Querida Gerente de Fiscalización de la Municipalidad Metropolitana de Lima, gracias por recordarnos todo lo mucho que han hecho por “ordenar” a esta ciudad; y, en efecto, es innegable que por estas razones perdieron las elecciones y el pueblo, los ciudadanos de a pie, un poco más y los desaparece del mapa electoral. Pero, como todos los socialcaviares e izquierdistas de salón dicen, las obras quedarán y la “modernidad” se abrirá paso para nosotros, los ciudadanos de un supuesto segundo mundo que se cae a pedazos y que, al parecer, se mueve entre cochambrosos buses repintados de azul y las horrorosas combis de Orión.
Solo nos queda darles las “gracias” porque con Susana Villarán se cerró El Averno (la municipalidad de Lima no hizo nada para evitarlo); se cerró el Palais Concert que ni por ser un lugar histórico se salvó de convertirse en un ‘mall’ (de nada sirvió que por ese espacio hayan pasado Abraham Valdelomar, Percy Gibson, Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, etc.). Se desalojó a los artistas y poetas que leían y organizaban conciertos en el jirón Quilca; asimismo, se clausuraron los bares de la plaza san Martín, echando a la calle a todos los poetas y literatos que se reunían ahí. (Lugares donde leyeron Rodolfo Hinostroza, Enrique Verástegui, Juan Ramírez Ruíz, José Watanabe, Antonio Cisneros, etc., fueron tapiados con moles de cemento o barridos con bulldozers). Lo último es que los libreros del Boulevard de la Cultura perdieron todas las opciones para seguir ofreciéndonos textos y tendrán que irse este 30 de diciembre. Una lástima. Y todo con el afán de potenciar el «progreso», la «post-postmodernidad”, la «globalización», etc., y la venida de Starbucks, Hard Rock Café y más ‘malls’ y tiendas por departamentos.
Creo que ni los “roqueritos”, ni los “poetitas”, ni los “artistitas” que ocupaban esos espacios van a poder seguir entregándonos su “capital simbólico” (porque afortunadamente no todo es capital en metálico, infraestructura, terrenos, espacios, etc.). Ahora tendrán que irse a sus casas, así sin más y sin mayores explicaciones. Pero, curiosamente, yo recuerdo que en los ochentas conocí a una joven roquera que trabajaba en la telenovela “Carmín” y que bajaba a espacios como los que han sido cerrados; al No Helden del jirón Chincha, por ejemplo (¡te acuerdas Susel?); lugares que sirvieron para que muchos grupos de rock, grupos poéticos y literarios pudieran seguir contribuyendo a una sociedad que casi, como norma, les da las espaldas. Y esta vez no ha sido la excepción. Una lástima. Quizás, aunque no soy creyente de nada, esa frase bíblica de Proverbios 23: 13-14 tenga razón: “No dejes de disciplinar al joven, / que de unos cuantos azotes no se morirá. / Dale unos buenos azotes, / y así lo librarás del sepulcro.»
Espero que esta misiva no se vea como una defensa a la propiedad privada y a los negocios infames que solo buscan lucrar (que los hay) y no tienen mayor perspectiva. Pero acordémonos de países como Corea del Sur donde los negocios pequeños son protegidos por los municipios y por el Estado y tienen casi prohibido dejar que un comercio cierre, y sería un imposible encontrar bloques de cemento en las puertas de un bar o centro cultural o meter el bulldozer a cafetines que ocupan un área pública (según esta visión Paris tendría que ser dinamitada). En ese país, Corea del sur —lo cuenta Juan Villoro en una crónica—, los negocios pequeños, bares y restaurantes tienen mayor crecimiento que los grandes “malls” y no es que brinden una excelente atención, en muchos casos son deficientes, pero las autoridades hacen todo lo posible (préstamos, condonación de deudas, arbitrios bajos, etc.) para enseñarles qué es lo que deben y no deben de hacer. Es decir, si hay cables salidos, si roban agua, si la gente micciona en las veredas, si las salidas son muy estrechas, si peligra la seguridad de los comensales, etc., etc., todo esto se puede solucionar si hay voluntad política. Las paredes rajadas y los balcones desvencijados los puede reparar un albañil, incluso hasta los ruidos molestos se puede solucionar con protectores de ventanas y paredes antiruidos. Todo es cuestión de querer hacer las cosas y evitar el “impacto social” y/o “daño colateral” o dejar en la calle a quienes por años, décadas y generaciones han ocupado esos nichosculturales y han hecho arte sin esperar recibir nada a cambio, más que el desprecio y el ninguneo. O se han convertido, con los años, en actores políticos o en Gerentes de Fiscalización de la Municipalidad Metropolitana de Lima.
De todas formas, quedan las gracias, por lo menos, esos jóvenes roqueritos y sufridos “artistitas” ya no tendrán que hacer larguísimas colas o caminar cuadras de cuadras para tomar su bus repintado de azul, repletos con cincuenta pasajeros parados, renegando y maldiciendo sus miserables vidas (y las de los políticos) y así llegar al centro de Lima