El 23 de abril es una fecha importante pues se celebra el Día del Idioma (Español) y el Día del Libro siendo, además, su fundamento, el aniversario forzado de la muerte de Cervantes (se dice que murió el 22) que empalma con el de Shakespeare (aunque esta fecha tiene, también, sus bemoles, en el caso del Bardo y hasta en sí mismo siempre está en discusión quién fue en realidad el Cisne de Avon). En todo caso, valga el 23 de abril como una doble conmemoración honrosa para la humanidad y su apetito de ambición y fantasía, ficción e incertidumbre.
Celebrar el idioma y el libro y la obra de los altos personajes que he mencionado en el párrafo anterior es una providencia feliz mas no exenta de algunos cuestionamientos que he apuntado, ahora mismo, antes de que acabe el día pues siempre hay que ser precisos, no sin antes proclamar que la palabra es inteligencia y estética, emoción e idea y que el español es un don y una presea.
Entonces, retomando la línea inicial, tenemos que el 23 de abril se celebra el Día del Idioma y el Día del Libro pero sobre todo el día de la Hispanidad con mucha mayor razón y justicia que en el muy cuestionable 12 de Octubre, infame mente, denominado, hasta hace un tiempo, el Día de la Raza.
Sucede, aquí, lo de costumbre cuando hay que confrontar endebleces y debilidades en el Perú, es decir que los intelectuales de izquierda (la gran mayoría si se da crédito a todos los cursos y cátedras que ocupan) han empleado categorías y propósitos antojadizos e inexactos para abordar estas circunstancias y en lugar de fortalecer la alicaída identidad nacional aún en formación (por no decir, deplorablemente existente) y muy necesitada de un cambio real, han truncado la elevación de una propuesta uniforme que enaltezca las virtudes del peruano o de lo que debe ser un peruano
Se parte, por ejemplo, del concepto “colonia” cuando aquí no hubo nunca una colonia sino un reino de gran categoría, además, y una serie de privilegios que, la República criolla y mediocre sepultó causando un daño gravísimo a la población indígena y, sobre todo, a sus propiedades territoriales, estropicio del que no hubo ningún tipo de superación en doscientos años de una república de farsa y una democracia de vodevil, excepto por el breve lapso dispuesto por Velasco, individuo que sí trabajó, de alguna manera, en favor del pueblo, pero que fue tremendamente negativo en no pocos aspectos de su dictatorial gobierno, como olvidan quienes quieren tamizar con la pátina de la clemencia amiguista y la alcahuetería sin límite, siempre tan propios de la intelectualidad peruana. Es decir, que pese a ser un gobierno autoritario y anti democrático, Velasco, paradójicamente, trató de favorecer a la gente en general. A la fuerza, procuró que el país y su gente se levantasen por primera vez y hasta proyectó reivindicar el honor nacional cobrando la revancha pendiente desde el fin de la guerra con Chile (e Inglaterra). Una ‘democracia’ entendida como un gobierno en favor del pueblo por primera vez en 150 años desde la independencia, aunque orientada desde un régimen dictatorial y errático, tremenda dificultad hacer valer los intereses nacionales en una tradición ‘democrática’ que sólo ha favorecido a muy pocas familias, supuestamente, la ‘élite’ que siempre ha jugado en contra del propio Perú.
Considero, por otro lado, que si fuéramos un país más ambicioso y con una dimensión real de progreso y triunfo no tendríamos ningún temor respecto de aceptar el hispanismo que nos ha formado (lo quieran o no los renegados) y si bien tengo la impresión de que al Reino del Perú llegaron, en su mayoría, puros avaros, codiciosos y burócratas con almas de notarios y contadores, hubo también, una España épica que fue dueña de más de la mitad del mundo por bastante tiempo y podríamos servirnos de ella para tantas cosas. Lo ridículo (para mayor desgracia de la España actual y de los países que hablan español) es que este imperio clásico ha sido desestimado hasta en el actual territorio peninsular salvo por los grupos más deplorables de la extrema derecha que ven en el Cid Campeador, en el paroxismo de su ceguera, una suerte de Franco medieval y hormonado en un grado que el triste ‘caudillo’ nunca pudo hacer patente.
Finalmente, cada mestizo y cholo peruano y otros que no parecen tan cholos (‘el que no tiene inga…’) tiene algo de sangre originariamente americana y de sangre española. Por ello, deberíamos admitir lo mejor de cada raza y combatir las debilidades y estupideces tan celebradas por mesnadas de enajenados como aquella que dice “sólo podría ser feliz si los españoles no hubieran llegado nunca“ como señaló alguna vez el padre de esta gama de personajes lisiados por la ideología y el victimismo, Arguedas.
Chocano, el gran descartado de las cumbres de nuestra tradición literaria (pese a que las más altas le corresponden de pleno derecho) por sus modos de vida errático y opulento, soberbio y criminal, tuvo el acierto que solo los grandes poetas pueden tener. Recordemos, en este sentido, las dos estrofas finales de ‘Blasón’ y admiremos sus diversas posibilidades y tropos en esta fecha:
“Mi fantasía viene de un ABOLENGO MORO:
los Andes son de plata, pero el león, de oro,
y LAS DOS CASTAS FUNDO CON ÉPICO FRAGOR.
La sangre es española e incaico es el latido;
y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido
un blanco aventurero o un indio emperador.”
¡Pax Vobiscum!