Toda poesía auténtica, así tenga o no un contenido de temática social, tiene el poder de revelarlos, es decir, abrirnos una idea, llevarnos a un sentimiento y, gracias a ese poder, estremecernos. En la poesía, el lenguaje adquiere el brillo que otros medios no demuestran. La palabra se vuelve oxígeno. Se vuelve sangre y sudor. La palabra ocupa el lugar más alto.
Si el sistema usa el lenguaje para vendernos y hacernos consumistas, el lenguaje poético nos permite observar adentro de nosotros, es el lenguaje de la libertad y de lo introspectivo. La pregunta es: ¿cómo identificar una poesía auténtica? Sin duda, una característica es que huye de los lugares comunes, no se asocia al juego rítmico imperante de un tiempo, ni a modas pasajeras… La poesía auténtica, desnuda de imitaciones, busca reflejar el propio ser. Generalmente, en nuestras sociedades, el lenguaje se pierde: se politiza, se encierra en lo religioso, se vuelve telaraña para incautos, se torna cárcel y mercancía banal.
Sin embargo, su poder es de la liberación de las energías de los lenguajes. El poeta es el que impone nuevas dimensiones al lenguaje de una tribu determinada: es el arquitecto del espíritu y el liberador de los lenguajes.
En ese sentido, es fascinante la naturalidad con la que se citan versos y se respira poesía en Las mil y una noches. Esta monumental obra literaria, de la tradición persa y árabe, nos recuerda el poder del lenguaje: por un lado, las historias que cuenta Sherezade, retrasan su muerte y la de otras doncellas; y, también nos permite ver el poder del lenguaje capaz de capturar la atención del rey. Jorge Luis Borges manifestó que, gracias a la lectura de este clásico, pudo escapar del racionalismo que aqueja a occidente. Y es que en las líneas de estos fabulosos cuentos, el subyugante romanticismo y la lírica aflora en toda circunstancia… ¡Reyes, pescadores, jóvenes doncellas declaman sus versos en muchas escenas! ¡La poesía es un pan cotidiano y una necesidad inherente en el vivir! Así, oteamos como emana y danza, como géiser, el efluvio lírico. Vemos que hay una poesía auténtica y palpitante: no nace de una exigencia retórica, sino que emana, como canto humano, de las acciones cotidianas. Y escapa del tiempo: se hace eterna.
(Columna publicada en Diario Uno)