La independencia es una frágil corteza que cubre nuestra realidad y acompaña la libertad que por esencia le corresponde a todo ser humano. Toda independencia tiene una estructura de principios que definen los límites, más que territoriales, creativos e ideológicos, para la construcción de la identidad.
Ser independiente en el siglo XXI no significa marginalidad, muy por el contrario, es una odisea, un camino lleno de incertidumbres conducentes a la creación de institucionalidad privada o individual, y que también podríamos definir como libertad, en otros casos emprendimientos. En el pasado, son las añejas instituciones y los manuales de autor, los que colocaron hitos universales en nuestra creatividad, y dejaron expreso que la mejor manera de ser libres es realizando el esfuerzo para construir nuestras propias identidades.
La construcción de la identidad es una búsqueda permanente de la libertad, no se resuelve de manera inmediata, es una constante lucha contra las fuerzas internas y externas al individuo, y es quizás tan extensa que puede durar toda la vida.
Este preámbulo sobre la independencia, libertad e identidad, tienen la intención de ser un marco contextual sobre la obra de Ricardo Terrones, un artista peruano independiente, interlocutor del conocimiento artístico que emana de la libertad creativa auténtica de la segunda década de nuestro siglo XX, y que la pandemia por el coronavirus, más allá de las adversidades, no han menguado en lo más mínimo su voluntad creativa.
Hace una década, Ricardo Terrones, decidió emprender en el camino de la identidad artística, hurgando valorativamente entre las identidades y/o conceptos que nos proveyera la historia del arte peruano, y los paradigmas de una historia del arte universal alejada completamente de nuestra realidad. El resultado de esta decisión, en términos creativos, es que nada de lo construido por Terrones, a la fecha, constituye un acto azaroso; quizás podamos encontrar en sus primeras obras, referencias visuales y conceptuales de maestros bellasartinos, pero luego, la independencia y la búsqueda de la identidad propia le hizo entender su rol en la historia del arte peruano. Al principio, ser un nexo entre el conocimiento artístico y cultural de las tradiciones populares, y la tradición artística académica. Posteriormente, la resistencia a sumergirse en la inhóspita incertidumbre que parece haber atosigado al sistema artístico contemporáneo local.
La independencia ha permitido a Terrones ser dueño de su agenda, viajar por el mundo en búsqueda de alianzas que le permitan mostrar su obra, a través de la valoración de los diferentes momentos y entidades en su vida. Atrás quedaron los días de lienzos con arena y pictogramas que revelaban la naturaleza primitiva de su propuesta académica, hoy, la pintura acrílica le permita revelar junto al pincel y otras herramientas, recuerdos de niñez y adolescencia, espacios cargados de simbología, afectos, tránsitos, dilemas, y fuerzas materializadas en volumen; desdeñosas formas humanas y animales, gigantes, que solo pueden apreciarse en el mediano y gran formato.
Hoy, la pandemia no es obstáculo para la encomiable labor productiva de Ricardo Terrones, al contrario, le ha permitido aproximarse al dibujo, un recurso vital en el trabajo artístico, y toda una experiencia que renueva los principios de su identidad, pero no en el plano personal sino en lo plástico y creativo.
Pero, entre el trazo firme del carbón y la masa robusta del pincel, Terrones no pretende en ninguna circunstancia abandonar los beneficios que le provee su independencia, porque ello lo aproxima a su ciudad natal, Chepén, a su familia, sus amigos, juegos y sueños.
Ricardo Terrones nos ha propuesto mirar a través de sus lienzos el recuerdo escondido que evoca nuestras identidades, en cada pincelada se materializa una imagen similar a las nuestras, cuando niños, allá, en provincia, en el campo, o simplemente jugando. Son tiempos que no volverán, duros, pero felices, otros quizás no, pero propios. No importa si es con color o con la fuerza desgarradora del carbón que transita el lienzo, se trata de identidad, y luego de una década de duro esfuerzo con una disciplina férrea, bien valió la pena, porque es ahora cuando su obra se convierte en una de las propuestas artísticas visuales más sólidas y coherentes del arte peruano.