Odiar a MVL es un deporte nacional en Perú que se va extendiendo por Latinoamérica, y no solo entre la gente de izquierda. Calificado de racista, clasista (¿Qué esperaban? Es arequipeño), intolerante, neoliberal, españolista y hasta mal escritor por sus detractores, quienes cada año aumentan el número del prestigioso club de los antivargasllosianos.
Pues bien, Mario tiene un don más allá de su oficio de escritor, y es el de agente publicitario de sí mismo. Él ha hecho, y nosotros más, por su fama de lo que ninguno de los autores del boom logró jamás: ser conocido más allá del mezquino mundo de esos tipos que creen saberlo todo, a los que Marco Aurelio Denegri llamaba con acierto: cultileídos.
Mario el apóstata
Que alguien se cambie de religión en la familia siempre es algo que resulta molesto e incómodo para el resto de familiares, más aún si te sales de la iglesia de los escritores comprometidos. Mario tuvo al gran pecado de pasarse de la izquierda, una especie de socialismo existencial que vivió en su juventud (participó en su juventud de la célula comunista Cahuide), a la nueva secta de los neoliberales. Su apostasía comenzó en los convulsos años setenta, una época en que dudar del profeta Marx y el dogma de la Revolución Universal, siendo escritor latinoamericano, merecía la excomunión de los premios, los viajes y las reseñas de los amigos. Entonces ¿Cómo sobrevivió?
De haber empezado a dudar viviendo en la Jerusalén revolucionaria que era Cuba, la inquisición del pensamiento único le abría costado más de alguna tortura reeducativa; pero felizmente para él, dudar del marxismo lo ejerció desde la seguridad de Europa. Empezó con críticas al caso de Padilla y terminó con la pérdida de más de un amigo.
Pelearse con la Iglesia de la Izquierda y el pensamiento unidimensional, era en ese entonces para un escritor un auténtico suicidio editorial. Era perder nominaciones a premios jugosos, agregadurías culturales en embajadas en Europa de gobiernos amigos, y para más INRI perder editores, presencia internacional y demás oportunidades.
Para suerte de Mario, Mario era un muy buen escritor, pero eso no basta en la breve historia del éxito. Mario tuvo suerte, tenía a una mujer que no era su mujer, sino su agente, la todopoderosa Carmen Balcells. Sin ella, Mario habría sido otro cadáver en la cuneta. De modo que con ayuda de Carmen pudo sortear el bloqueo cultural que cualquier otro escritor de su generación no hubiera sido capaz de sortear y sobrevivir.
Sin embargo, un prejuicio político, que se acentuaría con los años, estigmatizó su percepción por parte de un público “comprometido”.
hombre, blanco y hetero patriarcal
Si en Latinoamérica hay una encarnación arquetípica del Hetero Patriarcado en el imaginario del circuito literario, sin duda ese es Mario Vargas Llosa.
Y bueno, cómo no serlo si hasta se metió con el lenguaje inclusivo. Pero más allá de ello hay un detalle.
Por encima de los feminismos, las mujeres jamás olvidan.
En un vídeo de la booktoker mexicana Nena Mounstro, que tiene la mejor cuenta en redes sobre chismes literarios que he encontrado, ella cuenta la archiconocida historia de la Tía Julia con Mario, la traición de Mario que cambia la tía por la prima de naricita respingada, para cincuenta años después, y sin roche, dejar a su esposa por la mamá de Enrique Iglesias (nótese cuan profundamente arraigadas han de ser mis taras heteropatriarcales que he reducido a estas tres mujeres ha su condición doméstica familiar de tía, prima y mamá de; en lugar de personalizarlas nombrándolas). Esto revela algo interesante, y es precisamente lo que queremos ver, es decir, dónde fijamos la atención.
Por encima de feminismos está y estará la sororidad. Las mujeres nunca perdonan una infidelidad, jamás la olvidan, va más allá de que sean de derechas o de izquierdas. Y en eso Mario se ganó al menos a la mitad del género humano en su contra, sea que se lo griten o se lo callen, pero ahí está esa animadversión.
Rancio, monárquico y antipatriota
Todavía se recuerda el encontronazo entre MVL y Octavio Paz en México cuando Mario, clásico en él, criticó con dureza al régimen del PRI, que llevaba más de medio siglo en el poder, llamándolo la dictadura perfecta. Obvio, Octavio se recontra picó, y se dió una de las discusiones más ricas y épicas de la literatura latinoamericana. ¿Por qué los escritores de ahora no tienen discusiones de ese vuelo? ¿Por qué las conversas de escritores deben siempre versar sobre sus libros? ¿En qué momento la literatura en LATINOAMÉRICA pasó de apasionante a aburrida?
