El impresionante relato de Gaspar de Carvajal nos advierte de la tamaña labor de la mujer indígena, ellas conocían y adoptaban técnicas para guardar las carnes o pescados en vaciante o creciente; asimismo, eran las responsables de la buena producción de los sembríos de las chacras. Es decir, el hombre amazónico no padecía de hambre y desde ese enfoque se puede determinar lo adelantado que estaba el nivel de organización de los primeros pobladores de esta región, el buen uso que daban a las riquezas naturales, al bosque y al río, sobresaliendo la exuberancia de los platillos amazónicos.
Este pasaje histórico del siglo XVI, no hace más que recrear en la actualidad el legado y la importancia del perfil de la matriarca amazónica a lo largo del tiempo que se encuentra bien representado en la actualidad por Ramona Hualinga Mucushua, mujer Achuar de 68 años que vive en la comunidad de Nuevo Andoas, a orillas del río Pastaza, cerca a la frontera con Ecuador. Ella es madre de ocho hijos y esposa del primer Apu de la zona, Miguel Zúñiga, quien consiguió energía eléctrica y otras atenciones para su comunidad. Ramona, entre murmullos Achuar, nos cuenta que todos los conocimientos que ha adquirido fueron heredados por su madre cuando ella tenía 7 años de edad; basta contemplarla y escucharla, te contagia su vitalidad; su vibra esta protegida por el “Nunkui”, espíritu de la fertilidad de la mujer y la chacra, encargado de enseñar a la mujer Achuar a sembrar, como lo hace ella en su huerta llena de cultivos de plátano, macambo, cacao, piña, papaya, ají charapita, pijuayo, cocona y yuca. Escrupulosamente, ella sigue una costumbre Achuar, bebe todas las madrugadas la guayusa, que es una infusión de hojas de esta planta que tiene un contacto espiritual, que primero le limpia el cuerpo para luego llenarle de energía y darle las fuerzas para desenterrar las yucas, y con el cintillo en su frente carga a su espalda el cesto de chambira con la abundante cosecha; y así, emprende el recorrido con los pies descalzos por todo un camino cubierto de malezas, lleno de espinas, raíces y alimañas, que ella sabe sortear hasta llegar a su choza y empezar a preparar el masato para que beban sus hijos y nietos.
Ramona nos ha demostrado con una sonrisa y una paciencia prodigiosa, que los insumos, frutos y elaboración de potajes amazónicos son vastos y aún desconocidos por los citadinos, pues muchos de nuestros restaurantes repiten el estereotipo de la cecina con tacacho y el chaufa amazónico, siendo totalmente adverso a una realidad que se encuentra en las recetas de las mujeres indígenas que hasta ahora conservan dentro de su patrimonio alimentario, como son la misma guayusa, el tucupí, el casabe, el aradú, el shirumbi, el shibe, la shicana, el inchicucho, el uchu manga, el puchucuy y los diferentes envueltos en hojas, ahumados y parrillas entre otros platos elaborados. Todos estos secretos mencionados, Ramona ya transmitió a su nuera Soraida Silva y a su nieto Jean Pierre Zúñiga para que ellos continúen esa gran labor con sus demás generaciones.
Sin lugar a dudas, en casi toda la Amazonía peruana existen más “Ramonas” que no están visibilizadas por los diferentes entes del Estado o de los gobiernos locales; representativamente, ellas están arrinconadas en un cofre lleno de oro por la sabiduría invaluable que poseen en cuanto al modo alimenticio, costumbres, danzas, artesanía y cosmovisión. Por tanto, la academia o el Estado deberían primar un diálogo con ellas antes que desaparezcan aquellos saberes y que los gobernantes de Lima y de las regiones amazónicas den una mirada seria y atención profesional con personas técnicas que puedan recopilar e inventariar estas valiosas informaciones en la extensa Amazonía que cuenta con 51 pueblos originarios de los 55 que tenemos en el Perú.