No han ganado ninguna elección presidencial pero se las arreglan para siempre parasitar en el Estado. Con el tiempo los caviares se han convertido en los seres más vagos de la sociedad. No solo se han acostumbrado a conseguir mediante sus contactos, puestos en diferentes gobiernos de turno, ahora también han aprendido a organizarse para mover las redes sociales y convocar a marchas cuando les arrebatan el poder.
Los caviares en el Perú, creen que han nacido con el derecho a recibirlo todo. Dicen que sufren por los pobres, mientras se revuelcan entre champaña y queso Brie. Creen que saben de política y entienden el Perú, porque leyeron a Julio Cotler en la universidad. Alucinan que saben de arte, porque almuerzan con sus amigos de Corriente Alterna y van a alguna muestra del MAC. Consideran que conocen de cultura viva, porque trabajaron con Susana Villarán. Dicen que saben de gestión cultural, porque su ONG los llevó hasta Comas para conocer cómo era FITECA.
Pero hace más de una década, los caviares se dieron cuenta de que tenían que beber de la intelectualidad limeña, y aunque sus padres les decían que no pisen el centro de Lima, ellos se atrevieron a llegar a Quilca y pulularon en los bares donde los Poetas del Asfalto presentaban sus Fanzines. Allí debatieron sus ideas, entre botellas de cerveza y pan con jamón del norte al final de cada marcha. Pero también están los caviares que viven al margen de la bohemia de la Plaza San Martín, aquellos asiduos a Barranco o Miraflores, que discuten de historia y de Alemania Oriental, mientras levantan su vaso en la calle Berlín; o los que quieren ser funcionarios del Ministerio de Cultura, mientras tuitean desde Piselli o Juanito. Ellos creen que lo saben todo, pero en realidad no saben nada.
Los caviares también se creen periodistas, porque alguna vez escribieron en una revista desaparecida y olvidada por el tiempo. Están también los que han aprendido algunas palabras en quechua y las que se hacen trenzas mientras en su habitación contemplan la fotografía de Micaela Bastidas junto al poster de Maluma.
Hoy, lejos del gobierno, su trinchera es el Twitter y desde allí amenazan con su indignación y encienden las antorchas compartiendo mensajes que copian y pegan, y que ellos mismos se dan like y retuitean. Una actitud nausebunda entre vendettas y acusaciones. Se creen la reserva moral del país, pero apestan a indecencia. No hay que olvidar que estos caviares en los gobiernos de Valentín Paniagua, Alejandro Toledo y Ollanta Humala, alcanzaron su máximo esplendor.
Al final, esos caviares que, con aires intelectuales, dominaron la academia y las artes, están asustados. No solo temen estar fuera del círculo de poder, lo que realmente les asusta es tener que trabajar.
(Columna publicada en el diario La Razón)