Es difícil pensar el Perú, peor aún es esforzarse por su transformación o por encauzar su dirección (su falta de dirección). Quienes lo intentan, generalmente, pagan caro esa osadía, esa vanidad, esa voluntad de sacrificio (según el carácter y la intención de cada uno). Macera en su debilidad errática (anterior, aún, a su inclusión en el Fujimorismo) representa, como pocos, varias de las consecuencias que lleva amar al Perú y no poder hacer nada con él ni por él. ¡Paz a sus huesos!
Es muy importante ver en la muerte de Macera una gran posibilidad para atender a la larga lista de personalidades cuyo paso a la Historia se ha frustrado por propia mano, pero añadiéndole la carga de una desgracia particular, debida, quizás, a la estructura de beneficios (escasos) y maltratos (innumerables) que el Perú brinda a sus intelectuales. Por ello, en sus años de senectud, en lugar de ser un anciano venerable que orientase al país y a los gobiernos que se iban turnando decidió servir al fujimorismo en el período en el que este movimiento político ya no tenía ni siquiera la ambición utópica de engendrar una justificación, es decir, el tercer periodo del Fujimorato, el más arbitrario de aquella mediocre dictadura.
Acaso haya creído, en cierto arrebato falsamente taumatúrgico, que Fujimori nunca iba a dejar el poder y por eso quiso entrar allí para iluminar al autócrata que solo se supeditaba a la bestia montesinista. Error carísimo, desde luego, pero que en nada es incoherente con sus ambiguas presuposiciones antidemocráticas. Recuérdese que fue durante años una especie de oráculo de la izquierda más radical del país, aunque ilustrada, claro, Por lo tanto, su viraje hacia el autoritarismo, con ansias o visos de perpetuidad, dispuesto en el inicio del siglo XXI por Alberto Fujimori debió parecerle ideal para mostrarse como un estadista y ese fue su gran error.
La otra posibilidad de su viraje es el aseguramiento económico y las ansias de disfrutar del poder, ambos hechos que no resultan distantes de lo propuesto en el párrafo anterior ni le restan nada a sus móviles, pues es humano procurar lo mejor para cada uno, aunque no necesariamente a costa de la ética. Por eso, inicie este texto reflexionando sobre cómo se truncan los destinos de aquellos con posibilidades de pasar a la Historia en nuestro país.
Lo interesante es que nunca abjuró de sus acciones, ni las explicó en ensayos ni artículos pese a que esta era una posibilidad muy concreta para alguien de su oficio y talento. Tampoco expuso en alguna entrevista o comentario público una explicación exhaustiva de su conducta, acto soberbio o testimonio tácito, acaso, de su vergüenza.
Por otro lado, Macera parecía poder escribir sobre cualquier tema. No en vano fue uno de los últimos discípulos de Porras Barrenechea, entre los que, también, destacó, un famoso Premio Nobel, el único peruano hasta la fecha. En todo caso, sus horizontes culturales le facilitaban usar la pluma para adentrarse en distintas áreas del conocimiento humano. En general, la historia, el arte y la política, no le fueron para nada ajenas. En lo particular, la historia peruana republicana y prehispánica, la pintura andina y el arte amazónico tampoco estuvieron lejos de su vista. En este sentido, podría decirse que fue un renacentista, mas sus oscilantes convicciones e ideas políticas extremas, apenas aligeradas en su vejez, lo configuraron como uno de los intelectuales más severos de la segunda mitad del siglo XX.
Seguro sus defensores dirán que su paso por el fujimorismo no opacó su lucidez. Indudablemente, estamos de acuerdo con este punto de vista, pese a que hemos señalado que ese paso fue un error tremendo, pero ese gesto en concordancia con su ideología previa, izquierdista y radical, ilustran la normalidad de su supuesto cambio de camino.
En todo caso, es una pena su fallecimiento porque era inteligente, pero es una lástima que en los últimos años no haya tenido una participación activa en el debate público. Es, también, una pena que no haya llegado a ser el maestro y orientador del país que pudo llegar a ser tal cual se correspondía con sus condiciones y facultades. Tanto por la desfachatada falta de seriedad y de enfoque que le endilgaron sus contemporáneos pese a su demoledor talento argumentativo (un par de páginas de “El Pez en el Agua” ejemplifican este punto muy bien) como por su paso por los predios fujimoristas, nunca pudo legar al Perú la “obra” que se esperaba de sus dones naturales, al igual que tantos otros grandes prospectos intelectuales y tampoco pudo constituirse en el mandarín intelectual y moral que la sociedad peruana echó y echa de menos.
Su final no solo nos recuerda las infinitas distancias que existen entre el Perú y los grandes imperios y naciones que hubo en el mundo como Roma, por ejemplo, donde un Pablo Macera tranquilamente podría haber sido una suerte de Padre de la Patria, en tanto que aquí solo fue un escritor al que no se le pueden rendir mayores honores pese a haberse dedicado a pensar el Perú como muy pocos. Considero que este detalle último es más trágico que cualquier pérdida física.
(Texto incluido en 200 IMÁGENES CRÍTICAS DEL PERÚ ANTE EL BICENTENARIO (LA VERDAD OCULTA) de PERCY VILCHEZ SALVATIERRA)