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RICARDO GONZÁLEZ VIGIL SOBRE «SANTIAGO EL MENOR»

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ESCRIBE RICARDO GONZÁLEZ VIGIL

Santiago el menor, novela publicada por la editorial Lanzallamas, del reconocido escritor peruano Miguel Arribasplata Cabanillas.

Estamos ante una novela alimentada por los recuerdos más profundos, los del corazón infantil al calor del hogar y el terruño, que resultará placenteramente inolvidable para el lector. Ahora que asistimos en los últimos lustros, en el Perú y en el extranjero, a un auge del tema de las relaciones del hijo con el padre, abordadas con el afán desmitificador de la autoficción (en verdad, más cerca de una no ficción empeñada en develar la parte oscura de los ancestros, que de la ficción novelesca propiamente dicha), Santiago el Menor se distingue por ser un cálido homenaje al padre (sin omitir sus defectos) que recrea con vuelo imaginativo (intensamente poético) los materiales autobiográficos. Estos van entretejidos con tramas literarias bebidas fervorosamente en los años infantiles: cuentos orales andinos, fábulas de Esopo, escritos de Valdelomar, El viejo y el mar de Hemingway, Ciro Alegría, etc. También con personajes del cómic: Llanero Solitario, Tarzán, etc.

Cabe caracterizarla como una novela de aprendizaje con una estructura episódica que, en parte, nos remite a las novelas picarescas (Santiago ostenta rasgos del Lazarillo de Tormes, pero mucho más de su reelaboración en la narrativa realista de Mark Twain, compartiendo con Tom Sawyer la tendencia quijotesca a confundir la realidad con las narraciones escuchadas o los libros); y, en parte a los diálogos formativos con un adulto (Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes y ciertos pasajes de Los ríos profundos de José María Arguedas). Miguel Arribasplata derrocha humor y esmero estilístico cincelando una prosa de sabrosa textura oralizada.

En el primer plano, el padre (además de darle lecciones de patriotismo con referencias a las guerras contra Chile y Ecuador, y de rebelión contra los abusos de las autoridades) educa a Santiago para que sea un arriero competente. Pero, en el trasfondo, se va gestando la vocación de Santiago: ser un profesor que transmita conocimientos para provecho de su pueblo. Se insiste en que Santiago posee no solo curiosidad intelectual para saber todo tipo de cosas, sino perspicacia crítica para cuestionar lo establecido. En particular, acude con deleite al diccionario y posee una destreza verbal superior a la de los niños de su edad, aunque de modo notable su padre le insta a aprender de la vida cotidiana y no de los papeles, ya que las palabras tienen un sentido coloquial que no figura en los léxicos aprobados por la Real Academia Española.

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