Cultura

Revolución Caliente de Rodolfo Ybarra: el aullido permanente

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Por Miguel Blásica

«El amor es una rata de desagüe»

                                                                                                              mirando la explosión…pág. 522

Resulta interesante observar la forma que puede tomar la novela contemporánea cuya propuesta narrativa de partida logra afianzar una temática inicial, pero que luego ve superada con creces la predeterminación inicial de su autor. La complejidad en la articulación de sucesos que rodean una determinada realidad que toma a la megapolis como telón de fondo, se apodera del timón de la trama con la fuerza de un oleaje que desarma el rumbo previsto de la nave, y se traga de un bocado las probables expectativas de los acontecimientos previstos.

Es así que el vértigo del caleidoscopio en el que se convierte una realidad como la peruana en los últimos treinta años, precipita al autor a un archipiélago, a islas en emergencia de conexión, a una miscelánea obligada, tal vez porque comprende, reconociendo en la conclusión de la travesía, que el anhelo de capturar el pathos de un momento y lugar histórico termina devorando a sus personajes, conduciendo la pluma hacia un torrente de apuntes, reflexiones poéticas y cuestionantes filosóficas desde las entrañas de sus criaturas cuyos dramas vivenciales  se han desmenuzado ante la fantástica y lisérgica brutalidad de lo real.

Considero que Rodolfo Ybarra ha trazado ese recorrido en la novela “Revolución Caliente” (Grupo Editorial Arteidea. Lima. 2020) y ha sido una ardua tarea recuperar una serie de hechos que han zarandeado este país, pensarlas y cuestionarlas desde la acidez y desparpajo que es el sello característico del autor en sus escritos, hechos y situaciones en el Perú en el lapso del tiempo mencionado y que han transformado violentamente su faz, paradójicamente, para que nada cambie.

La realidad peruana, ese “corral de chanchos” a la que alude continuamente Ybarra, resulta solo un esperpéntico telón de fondo que captura lo esencial: el costurón de la piel vuelta cicatriz, los muñones sangrantes luego de la guerra permanente, la supervivencia al lado del deseo de encontrar algo por el que valga la pena morir entre rumas de desperdicios. Revolución Caliente nos habla del idealismo, pero también de un profundo desencanto, la frustración y la rabia, una rabia clavada a fuego ante una trasformación social justa, ante un proyecto de país que nunca llegó y que adquirió una visión reiteradamente liminal, contrahecha, cíclica y funesta.

 La propuesta del autor apunta a una relevancia mayor, superando una mera atmósfera gore presente en anteriores trabajos. Se atreve a abordar una especie de suma novela que integre lo que ha sido la experiencia dolorosa y vívida de la sociedad peruana. Considero que la novela es una obra patética, no uso aquí el término en sentido peyorativo sino en cuanto al humor sardónico e incluso cruento.

 La obra entronca en el estado de ánimo de una generación desde los heroísmos personales de sus personajes frente al arrasamiento y la aniquilación de la esperanza que instala en Lima una cultura permanente de atrofia e inercia, resignación y parodia, estupidez y abulia, tan sólo nos queda el vuelo de faetón que termina hecho añicos en el cruce de las avenidas Wilson y La Colmena en la búsqueda del último trago en la decadencia de una larga noche.

En el primer bloque de la novela Ybarra es firme en el trazado argumental, en un primer momento, al presentarnos al grupo anarquista La Alcantarilla integrada por un grupo de iconoclastas y marginales que han hecho de su colectivo una suerte de collera subte, un grupo de exiliados que posteriormente y como correlato a sus ideas y en asunción de una praxis política que materialice sus ansias de un mundo diferente, se pliegan a Anarquímedes, una suerte de gurú o líder mesiánico (cuya figura es imposible de desligar de Abimael Guzmán Reynoso) y cuyo carácter de primacía de pensamiento generará una decidida adhesión militante a pesar de que forma parte de la facción que se presenta como tercera opción, distante y con propósitos propios que guardan similitud y que en algunos aspectos, desde su anarquismo militante, se desligan de la intolerancia ideológica de los rojos y los negros, clara alusión al PCP Sendero Luminoso y al MRTA respectivamente.

En ese sentido Ybarra parte de un soporte narrativo fijo, bajo el cual constituirá hechos que pueden ser complementarios al entronque principal presente en el colectivo que agrupa a sus personajes; pero luego, son los hechos periféricos, deshilvanados, poéticos, presentes en las reseñas personales, vivenciales, y de angustia de los personajes, las características del entorno violento y distópico, los que toman las riendas de la narración; allí están presentes las drogas para volver dócil a la violencia, el desenfreno copulatorio frente a la pesadilla de la hipocresía y el cretinismo social, cuadros de miseria y tugurización, denigración y desamparo.

A ello se opone la organización, el ideario y las acciones terroristas como única salida posible de cambio desde una verticalidad de pensamiento y obra como pasos necesarios, una salida que implica convertirse en kamikazes intentando llevarse a la tumba a la mayor cantidad de gente posible, las recetas para preparar explosivos como quien prepara galletas. Vemos así que la miscelánea se apodera de la narración en una especie de curso natural y terminan devorando las expectativas en los hechos de algunos personajes, por ejemplo, no llegamos a saber qué sucede con la acción suicida que el Partido Anarquista le encarga a La Caballo en relación a seducir a “Mantequilla” (fascistoide y depravado personaje, evidente alter ego de Agustín Mantilla, uno de los criminales apristas de la masacre de El Frontón. Capítulo 97. Capítulo: Una misión para BB “La Caballo”. Pg. 273).

En su enfoque del contexto de un período que, como señalé, abarca los últimos 30 años, la novela apela a la ucronía, deforma intencionalmente una realidad de por si monstruosa, aberrante y paroxística, apelando también a la sátira desencantada, corrosiva y amarga. Ybarra sabe bien que no hay salida y creo que ello predeterminará la inconclusión de su propuesta en la trama que se plantea, por ello, en su proyecto de novela histórica, le resulta necesaria una vasta documentación variada que acompañe y de sustento al desequibrio de la realidad enfocada en la narración. Le ayuda también su reconocimiento de la factura periodística.

RC es una novela generacional donde la generación X se ve representada no sólo en cuanto a la vivencia y el sentido creativo, a la expectativa y la sensibilidad que a su vez dirigía la esperanza en la juventud de los protagonistas, sino también enmarca su relación con el sentimiento de una generación que creció entre el rocanrol, las drogas, la poesía y la solidaridad como una flor flotando entre la descomunal inmundicia acuosa de la realidad, el amor del Resinoso (alter ego de Ybarra) por Monick, la musa que le da a la novela ese sentido de amor escondido entre las entrañas, la rabia y la furia a flor de piel. El autor ensaya aquí esa vena poética que ha desplegado en otras creaciones, ello matiza el panorama siniestro que no amaina y que resulta en el transcurso de sus páginas un ritmo trepidante y luctuoso que el autor desnuda sin tapujos.

La novela de Ybarra es el probable grito de la clasemediera Generación X a la cual también pertenezco. Un aullido dirigido hacia los adentros, una generación silenciosa en la imposibilidad de una gesta mayor, golpeada y casi en la lona, pero a su vez rica y creativa en manifestaciones que al paso de los años empiezan a ser reconocidas. La novela nos acerca sin cortapisas y con absoluta sinceridad a mirar ese abismo que nos circunda, que nos respira en la cara. Un abismo de horror que increpa nuestro paso convertido en el taedium vitae generacional, en una cotidianeidad convertida en pátina y que ha visto hasta el hartazgo como cambiaron las cosas para que en el fondo todo siga igual.

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