Libertad bajo Palabra / Percy Vilchez Salvatierra

Recuerdos de Milan Kundera

Lee la columna de Percy Vílchez.

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Existe una tendencia a despreciar a algunos escritores que, en su momento, fueron muy famosos y reconocidos no solo como responsables de best sellers sino de una que otra obra maestra. Las razones que aducen sus críticos estriban en el contenido juvenil o frívolo de sus propuestas. Olvidan que no todo tiene que ser ruptura y sofisticación y que incluso lo que una vez fue rupturista e innovador pasa con los años a ser parte de lo que siendo tan ampliamente conocido y reconocido puede confundirse con lo desfasado o lo irrelevante, pero todo esto que puede ser, no debe ser si uno está atento a la realidad y no solo a las apariencias, habida cuenta que aun en la lectura existe una ética.

Por suerte para todos, los buenos lectores saben superar las mareas del cretinismo que denigra a tanto autor solo por moda o por plantear exigencias que no corresponden al contexto de producción de las obras de cada uno. Así, hubo quienes denigraron a Stevenson o a Dumas, incluso a Kypling, pero hubo también un genio tan agudo como escritor que como lector  supo hacer un elogio del primero y el último como corresponde a la justicia y al mérito de una vez y para siempre (sobre todo en torno a Stevenson): Borges.

Esto no quiere decir que no haya fallos o aspectos perfectibles en las obras de cualquier autor considerado grande (y ni se diga de los otros) o que sus obras no hubieran sido mejores o más impactantes si se le hubiran aplicado algunas variaciones, pero como enseñó Verlaine al criticar a Corbiere, “ninguno de los grandes ha sido impecable…” (ni literaria ni moralmente cabría añadir…) y así uno puede disfrutar o rechazar un estilo, sin dejar de apreciar y valorar la destreza formal o la dimensión intelectual o espiritual de cada autor.

Mas, todo tiene matices…

Ayer ha muerto Milan Kundera y realmente sus novelas, en este momento,  me parecen ligeras (pese a su atmósfera de filosofía perenne), esnobs y juveniles (aunque dicho sea todo por honestidad intelectual, han pasado más de veinte años sin que revise ninguno de aquellos volumenes que fueron tan entretenidos en su debido momento).

En todo caso, aun pese a esta distancia temporal, recuerdo que sus obras siempre tentaron un modo de inteligencia que en Latinoamérica se ha visto muy pocas veces y ese fue un elemento que sí agradecí cuando era un adolescente.

Entonces, su muerte me ha hecho recordar mi adolescencia, cuando leí todas las obras suyas que estaban a disposición y quizás la calificacion de joven y esnob corresponde más al yo que era en aquellas épocas que a las propias obras que recuerdo, ahora mismo, aunque sé que este es un gesto “político” con el capo autor checo quien ha fallecido hace pocas horas.

Es un fenómeno muy curioso el orden de la memoria, casi tanto como el de la inspiración. Entonces, en este orden de recuerdos inspirados hay que matizar esta suma con la aptitud del presente. Ante ello, es fácil decir que hubo y hay autores más profundos o más arriesgados que Kundera. Eso es un hecho innegable y no se requiere hacer comprobaciones más exhaustivas al respecto, pero, sí agregar que todo viene a uno cuando corresponde y, así,  yo tuve la suerte de leerlo muy temprano (como a Vargas Llosa o a Borges), puesto que sus libros eran asequibles por precios más que módicos en cualquier libreria de viejo o en cualquier feria de libros y, así, el cúmulo de sus personajes, experiencias y reflexiones me entretuvo, hizo pensar, agasajó y divirtió en no pocas tardes, noches y mañanas de hace mucho tiempo en el que todos esos libros eran riqueza y una fuente de gozo ilimitado.

Ningún adulto joven come papilla cuando puede disfrutar de un asado de tira o un bife, pero hubo un tiempo en que aquella papilla era imprescindible como dice Pablo, de alguna manera cercana, en el inicio del tercer capítulo de la primera carta a los corintios (“…no pude dirigirme a ustedes como a espirituales, sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Les di leche porque no podían asimilar alimento sólido…”).

Entonces, desde esta perspectiva, cada alimento literario recibido en nuestra vida fue fundamental de la forma que cada lector puede definir a posteriorir según su disposicion y el grado de autoconciencia que posee, pero, de todos modos, de una manera cierta, salvo que se haya ingerido basura pura y aún así, como dicen los sabios, de todos se ha aprendido y hasta de lo malo, para no incidir en algo similar.

Finalmente, Kundera vendió todo tipo de obras y fue muy leído y admirado por expertos y por toda clase de lectores pese a que su narrativa estuvo altamente intervenida por reflexiones (algo de lo que mucha gente huye) a tal punto que el ensayo y la narración parecían confundirse a cada instante acaso tanto como se confunden, en sus novelas, la ligereza y la profundidad. Quizás este sea su mayor mérito y la garantía de supervivencia de no pocas de sus obras.

Pese a lo expuesto, tengo en mi estante preferido a una obra kunderiana que sintetiza perfectamente los mayores atributos narrativos y ensayísticos del autor en cuestión sin las veleidades y esnobismos de su forma personalísima repetida una y otra vez (todo debe ser dicho, por lo menos, al final). Esta obra es tan entretenida, fructificante y sinuosa (por su inclasificable materia) que mal haría uno en llamarla ensayo con forma de novela o novela en forma de ensayo pues es ambas cosas al mismo tiempo y quizás algo más aun como sucede en toda obra importante que se haya escrito con sabiduría y pasión como siempre debe ser. Me refiero al extraordinario volumen, el único de sus libros que he vuelto a leer y releer en las últimas dos décadas, Los Testamentos Traicionados.

La lectura, en todo caso, es un don y disfrutarla un privilegio. Lo mínimo que debe hacer cada lector con los autores que disfrutó es ser agradecido aun si uno ha evolucionado y puede aprehender formas y contenidos cada vez más complejos y enriquecedores que los de los autores que uno conoció al inicio. Pero, esos autores siempre estarán con uno como estuvieron durante todo el proceso de cada quien, Por eso, ahora, en el día de tu partida, solo queda decirte: ¡Gracias!  

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