Afirmarse en las preguntas; abismarse en las preguntas; incluso ‘perderse’ en ellas: ningún encuentro con lo nuevo será posible si no se sabe o se intuye que la excitación de la invención y la creatividad solo tendrá la posibilidad de producirse si se hace ese movimiento decisivo de apertura que consiste en entregarse a explorar una serie de preguntas.
Una directora se pregunta por su voluntad de hacer una película, se pregunta por la película que hará, de qué tratará… La voz de la directora casi es la voz de su película. Y tal vez lo sea. El comentario de la voz sabe tomar distancia de la imagen, sabe cómo y cuándo callarse para que la imagen nos hable y nos comparta secretos por sí sola, cotidiana y única.
Están el lugar y la gente de algunas tribus en Senegal y una directora que parece, con total lucidez, y con una inteligente inocencia, no saber qué clase de película hará. ¡O sí que lo sabe! Ella duda con razón de la credulidad y dogmatismo de etnólogos y antropólogos. Tras su amable y calma voz se nota que no está dispuesta a seguir obediente y temerosa las reglas de lo que su película debería ser.
Formula observaciones precisas, se hace preguntas abstractas, y hasta burlonamente retóricas; teoriza, sí, pero tiene la certeza de que dejarse llevar por su no-saber puede llevarla un poco más allá, hacia un lugar diferente. Imposible no saborear las imágenes que filma, a la par que sus reflexiones. Fragmenta, desordena, reordena, mezcla, repite, incide en la simpatía de las presencias y comparte con el fascinado espectador una rica experiencia sensual casi inagotable de caras y de cuerpos y de todo lo cuanto la rodea.
Estamos ante una brillante película de examen de gestos y miradas, autoconsciente y que problematiza sin renunciar al goce, claramente en contra de la colonización de nuestra mirada reductora sobre el otro, en contra del encerramiento en cómodos prejuicios que constantemente cuestiona, en suma, en contra de la vergonzante rutina de las mediocres películas etnográficas al uso.