Opinión

Real Plaza Trujillo: no fue el techo, fue el Sistema

«Nadie irá preso por esto. Porque en este país, matar pobres no es un crimen, es un modelo de negocio».

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Por Fernando Casanova

El 21 de febrero de 2025, el techo del centro comercial Real Plaza Trujillo se desplomó y mató a seis personas. Más de 80 heridos quedaron atrapados en los escombros pidiendo auxilio y hasta hoy se lucha por salvar más vidas.

Y mientras morían, las discotecas cercanas seguían abiertas.

No pararon. Ni siquiera cuando la gente se ahogaba en polvo y sangre.

Y lo mejor: nadie irá preso por esto.

Porque en este país, matar pobres no es un crimen, es un modelo de negocio, el Sistema.

El Real Plaza pertenece a Intercorp, la empresa del magnate Carlos Rodríguez Pastor, uno de los hombres más ricos del Perú.

Seis muertos y su respuesta es:

“Por seguridad, cerraremos nuestros locales por un día.”

Un día!

Nosotros pensando que seis vidas humanas deberían costar algo más que un puto día sin ventas.

Pero no. El Excel dice que no.

El capital tiene sus matemáticas.

Si el cierre de 24 horas compensa la crisis de imagen, entonces seis cadáveres valen exactamente eso: un día sin facturar.

Y mañana volvemos a abrir, imbéciles.

Este no es un «accidente», es un asesinato por dolosa omisión.

Porque en Perú los edificios no se caen solos.

Se caen porque los empresarios compran licencias truchas.

Se caen porque los congresistas legislan para sus clanes.

Se caen porque los jueces firman lo que les pongan en mesa.

Se caen porque los inspectores municipales viven y sueñan la coima.

Y cuando se caen, no hay responsables.

Los muertos quedan atrapados en el concreto y los asesinos en sus oficinas con aire acondicionado, tomando café, revisando balances.

¡Y no faltará el imbécil que dirá que es culpa de la naturaleza!

Que el viento, que la lluvia, que el destino.

No.

La única tormenta aquí es la corrupción, y la única ley de gravedad que aplica es la que hace que todo caiga siempre sobre los más pobres.

Gilles Deleuze lo explicó, ya no vivimos bajo regímenes de represión, sino de control. No nos prohíben nada, nos entrenan para aceptar todo.

Nos han educado para no hacer preguntas.

Nos han programado para olvidar rápido.

Nos han domesticado para seguir comprando.

El Real Plaza volverá a abrir.

Habrá descuentos de «solidaridad».

Habrá campañas de «reconstrucción con esperanza».

Habrá ofertas de «regreso seguro».

Y la gente volverá.

Con la misma sumisión con la que ministros y ayayeros rodean a Dina y “autoridades” políticas del Perú, aguardando las sobras.

Porque no sabemos hacer otra cosa.

Slavoj Žižek habló de la obscenidad del capitalismo, de cómo goza con su propio sadismo. El capital no solo explota y mata, también se burla de sus víctimas.

Así la música siguió sonando en las discotecas porque esa es la banda sonora del capitalismo: la estridencia que tapa los gritos de auxilio.

Las promociones seguirán llegando porque esa es la oferta del capital: descuentos sobre los escombros.

El Real Plaza volverá a operar porque ese es el chiste del capitalismo: vendernos el mismo ataúd con otro envoltorio.

Pero, por favor, no seamos ingenuos.

No habrá cárcel para nadie.

No habrá justicia para nadie.

No habrá reparación para nadie.

Lo único que habrá es una gran liquidación para olvidar.

La pregunta no es si volverá a pasar.

Por supuesto que volverá a pasar.

La pregunta es: ¿dejaremos que pase de nuevo sin hacer nada?

Si la respuesta es sí, entonces bienvenidos a su propia tumba.

Se llama Real Plaza y abre todos los días.

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