Conocido como un país tranquilo, respetuosa de las normas e incluso sede del Tribunal de la Haya, ahora se ha convertido en el caldero donde miles de manifestantes salen a protestar rechazando las nuevas disposiciones que ha adoptado el Gobierno de ese país para combatir el contagio del Covid-19.
Las protestas callejeras se iniciaron el fin de semana, cuando el gobierno comenzó a aplicar las restricciones más duras desde el inicio de la pandemia, las cuales incluyen un toque de queda desde las 9 de la noche hasta las 4:30 de la mañana.
Es la primera vez que una medida de este tipo entre en vigor en los Países Bajos desde la Segunda Guerra Mundial y quienes la violen serán sancionados con una multa de unos US$115.
Los bares y restaurantes del país no abren desde octubre, mientras que las escuelas y los comercios no esenciales fueron cerrados en diciembre.
Los primeros desórdenes callejeros se reportaron el sábado y escalaron el domingo.
En la sureña ciudad de Eindhoven, los manifestantes lanzaron fuegos artificiales, rompieron las vitrinas de las tiendas y saquearon supermercados. Además, incendiaron lotes de bicicletas que usaron para levantar barricadas.
En Enschede, oriente del país, los manifestantes lanzaron piedras a las ventanas de un hospital.
En la ciudad de Urk, en la región norte, fue incendiado un centro de diagnóstico de covid-19, según informaron autoridades locales. El ministro de Salud, Hugo de Jonge, calificó este incidente como «algo que sobrepasa todos los límites».
En total, más de 250 personas han sido detenidas en todo el país.
La policía ha calificado estos hechos violentos como los peores en cuatro décadas.
Rutte los condenó como «inaceptables». «Lo que motivó a estas personas no tiene nada que ver con protestar, es violencia criminal y será tratada como tal», dijo.
Hasta este lunes, los Países Bajos habían registrado más de 966.000 casos confirmados de covid-19 y más de 13.600 muertes, de acuerdo con datos de la Universidad Johns Hopkins de Estados Unidos.