Para Schroeter, la tragedia debe ser por supuesto ‘la sal de la vida’. El dogma con sombra gorda de su religión romántica. Pero eso no me importa mucho, si hay un hecho invencible y sobre todo feliz: la belleza increíble de sus imágenes. La fascinación sin reservas que pueden producir. Fascinación que trasciende esa presunta base ontológica fatal. La capacidad estética de Schroeter enfría divinamente los vericuetos más previsibles y dilatadores del sadomasoquismo crónico del género del melodrama.
Género tan parecido a nuestras torcidas y defectuosas vidas, aunque lo tratemos de negar. El rey de la rosas eleva su puzzle por encima de esto, construida atendiendo siempre de manera especial a la presencia sensorial, sensible, sensual, del mundo. Es la afirmación impune: la belleza del mundo. Como un absoluto. Sin ese alimento de lo bello resulta imposible vivir… Y tampoco hay espiritualidad posible sino a partir y a través y en la experiencia directa de los sentidos.
Parece obvio; pero no lo es. Schroeter nos ofrece a raudales, como pocos lo han hecho, una compleja inteligencia de los sentidos, un abc de sensaciones, de gradaciones de sensaciones (en este punto recordar Sayat Nova, la obra maestra de Paradjanov, es inescapable). Se diría que Schroeter conoce el secreto para unir lo más ‘irracional’ o ‘natural’ con lo más artificial. Trazas de teatro y de ópera están puestas al servicio de un objetivo mayor.
La película es un colorido camaleón. En lo que se refiere a sus personajes, si podemos llamarlos así -mejor sería tal vez decir sus figuras o presencias-, recuerdo el concepto, proveniente de la antropología, de los dioses momentáneos. Pasiones que se apoderan de la totalidad del ser. Schroeter trabaja la estética de las pasiones. El cine ‘narrativo’ (o sea, no el cine de Schroeter) olvida que el cine, si es algo, es imagen. Hasta dónde se puede ir con una imagen, es la pregunta.
Porque el cine es un arte demasiado joven para estar agotado… En El rey de las rosas el tema es la voluptuosidad de la imagen y sus conexiones misteriosas o casi indescifrables en esa operación tan usual como poco comprendida que es el montaje. La pasión trágica parece entonces vencida por la hermosura del mundo.
Primera película del Ciclo “El cine que solo verás aquí (Vol. VI)”.