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Que el último apague la luz

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(Ficción)

Mientras entrevistaba al especialista que hablaba de mensajes ocultos y una secta satánica, en su mente circulaba la idea de salir corriendo del set de televisión y tomar un taxi para reencontrase con sus ex compañeros, quienes semanas antes habían depuesto sus labores en el canal de las estrellas.

Durante momentos buscaba con su mirada algún rostro conocido, pero no encontraba a nadie familiar que le explique lo que intentaba demostrar el invitado. Números y cuadros, y más números. Sus ojos se perdían en la oscuridad del set tratando de disimular el impulso por querer huir. Volvía nuevamente la mirada hacia el panelista y se preguntaba si hasta ese momento le quedaba algún amigo que le mande un mensaje de texto en ese preciso instante que le diga “Sal de ahí, flaca”.

Desde hace mucho tiempo había pasado una raya invisible y no había vuelta atrás.

El programa dominical había terminado; poco a poco las luces se fueron apagando dando lugar a siluetas, una de ellas la de la periodista. Un domingo más de mueca y desazón. De rostro contrito y grito guardado. De tres, dos…  y volver a personificar a alguien que le era completamente ajeno.

Ella había visto cómo sus antiguos compañeros la fueron abandonando y no escuchó, o no quiso escuchar, sus comentarios y reclamos. La línea editorial había sido prostituida a favor de una candidata que prometía libertad de prensa, pero lo primero que hizo fue acaparar la postura de la mayoría de los medios. No importa que su discurso ponga en vilo a todo un país, ella tenía que permanecer al frente dando la cara por todos los defensores de la democracia. Porque así se lo mandaban los de arriba, porque ella es una periodista a carta cabal.

Sin embargo su rostro cada domingo se va deformando como una pintura de Picasso, lejana y ausente a pesar de que su cuerpo intente articular a una mujer inquisidora.

Nuevamente las luces, las cámaras, y una voz que se adentra por su oído, recalcándole que los buenos son ellos y que tus acciones serán bien recompensadas más adelante. Tú sigue así, campeona, el peruano es olvidadizo te repite constantemente la voz. Tú sigue para adelante que a ti las críticas te resbalan, que para qué tener compañeros y amigos de años, eso no paga al fin de mes.

Y así pasa semana a semana, preguntándose si en algún momento esa pesadilla acabará algún día, mientras tanto el set cada vez le parece más y más grande por todo el vacío que dejaron sus colegas. Así permanecerá hasta que ella sea la última en quedarse, esperando que el último que quede en pie apague la luz.

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