Opinión

Reflexiones sobre la sociología de la cultura y de la música en la obra de Max Weber

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El objetivo de este artículo es reflexionar sobre la obra de Max Weber, a quien se puede considerar como el gran sintetizador y clasificador de la temática sociológica, y cuya sociología de la cultura ha quedado desdibujada ante la enorme pluralidad de áreas de estudio que el sociólogo alemán inició.

Como se sabe, Weber revisa el sistema de las relaciones significativas entendiendo el mundo social no como una relación de objetos sino como una relación de interpretaciones. Y en tal relación la ciencia de la cultura y la historia cultural ocuparán un lugar preferente.

La metodología a utilizar es la exposición y análisis de las leyes causales que actúan en los fenómenos culturales, con el que Weber articula su sociología de la cultura y específicamente de la música.

Uno de los planteamientos de esta ponencia es que para comprender la obra de Weber hay que referirse necesariamente a su análisis de los procesos culturales entendidos como sistemas de valores, replanteando el tema de la significación como interpretación.

En el mundo contemporáneo, la música está presente y disponible a través de la Internet y de dispositivos de descarga y reproducción, que permiten al oyente viajar por el tiempo y por todos estilos, intérpretes y periodos musicales. De allí que la noción de “centro” se ha ido perdiendo. La música funciona como un camino hacia la divinidad, por cuanto “Dios no es por los hombres sino los hombres son para Dios”, y todo cuanto sucede no tiene sentido sino en-para Dios.


Por Raúl Allain (*)

El análisis de los valores como procesos de la historia cultural 

Para comprender la obra de Weber hay que referirse necesariamente a su análisis de los procesos culturales entendidos como sistemas de valores. Frente a la metodología de Durkheim, Weber replantea el tema de la significación como interpretación. Entre el actor social y el contexto actúa un proceso de mediación interpretativa que es el núcleo mismo de las llamadas Ciencias Humanas y Sociales. Weber salda la polémica entre las Ciencias Nomológicas (las que presentan un sistema de leyes regulares como son las Ciencias referidas a la Naturaleza) y las Ciencias Ideográficas (las de caso único como son las Ciencias Históricas) con su definición de la Verstehen; es decir, la “comprensión interpretativa” resulta ser el tipo de explicación empleado para entender los datos de la Historia Cultural y de sus procesos.

Son los valores, por tanto, los que nos caracterizan el plano de la causación social en última instancia. Y para demostrar su metodología de comprensión interpretativa, reformulará la teoría marxiana e historicista de la formación del Capitalismo. Pero los valores requieren una objetivización metodológica. Para Weber, los rasgos que se repiten en un fenómeno y que nos indican las regularidades empíricas de éste tienen que definirse como tipos ideales. El método de los tipos ideales incrementa la precisión metodológica de la Sociología ya que permite establecer unas características formalizadas con las que se hace posible articular sistemas de leyes.

La solución del tipo ideales entonces imprimía un rumbo nuevo a la polémica entre Ciencias Naturales y Ciencias Históricas. Weber, no obstante, privilegiará las dimensiones significativas de los procesos sociales y culturales. En este sentido, el Capitalismo, en cuanto tipo ideal de organización colectiva, no puede ser entendido sin referirse al conjunto de normas y valores en los que se desarrolló el nuevo sistema económico y social. Se puede decir que su estudio sobre la relación entre Capitalismo y Ética protestante no es sino una búsqueda de la confirmación de dos aspectos:

I) Que la comprensión interpretativa permite estudiar objetivamente los valores de una específica formación histórica.

II) Que los tipos ideales diseñan conceptos generales que pueden ser comparados como, por ejemplo, la comparación entre los conatos históricos anteriores que presentaban características más o menos semejantes con lo que con posterioridad será el capitalismo europeo que desde el Renacimiento se va a ir consolidando en todo el planeta. De esta manera, su “Ética protestante y el espíritu del Capitalismo” no es sino una aplicación de la importancia de los valores religiosos y culturales a la hora de encontrar la causalidad histórica al modo de producción basado en el beneficio y en el interés. El protestantismo y el calvinismo, según Weber, por su marcado carácter de racionalización de la vida, favoreció la práctica económica. Los “elegidos” tendrán capacidad para crear riqueza. La libre interpretación de la Biblia y la libertad de conciencia son aspectos de un proceso de secularización que está en el origen de la acumulación capitalista. El “más allá” se sustituye por el “más acá”; y esta sustitución posibilita el espíritu comercial que está en el “espíritu” religioso del protestantismo.

