Ayer la comisión de Relaciones Exteriores del Congreso archivó la ratificación del Acuerdo de Escazú ¿Es relevante el Acuerdo de Escazú para los peruanos? ¿Por qué su ratificación es defendida, con fervor, por ambientalistas y oenegeros? ¿Y por qué la oposición encarnizada de la CONFIEP y distintos grupos de poder?
Para hablar del Acuerdo de Escazú se debe escapar de los imaginarios creados por la CONFIEP y la élite tradicional peruana: “Es un atentado contra la soberanía”. Y también se debe desoir la perorata buenista de los ambientalistas y oenegeros: “Promueve el acceso a la información y la mayor participación ciudadana” Aquí ambos tienen la razón –a medias– pero ni los unos ni los otros defienden lo que dicen defender: los recursos naturales.
La Segunda Guerra Mundial dejó como corolario un pastel que la mayoría de países debió comer para afianzar las relaciones políticas internacionales: La Organización de las Naciones Unidas. Este sistema –que es una evolución de la Sociedad de Naciones, creada en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial– buscaba integrar y contener los impulsos totalitarios de algunas naciones, así como impulsar un discurso humanitario que ponderara los altos valores de los ciudadanos en el mundo: La Declaración de Derechos Humanos.
Este entramado de buenas intenciones con vinculaciones jurídicas multilaterales, ha tomado otros rumbos en nuestros días. En la actualidad el sistema multilateral de la ONU es un gran pulpo con poderosos tentáculos y a su calor sobreviven distintos elementos que han logrado enquistarse y formar parte de su burocracia renovable.
El acuerdo de Escazú proviene de estas fuentes, es satélite de este entramado multilateral. Sus defensores son la cúpula de los oenegeros, tecnócratas, políticos, periodistas, abogados de derechos humanos, lingüistas, sociólogos y antropólogos con contactos en organismos multilaterales. Toda esta farándula de vedettes con ideales “buenistas” suele bailar al ritmo de la política exterior. Y la política exterior, que debería servir a ideales democráticos de reciprocidad, entre ciudadanos de distintos países ha sido copada –en los sectores cercanos a su dirigencia– por recurrentes actores: consultores, oenegeros, tecnócratas y políticos asociados a ellos.
En el Perú esta cúpula oenegera proviene de diversas instituciones y entidades, teniendo como reina madre a la PUCP. Y es que, en grado sumo, de la élite PUCP y de otros espacios académicos provienen los abogados defensores de derechos humanos, los lingüistas, los antropólogos, los sociólogos y toda la retahíla de académicos que se amparan en la reivindicación de los pueblos originarios y en la defensa de los recursos naturales para medrar a su costa. Aclaremos algo; no todo académico de la PUCP, ni todo estudiante de esta universidad pertenece a este entramado. De hecho, el académico y el estudiante común de la PUCP –aquel que no tiene contacto y no tiene padrinos– ese que se ha enfeudado a sí mismo y ha endeudado a su familia con miras a una educación mejor, no es parte de este banquete.
El pensamiento progresista no es negativo ni debe ser denostado. Sin embargo, en el Perú la defensa de estos ideales es monopolizada por un grupo de amigos. De este club privado es que provienen los “altos cuadros académicos” que, desde hace varios gobiernos, vienen medrando en distintos ministerios, municipalidades y otro tipo de entidades. Y que recompensan con toda clase de puestos a sus allegados. Creando redes de contactos para medrar del Estado. De estas redes de amigos y recomendados provienen las políticas públicas ambientales, educativas y sociales –que no son negativas en sí mismas– pero que, monopolizadas, sirven como fuente de ingresos recurrentes, para estos académicos.
Esta es, muchas veces, la razón por la cual un estudiante de sociología sanmarquino pasa la mitad de su vida académica trabajando en un Mc Donalds, mientras lee a Bordieu o a Foucault por las noches. Al final de su periplo académico podrá disertar sobre la teoría de los campos; pero, en la práctica, su experticia radicará en distinguir una hamburguesa Mc Pollo de una Big Mac. Mientras que el estudiante perteneciente a la cúpula de la PUCP disertará sobre las conveniencias o inconveniencias de la próxima conferencia sobre el cambio climático, becado en alguna universidad extranjera.
