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Raymond Depardon, una leyenda de la fotografía y el cine en Lima

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Uno de los fotógrafos y cineastas más representativos de Francia se encuentra en Lima, el hombre que fotografió a personajes como John F. Kennedy y el Che Guevara llegó para inaugurar su exposición Le France de Raymod Depardon, que se está presentando en el Ministerio de Cultura.

La muestra de fotografía es extraordinaria, pero la organización de la inauguración fue un desastre. Se citó a los periodistas a las 4:15 p.m. para la conferencia de prensa, pero no fue sino hasta dos horas y media después, cuando apareció Ollanta Humala acompañado del presidente de Francia, François Hollande, que se pudo iniciar la inauguración.

Sabemos que a nuestro presidente no le interesa el arte ni la cultura, pero una cosa es dejar esperando al público y otra es que lo tengas que hacer esperar a Raymond Depardon, uno de los más importantes fotógrafos franceses contemporáneos, de 73 años.

Lo curioso de todo esto es que cuando el artista —uno de los grandes fotógrafos de Magnum Photos— quiso entrar a ver la exposición, automáticamente la jefa de prensa del Ministerio de Cultura le dijo que no. Que tenía que esperar al presidente “para cumplir el protocolo”. Bendito protocolo.

Raymond Depardon, junto a su esposa Claudine Nougaret, fueron llevados a una pequeña sala con algunos muebles, quizá en un intento por tranquilizarlos. Las horas seguían pasando y Raymond estaba inquieto sentado en un sillón blanco desde donde sus ojos azules miraban hacia todos lados, intentando tal vez buscar una explicación a tamaño desaire. Se ponía de pie, daba unos pasos, se acomodaba la cámara en el hombro y regresaba al sillón, pero el tiempo pasaba y nuestro presidente, Ollanta Humala, no llegaba.

Faltando diez minutos para las siete de la noche, el público se aglomeró en la puerta principal y la orquesta comenzó a sonar, no parecía música, más bien fue una percusión que reclamaba en conjunto, entre nota y nota, entre  codo y codo, y la seguridad empezaba a ponerse nerviosa.

Presidente Ollanta Humala y presidente de Francia François Hollande. Foto: Luis Estrella.

La noche de la inauguración fue extraña, torpe y silenciosa. La visita del presidente Ollanta Humala fue parecida, pero con la diferencia que fue al trote, como intentando evitar a los periodistas, y claro, Ollanta Humala tenía que evitarlos. Un par de horas antes la policía brasileña lo había mencionado en sus investigaciones sobre una supuesta coima de 3 millones de dólares, dinero que le habría entregado la empresa Odebrecht.

Luego de la tardanza y la extraña noche, pude conocer por fin a Raymond Depardon personalmente, hablamos de fotografía, especialmente sobre ese primer día en que  pudo sostener por primera vez una cámara fotográfica entre sus manos. Al recordarlo, su rostro se iluminó y una sonrisa traviesa encendió sus ojos azules, recordó el campo, su casa, esa niñez que marcó su vida y gran parte de su obra.

Depardon movía las manos mientras me hablaba, no me miraba a los ojos, más bien, era como si tuviera una pantalla frente a él, una enorme pantalla que miraba para recordar cada escena, un hermoso juguete de la memoria que le permitía nítidamente volver a respirar ese olor del campo, oír la voz de su padre y sentir las caricias de su madre.

“Sabes, creo que cuando dejé el campo y llegué a París, lo que me hizo avanzar fue mi orgullo, ese orgullo me ayudó a ir tras lo que buscaba, y desde la primera vez que tuve una cámara entre mis manos, supe que quería ser fotógrafo”.  Raymond se emocionaba recordando esos inicios, y sonreía con un gesto curioso, como un niño tímido.

Le pregunté ¿qué es una buena fotografía? Se quedó en silencio unos segundos y con fuerza soltó un torrente de palabras. Me dijo que los tiempos han cambiado, pero que una buena fotografía tiene una fuerza en la imagen que, al observarla, te permitía crear toda una historia sobre lo que pasó antes o después. Te permitía imaginar y te hacía pensar. “Eso, una buena foto te tiene que hacer pensar, sino te hace pensar, no es una buena foto” señaló.

Ahora está más animado, con ganas de conversar, se acomoda en la banca de madera y continúa moviendo los brazos por unos segundos, me mira y me dice “un buen fotógrafo tiene que ser como un boxeador, tiene que saber mover los pies y estar listo para el golpe, sí, para disparar, pum, pum”. Se emociona mientras me habla “hay que saber dar buenos golpes, conocer tu distancia, por ejemplo yo he visto anoche varios fotógrafos que estaban lejos, que no saben tomar fotos, que no entienden que hay que estar cerca para dar el mejor golpe”.

Muro de Berlín. Foto: Raymond Depardon.

“Muchos dicen que Depardon se pasó a digital, no es cierto, yo siempre digo que me pasé al color”. “Antes en mi época de fotorreportero hacía fotos a blanco y negro, y eso te permitía poder expresar sensaciones, en una foto para la prensa tenías que señalar algunas cosas, pero ahora necesito que mis fotos sean a color”.

En medio de su respuesta recordé que su filme de Giscard d’Estaing estuvo prohibido  durante 28 años, mi curiosidad fue creciendo, quería saber más de esa historia y le solté la pregunta ¿Por qué la prohibieron? Antes de contestarme arrastró una larga aaa… y me dijo que todo fue una confusión, que fue por un problema de sonido, que el expresidente de Francia Giscard d’Estaing la prohibió porque le pareció que la película tenía mucho silencio, y para esa época ver a un personaje político, solitario y en silencio, estaba mal visto. Pero siempre con una sonrisa volvía a responderme “lo acabo de ver hace un mes al expresidente, hablamos un poco, y estaba muy agradecido de la película, me dijo que la vio y le gustó mucho, me pidió disculpas”.

Sabía que gracias a su trabajo en la fotografía él pudo financiar sus filmes y ser libre, le pregunté cómo fueron esos años de trabajar en Magnum Photos, si imaginó que existía mucha competencia entre los fotógrafos de la agencia. No demoró en responderme soltando un “ufff, nos agarrábamos a empujones y codazos, todos querían tener la mejor foto, había muy buenos fotógrafos, pero sólo algunos tenían un ojo de oro, eran muy buenos, creo que yo tengo una buena mirada”.

Mientras reviso mis apuntes en el cuaderno me dice “hay gente que reniega de los celulares y piensa que eso les quitará el trabajo, yo no pienso que sea así para nada, todo lo contrario, ahora veo que hay una gran pasión por la fotografía, es como volver a esos años donde todo el mundo quiere tomarse una foto y mostrarla”.

Hemos hablado de todo un poco, me quedaría horas conversando con él, pero detrás de mí, esperan otros medios para hacerle la entrevista, fue una media hora que me contagió de esa pasión por la fotografía y el cine. Antes de irme le digo: entre Fellini y De Sica, ¿a quién eliges?, se queda pensando, moviendo la cabeza como esos perritos que adornan los autos y, apoyando su mano en su pecho, me dice: “Con los dos, a De Sica por su corazón, y a Fellini porque es como un fotorreportero, siempre experimentando cosas”.

No deja su cámara ni por un segundo, me doy cuenta que es como una extensión de su cuerpo, la sostiene de una forma especial, entre caricias, como una bella arma, un arma que admira y que le ha dado vida, alegría y una hermosa esposa, que lo espera con toda la paciencia del mundo sentada al otro lado de la sala.

 

La entrevista de este encuentro será publicado en la revista impresa Lima Gris 11.

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