“La ganancia de dinero representa el resultado y la expresión de la virtud en el trabajo […] esa idea, decimos, es la más característica de la ética social de la civilización capitalista”, afirmará Weber. Y con esta afirmación se conexionan metodológicamente los planos de la creencia y la motivación con los planos de la economía y la producción. La necesidad de enriquecerse mediante la profesión conlleva un enorme componente de disciplina. Precisamente es la disciplina el eje de la racionalización capitalista del mundo. Racionalización que conduce de una forma directa hacia las dos grandes instituciones de la nueva economía: el Derecho contractual y la administración burocrática. “La característica de esta filosofía (afirmará Weber) de la avaricia es el ideal del hombre honrado digno de crédito y, sobre todo, la idea de una obligación por parte del individuo frente al interés de aumentar su capital”. Los fines justifican los medios. La acción racional intencional se coloca en función de la ganancia.

Pero la ganancia que produce resultados a largo plazo. El ahorro y la inversión son subprocesos dentro del marco general de toda una cosmovisión centrada en la acumulación como signo de salvación religiosa. Para Weber: “la ganancia de dinero representa el resultado y la expresión de la virtud en el trabajo”; es decir, moral convencional y creencia religiosa convergen en una percepción del lucro como virtud colectiva. No es extraño, en este sentido, que con posterioridad el Utilitarismo fuese una sustitución filosófica de los ideales protestantes en las sociedades anglosajonas. Pues bien, Weber trata de sustituir el esquema marxiano de “infraestructura-superestructura” por una comprensión en el plano de la significación de la acción humana. Marx consideraba que son las condiciones económico-productivas las que causan un conjunto de tipos de explicación enmascaradoras de los intereses profundos y subterráneos que actúan en tales condiciones materiales.

Sin embargo, en la teoría marxiana no hay ningún planteamiento simplificado ni mecanicista. Al contrario, el concepto de ideología abarca una multiplicidad direccional que va desde el conocimiento de sentido común hasta su conversión en procesos de alienación colectiva, entendiendo el sentido de alienación en su complejidad hegeliana ya que no es sino una falsa objetivación de la personalidad por efecto de condiciones exteriores que escapan a la propia voluntad del individuo tal y como se plantea en el famoso texto de la “Contribución a la crítica de la Economía Política”. Weber, al contrario que Marx, trata de dar a la significación la fuerza de motor histórico. Son las “cosmovisiones” (Weltanschauung), como consideraría Dilthey, las que determinan fenómenos históricos. Los fundamentos religiosos del ascetismo laico son el ingrediente intelectual del sistema socioeconómico capitalista. Según el calvinismo, los hombres están para honrar a Dios en las acciones que estos realizan, ya que ellos son un puro reflejo de Dios.

Estas acciones deben únicamente encaminarse a Dios por cuanto que “Dios no es por los hombres sino los hombres son para Dios, y todo cuanto sucede no tiene sentido sino en calidad de medio para el fin de que la majestad de Dios se honre a sí mismo”. En el calvinismo, pues sólo unos pocos están llamados a salvarse por lo que ni los sacramentos ni la Iglesia ni los predicadores pueden ayudar al hombre a cumplir su destino. El individualismo será el resultado de esa soledad ante la divinidad. El pietismo, el metodismo y las sectas bautizantes siguen en líneas generales ese ideal de ascetismo puritano. Para el pietismo, por ejemplo, la necesidad de perfección guía al hombre y sólo Dios puede bendecirle en su actividad productiva proporcionándole éxito. El éxito es el baremo de la felicidad, como explica Weber: “su idea fundamentalmente eudemonista, que aspira a que los hombres sientan ya en esta vida la bienaventuranza (la felicidad) por medio del sentimiento, en lugar de forzarles al trabajo racional para asegurarla en la otra vida”.

Disciplina, predestinación, utilidad y sentimiento encauzado hacia la profesión son los valores que como medios se encaminan hacia la finalidad de la riqueza. El metodismo entrará en mayor medida en una diferenciación entre el “yo” y “los otros”. La piedad es la práctica del buen creyente. Sin “ninguna obra buena”, como expone Weber, no puede ser buen creyente, porque la piedad es la diferencia con la Iglesia oficial. La conciencia personal, entonces, se destaca como el centro de un ascetismo (los cuáqueros, por ejemplo) en la que la disciplina ha de realizarse en el mundo: “lo más importantes es, empero, aquella vida propia religiosamente exigida al ‘santo’ que no se proyectaba fuera del mundo, en comunidades monacales, sino que precisamente había de realizarse dentro del mundo y de sus ordenaciones”. La disciplina, para Weber, es el valor máximo a partir del cual se desarrollará el capitalismo.

La atmósfera de austeridad en la que se pospone el disfrute del beneficio en función del ahorro conllevará la acumulación económica posterior. Pues bien, el estudio de los valores como mediaciones en el comportamiento histórico con la obra de Weber alcanza su punto central. Los elementos del orden motivacional determinan la acción, siendo la acción el significado subjetivo que actúa y orienta el comportamiento. Para Weber, la Historia sólo puede explicarse desde la interpretación comprensiva de significados. De aquí que conducta y significado están necesariamente unidos.