Esta es la razón por la cual un lingüista de cualquier universidad de provincia acaba sus días como profesor, con mísero sueldo y mísero trato. Mientras un lingüista –de la élite de la PUCP– asesora en políticas públicas, desde su despacho en algún campus norteamericano.
Esta es la razón por la cual un antropólogo sin contactos termina sus días vendiendo libros en el Jirón Amazonas, mientras un antropólogo con contactos es asesor y consultor para algún ministerio.
El estudiante común de la PUCP, aquel que ya no puede seguir pagando sus boletas, ese que debe tomar tres carros para llegar temprano a la universidad no forma parte de este banquete. De esta fiesta sólo participan unos pocos elegidos y le hacen creer al grueso de los intelectuales, que todos ganan con los ideales del progreso.
Los ideales del progreso son positivos para la humanidad y no deben ser rechazados; la academia, el pensamiento democrático, la defensa del ambiente y las comunidades indígenas son indispensables, pero en el Perú una argolla académica tiene su monopolio. ¿Quiénes hacen las consultorías en materia ambiental, quiénes elaboran políticas públicas, quiénes viven y medran disertando sobre estos ideales? Una argolla. La argolla enquistada en la PUCP. Que opera en desmedro de los estudiantes sin contactos de la misma PUCP, que tienen que esperar, en el mejor de los casos, las migajas de algún profesor o de algún académico, que los convoque para algún proyecto.
A esta argolla le conviene que se ratifique el Acuerdo de Escazú: un acuerdo que promueve el acceso a la información, la participación ciudadana, el acceso a una justicia ambiental – lo cual es positivo en sí mismo – pero es monopolizado, de manera nada democrática, por esta élite intelectual. Ellos tendrán más trabajo y más fuentes de ingreso elaborando consultorías y ejerciendo la defensa de los derechos ambientales. Una argolla que se beneficia con los ideales de este acuerdo. Una cúpula que se siente muy cool y muy comprometida defendiendo a las comunidades indígenas y medrando a sus costas.
Del extremo opuesto, los que se oponen al Acuerdo de Escazú, forman parte de un combinado de múltiples colores.
El rostro visible de la oposición al acuerdo de Escazú, está capitaneado por la CONFIEP, la cual ha movilizado diversas asociaciones para enarbolar la bandera de la soberanía nacional y el respeto al pueblo peruano. La CONFIEP que, parasitariamente, ha exprimido el trabajo del ciudadano peruano y ha vaciado sus bolsillos lucha por la soberanía. La soberanía de sus intereses, debió decir. La soberanía de sus bolsillos.
Porque el interés de la CONFIEP y de los diversos tipos de minería es seguir esquilmando los recursos naturales. Sin filtros y sin reparos. Depredar el ambiente sin estudios de impacto ambiental. Penetrar y aprovecharse de los recursos naturales y de las comunidades indígenas, sin consultas previas. O invocar la consulta previa cuando los proyectos ya están en marcha, cuando las maquinarias ya han entrado hasta el fondo.
Para apuntalar sus intereses la CONFIEP y sus adláteres han recurrido a la politiquería, el engaño y la maquinaria de las falsas informaciones. Una fauna donde conviven en armonía los fujimoristas recalcitrantes, exacerbados religiosos y adoradores del dinero, empresarios sin escrúpulos, conservadores y autoritarios, apristas de mil caras, nostálgicos de las dictaduras, nacionalistas, promotores de valores tradicionales y distintas clases de reaccionarios.
A esta federación de diversas camisetas le conviene que no se ratifique el Acuerdo de Escazú: para que todo siga como está y puedan seguir medrando de los recursos naturales y de la mano de obra barata, sin filtro ni moderación. Sin perspectiva ambiental.
La preservación de los recursos naturales, la soberanía de la amazonía y la protección de las comunidades indígenas es simplemente un discurso para el auditorio, aquí ambos bandos pugnan por intereses venales. Son dos barcos piratas que navegan con bandera blanca y se enfrentan para defender sus lóbregos intereses. Pues como decía Armando Robles Godoy: En la selva no hay estrellas.