gabriel. Entonces, si necesitaba el Ministerio una persona para gestar ese trabajo: ¿En dónde están los académicos brillantes de las universidades San Marcos, La Católica y del interior del Perú? Bien pudo ser el doctor Miguel Ángel Huamán Villavicencio o Camilo Fernández Cozman o León Trahtemberg.
Por cierto, el primero tiene un canal de YouTube en donde expresa sus ideas y al que suscribirse no cuesta absolutamente ni un sol. ¿Cómo iba a recibir Richard Swing treinta mil soles por imitar al charro mexicano? Nuestro presidente, para los medios de comunicación y la mayor parte de la población, parecía el Mesías capaz de salvarnos de la peste corrupta que, a lo largo de nuestra historia, no nos ha permitido desarrollarnos con eficacia. Richard Swing, ¿es, acaso, el verdadero rostro del poder?