Sobre algunas categorías de la sociología de la cultura weberiana 

El Arte como experiencia sustituye el análisis del Arte como hecho social. El interés sociológico de Weber por el examen de las experiencias estéticas tiene que ser percibido en cuanto proyección social de las formas artísticas. Esta proyección social abarca diferentes estructuras y órdenes de la realidad. Estructuras que van desde el sistema de símbolos hasta el de carácter ideológico. Weber, precisamente, hará por vía de la comprensión la inspección de los nexos y regularidades de la conducta humana, tanto la interna como la externa. Separándose de Simmel, Weber intentará encontrar el sentido de la formación de una serie de categorías conceptuales a partir de las que asentar una Sociología de la Cultura.

Sociología interpretable no sólo por su validez empírica sino por la constelación de motivos de distinta índole. Ahora bien, para entender esa “explicación comprensible”, Weber necesitará perfilar un conjunto de categorías que como cuadros de referencia orienten esa actividad creativa que se expresa en los objetos artísticos y estéticos. La primera categoría de la Sociología cultural weberiana es semejante a las consideradas en otras áreas sociológicas: la interpretación racional con relación a fines (Zweckrationales). Su definición más ajustada plantea como comportamiento racional aquel que se orienta hacia medios representados subjetivamente como adecuados para fines aprendidos también subjetivamente y de manera unívoca. Es decir, estamos ante las regularidades comprobadas relativas a procesos psíquicos.

Estas regularidades tienen el mismo papel en las Ciencias Sociales y Humanas que las uniformidades legales en las Ciencias de la Física y la Naturaleza. Las conexiones psíquicas por consiguiente son consecuencias de acciones evidentes. La interpretación racional con relación a fines convive no sólo con los fenómenos explicados como racionales, sino que, a la par, implica la relacionalidad de lo contradictorio que vive y persiste en todos los tiempos. La belleza, lo sublime, en definitiva anhelos de plenitud humana, pueden ser verificados como medios interpretativos de orientaciones sociales.

Las temáticas artísticas y sus realizaciones se refieren históricamente a tendencias colectivas. Lo “irracional” no es una mera cuestión ontológica del Arte. Para Weber, los “estados emocionales” pueden ser planteados como temáticas sociológicas en cuanto que su presencia es constante en la Historia. Comenta Weber, en este sentido y fundamentando su método, lo siguiente: “A causa del papel que en la acción del hombre desempeñan ‘estados emocionales’ y afectos ‘irracionales con relación a fines’, y puesto que toda consideración comprensiva racional con relación a fines tropieza de continuo con fines que, por su parte, ya no pueden ser interpretados como ‘medios’ racionales para otros fines sino que es preciso aceptarlos como orientaciones teleológicas no susceptibles de ulterior interpretación racional (por más que su origen pueda pasar a ser, como tal, objeto de una explicación comprensiva que proceda ‘psicológicamente’), con igual derecho se podría afirmar precisamente lo contrario”. Es evidente, sin embargo, que muy a menudo el comportamiento interpretable racionalmente configura, respecto del análisis sociológico de conexiones comprensible el “tipo ideal más apropiado”.

La psicología y el hecho artístico entendido como fenómeno psicológico descubren términos de socialidad perceptible. La metodología del “tipo ideal”, considerada como examen de regularidades empíricas y rasgos característicos de un fenómeno, evidencia determinantes cualitativas de la cultura. Y es por ello por lo que lo irracional deja de serlo para convertirse en variable de conocimiento de la sociedad que la utiliza. Una segunda categoría, pues, dentro del análisis de la acción estética y artística de la Sociología de la Cultura weberiana, es la que se acerca y operativiza la manifestación creativa en términos de sentido. Weber manifiesta en este texto su concepción del tema: “Tanto la sociología como la historia realizan interpretaciones de índole ante todo ‘pragmática’, a partir de nexos racionalmente comprensibles de la acción”.

Así procede, por ejemplo, la economía social, con su construcción racional del “hombre económico”. Y, por cierto, no de otro modo opera la sociología comprensiva. En efecto, su objeto específico no lo constituye para nosotros un tipo cualquiera de “estado interno” o de comportamiento comprensible en relación con “objetos”, esto es un comportamiento especificado por un sentido (subjetivo) “poseído” o “mentado”, no interesa si de manera más o menos inadvertida. La contemplación budista y el ascetismo cristiano de la conciencia íntima se relacionan, respecto del actor, de manera subjetivamente plena de sentido, con objetos “internos”, mientras que la disposición económica racional de un hombre en cuanto a bienes materiales se relaciona con objetos “externos”. Aquí, Weber esboza el ámbito en el que estructurará sus procedimientos epistemológicos y metodológicos.

