Opinión

Ricardo Terrones y la maestría en la pintura

Lee la columna de Rodolfo Ybarra

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La pintura peruana, salvo épocas de espasmo o crisis, siempre ha estado en auge. Así desde el origen más remoto pasando por Toquepala y Lauricocha hace 10,000 años o el taller de Zurbarán o las obras de Tilsa Tsuchiya (valorizadas hoy en 800,000 dólares), los protopintores y pintores peruanos nos han mostrado la realidad en sus diversas formas y en sus diferentes corrientes modernas. En este contexto cabe resaltar entre pocos, la punta de lanza actual, en pleno 2024 y sin temor a equivocarnos o exagerar: Ricardo Terrones.

Nacido en Chepén, la tierra de la recientemente desaparecida, poeta Julia Wong, y familia de agricultores; Terrones hubiera vivido una vida “normal” como estudiante de la carrera de Electrónica hasta que un día, según nos cuenta, fue a una exposición de arte y se dio cuenta que lo suyo eran los colores, las texturas y el ensueño que se enmarcaba en una realidad distinta.  Así es como opta por venir a Lima y estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes del Perú. Se convierte en un alumno aplicado y de la mano de maestros como Yoshi Tokuda, se da cuenta que tiene que pintar mirándose a sí mismo, mirando su identidad y no perdiendo de vista a su pueblo. Como Buda mirándose el ombligo para entender al mundo a través de su interior.

Y esta visión desde la pintura lo equipara y lo vincula a José María Arguedas quien quería ser universal, pero desde su pueblo, Andahuaylas, Lima, Chimbote, el norte, etc., que tuvo un punto de inflexión en el debate que este sostuvo con Julio Cortázar quien planteaba lo contrario: ser universal desde las periferias, desde Paris, etc. (Acordémonos de la carta de Cortázar al poeta y pintor Eduardo Jonquières, donde nos habla sobre Jackson Pollock).

Pero no nos alejemos de la plástica y el tema que nos ocupa. Ricardo Terrones Mayta ha paseado su obra por Alemania, Estados Unidos, México, España, Rumanía, Francia, Chile, Ecuador y Bolivia, entre otros países. “La experiencia europea fue maravillosa, nunca pensé viajar, lo digo honestamente y agradezco a Dios por la oportunidad, esa disposición de poder conocer galerías, museos han alimentado mi obra, ahora cuando yo voy a Europa o voy a otros países de Latinoamérica es algo maravilloso porque muestro algo genuino con una obra que tiene identidad y también mi esencia, es esencia peruana que echa raíces en un provinciano, pero a través de un discurso propio y una interpretación universal.”

Siempre llevando esa propuesta y conceptualización antropológica, sociológica y filosófica desde su obra. Lo interesante de este trabajador del arte es que no solo sus cuadros hablan por él. Es decir, a la suma de los colores, intervenciones o deslumbramientos en su pintura hay que agregar que Terrones desde su estro poético, se nos presenta como un teórico moderno o postmoderno llevando planteamientos más allá de la pintura misma y elevando la crítica a un nivel nom plus ultra.

En las conversas internas que hemos tenido en estos últimos meses, no queda títere sin cabeza. “Los artistas peruanos no se trazan metas porque están viviendo el momento”. Los mésters de la pintura peruana o, mejor dicho, el establishment de la pintura peruana se ve cuestionada en sus puntos álgidos. Algo que me parece se ha visto poco. Quizás por razones de formalidad o formas, pátinas, etc. Y ya sea desde la teoría (revisar su conferencia “Cultura, Innovación de Tecnología). o desde la práctica porque la pintura —su pintura— habla por sí misma.

Así, sus monstruos, esqueletos o criaturas agolpadas desde un vértice de sus cuadros nos dicen cosas. Sus personajes parecen salidos de un cuento de hadas sin hadas. Una teratología con poco parangón. Galaxias o universos contritos que entrechocan entre sí. Naturaleza muerta y viva con ríos que salen de sus cauces y nos llevan al terreno de la imaginación. Colores intraterrenos o extraterrenos y que se sazonan en su paleta o en su estudio de Chepén para un mundo real y concreto, un mundo competitivo donde es un error equivocarse, valga la figura literaria. O como decía el mismo Van Gogh: “Las pinturas tienen una vida propia que se deriva del alma del pintor”. Y quizás por eso gusta, por eso sorprende, su visión 24/7 de la plástica, todoterreno y que está captando la atención de la crítica especializada.

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