Además de su sabida crítica a Cuba, Mario no ha hecho más que criticar, criticar y criticar gobiernos y hasta elecciones. Ha criticado a Chávez, nuestro Trump latino (está comparación no es para nada ideológica, sino más bien en torno a la actitud matonezca del populismo de Chávez y Trump), a Ortega, a los Kirchner, a Boric, incluso a Petro, quién es en estos momentos el más moderado de la izquierda contemporánea, y quién ni ha hecho (todavía) “méritos” para sus ataques. Y es que a veces Mario se pasa de ínfulas al pontificar sobre por quién deberíamos votar, como si todavía fuésemos menores de edad. Mario recuerda con esa actitud a los antiguos profes de colegio, que ya dan ganas de hasta hacer lo contrario solo por molestarlo (quizá es aquí donde encuentro mi propio inconsciente desencuentro hacia con Mario). No me sorprendería que mañana hasta diga por quién los cardenales deberían votar para elegir Papa en el próximo, esperemos lejano, cónclave. Ahora mismo inicia una cátedra en España sobre cómo votar (esto no es broma).
Cómo sea, además de las injerencias de Mario en la vida política de los países, Mario también es detestado, en especial en Perú por encabezar un movimiento de derecha que abandonó a su suerte apenas perdió las elecciones, y para colmo se nacionalizó español.
Están también sus posturas monárquicas en España que ya recolectan nuevos antifans. Pero también, si somos justos, sus críticas han ido dirigidas a su vez a los regímenes populistas de la llamada extrema derecha europea como Orban en Hungría, o su crítica a la todavía candidata al Elíseo, Marine Le Pen.
Lo bueno de Mario. Sí, lo tiene.
Y es su escritura.
El filósofo y managment español, Manolo Alcázar distingue entre el cómosoy y el quiénsoy. El cómo somos es como nos desenvolvemos en el mundo, es lo que ven los demás, lo que perciben. Pero, el quién soy es algo muy distinto, es nuestro interior y nuestra persona más íntima, nuestras motivaciones, creencias, sentimientos, es decir nosotros mismos. A ese quién soy solo puede acceder uno mismo y Dios, nadie más. Pero en el arte, a quien el escritor Juan Manuel de Prada llamó “la religión del sentimiento”, solo en el arte, el auténtico arte se manifiesta quiénes somos de verdad. Y nadie podrá negar, por más que se esmera Mario por caernos mal, el acierto de la pluma de Vargas Llosa, no de todas sus novelas, sino de esas que son elementales en todo librero latinoamericano. Porque si ha habido un escritor con una obra comprometida con los problemas de nuestras naciones, por encima de compromisos ideológicos, esa ha sido la obra de Vargas Llosa, no García Márquez, ni Paz, ni Cortázar o Fuentes.
Leer La ciudad y los perros es leer las estructuras de poder que se reproducen en un grupo de estudiantes a través de la institucionalización de la violencia. Leer Conversación en La Catedral es leer las raíces de la corrupción que se expanden hasta deformar la imagen misma de la paternidad (¡Coño! Ni García Márquez o Cabrera Infante tuvieron los huevos de ese final, de ese desenmascaramiento de la figura de Bola de oro). Leer La guerra del fin del mundo es leer los desencuentros entre ese país real, religioso, pobre, conservador y desesperado frente a ese país oficial, moderno y progresista (muy parecidos son los progresismos del s. XIX a los del s. XXI, solo que las actuales cambiaron a Europa por Canadá y las ciudades cosmopolitas de la costa este de EE.UU.), y de ese desencuentro emerge la violencia y el fanatismo mesiánico del Estado moderno y sus políticas.
Y todas esa novelas fueron escritas con algo más allá de la intención. Son historias humanas, se sienten, y si se siente, eso, mi hipócrita lector, eso es Literatura.
Toda esa obra vale un Perú, y hasta una Costa Rica. Ahí está el mejor Mario, y ahí está también quien es él, aunque solo sea un vistazo de unos cuantos cientos de páginas.
Independientemente a las causas de porque lo detestamos (envidia, resentimiento y un largo etcétera), Mario es un idiota al que no podemos ignorar. Y seguramente él lo disfruta más de lo que esperaríamos. Porque como dijo Oscar Wilde: lo importante es que hablen de uno, aunque sea bien… aunque sea bien.
Mario, tu para lo único para lo que sirves es para hacerte odiar. Y a veces, muy a veces, escribir.