Conclusiones

La Sociología de la Cultura en la obra de Weber se configuró a partir de la identificación de los elementos cognoscitivos y valorativos. La organización cultural no es sino un reforzamiento de valores sociales. Para Weber, cultura y civilización se identifican desde el momento en el que no hay una división del carácter técnico-científico y el hecho estético.

Esta división, sin embargo, la introducirá Alfred Weber –hermano de Max Weber– al distinguir entre Kultur y Zivilization. Pero, según Max Weber, la cohesión entre estructura social y relaciones sociales sitúan las formas culturales como marcos de actitudes. De este modo, el Arte, la Música, la creación estética son mantenidos como procesos de orden. Así, Weber rehúye el importante factor de cambio y transformación que la creación artística tiene. Más, sobre todo, al centrar su Sociología de la Cultura sobre una Sociología de la Música se identifican los procedimientos expresivos sin distinguir que la Música, efectivamente, es una racionalización. Pero una racionalización debida a la complejidad formal. Weber entonces restringe su análisis sobre el Arte presuponiendo igual evolución formal en el resto de las Artes no musicales. Por consiguiente, la significación sociológica de la investigación weberiana sobre lo estético se realiza en relación a los fenómenos de ordenación institucional en el capitalismo. Ahora bien, Weber tendrá mucho cuidado en diferenciar las esferas de práctica artística privada de las esferas colectivas más amplias.

El Arte será un estilo de vida cuya dinámica organiza valores simbólico-representativos arraigados en sentimientos. No obstante, el capitalismo y su administración burocrática no serán analizados en cuanto procesos económicos que encauzan fuerzas creativas hacia campos económicos. Esta omisión ocasiona una limitación de la Sociología estética de Weber que da como resultado una esquematización, eso sí muy erudita, del significado histórico del Arte y de la Música. El resultado obtenido, pues, abre enormes interrogantes. En efecto, la racionalización de los sonidos con la moderna notación musical no nos explica el gusto de una clase burguesa que, a su vez, difunde y consolida. La disciplina protestante que está en el origen del capitalismo, impone unas pautas creativas que han de ser estudiadas como Bourdieu ha matizado en nuestros días. De la misma forma, la evolución hacia el Romanticismo y hacia el sistema atonal en el Dodecafonismo o las creaciones contemporáneas, ¿significarían una disolución de los ideales capitalistas?

Así se puede observar excesivamente mecánico el examen weberiano de la música tonal y sus conexiones con procesos valorativos. La octava se convierte en sistema armónico pero no por exigencias de la sociedad capitalista, sino por un desarrollo gradual de combinaciones sonoras. Y este desarrollo queda sesgado en Weber para quien la pureza de la música europea se reduce al Barroco y se omiten las otras etapas históricas musicales posteriores al Barroco alemán. El nacionalismo germánico de Weber deja lagunas enormes. Vivaldi o músicos contemporáneos de otros países reconocidos como apartadores de principios artísticos sumamente complejos no se citan en el estudio de Weber. Y, por ejemplo, la decadencia de formas artísticas dentro del mismo “espíritu del capitalismo” no se refleja ni como exposición de sus condiciones sociales ni como procesos de dominios sonoros en el ocaso.

En resumen, los problemas socio-musicales y socio-culturales, al ser comprendidos sólo desde las variables racionalidad-irracionalidad, no se presentan en el marco múltiple que les caracteriza. La obra estética no sólo se expresa en una estructura formal sino que afecta a relaciones tales como Arte e industria, artistas y público, ambiente social y proceso de creación, etc. Las contradicciones del Arte son excluidas por Weber. Y, por tanto, los valores generales y dominantes de una sociedad –en los que el planteamiento weberiano se asienta– determinan el surgimiento de un tipo de estética y de estilo característicos. Aquí, precisamente, está el origen de la confusión y la deficiencia de la Sociología de la Cultura y de la Música del gran sociólogo alemán. La obra artística, como señalarán con posterioridad los autores de la Escuela de Frankfurt, posee un potencial de transformación social gracias a su crítica de los valores imperantes. La “bidimensionalidad” de la creación estética es el principio de una valoración diferente de la realidad.

La contraposición entre sentido común general colectivo e innovación creativa se muestra como el motor del Arte. Y esa contradicción no proviene únicamente de procedimientos de elaboración formales sino que tiene su génesis en una nueva concepción de la existencia humana en la que los valores del “deber ser” siguen oponiéndose a los del “ser”. Weber no refleja ese carácter opositivo del Arte y su análisis de la racionalización musical queda en una exposición de la integración y alienación de la música en la sociedad del beneficio y de la disciplina. Weber presentará como irracional formas nuevas y distintas de creación originaria, olvidándose que el significado último de la racionalidad es ir ampliándose progresivamente en la Historia y en la Sociedad.

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