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POR FALTA DE PALABRAS

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El destino es una línea recta e inflexible que nos domina y nos derrota, el azar una sucesión de puntos aleatorios que no podemos controlar, acaso simula la complejidad de un laberinto donde nos encontramos y desencontramos permanentemente ¿Dónde se ubica el amor?

EN EL LUGAR Y LA HORA PRECISA
«Por falta de palabras» es un cuento de Haruki Murakami ¿Te has encontrado de golpe con alguien que supiste que es tu pareja ideal?¿Qué hubieras hecho en ese momento? ¿Cómo hubieras iniciado la conversación? Esas son las preguntas que Murakami se hace a través de su breve y conmovedora historia.
 En una esquina muy concurrida un hombre se encuentra con la que sabe es la mujer perfecta para él. Su corazón late con velocidad, sus ojos clarean con una lumbre distinta. Son solo segundos y él no sabe qué decirle, cómo detenerla. Como es natural, ella se aleja para siempre.
Ocurrido el trance él descubre o imagina todo aquello que le hubiera dicho, pero es tarde. Le hubiera planteado precisamente que en alguna parte existe siempre la persona ideal que nos está destinada. Escribe Murakami: «Ella caminaba de este a oeste y yo de oeste a este. Era una bella mañana de abril.  Ojalá hubiera hablado con ella. Media hora hubiera sido suficiente: sólo para preguntarle acerca de ella misma, contarle algo acerca de mi, explicarle las complejidades del destino que nos llevaron a cruzarnos uno con el otro en esa calle en Harajuku en una bella mañana de abril en 1981». Murakami continúa: «Se sentaron en la banca de un parque, se tomaron de las manos y contaron sus propias historias. Ya no estaban solos. La maravilla de encontrar y ser encontrado operó como un milagro cósmico».
En el cuento del autor japonés, el deslumbrado joven sigue especulando y le plantea a la mujer: «Vamos a probarnos, sólo una vez. Si realmente somos los amantes cien por ciento perfectos, entonces alguna vez en algún lugar, nos volveremos a encontrar…»
La prueba era tan innecesaria como absurda. Debieron anclar el tiempo en ese preciso instante para siempre. Pero se sometieron al desafío. En alguna ocasión, ambos padecieron un mal que diluyó sus recuerdos. Catorce años después, «una bella mañana de abril, el joven caminaba de este a oeste, mientras que la joven lo hacía de oeste a este a lo largo de la calle del barrio de Harajuku en Tokio. Pasaron uno al lado del otro. El débil destello de sus memorias perdidas brilló tenue y brevemente en sus corazones». Ambos supieron:  «Ella es la mujer perfecta para mí. Él es el hombre perfecto para mí…» Pero se pasaron de largo, alejándose uno del otro, desapareciendo en la multitud para siempre.  Sin palabras…
Aquello que llamamos “azar” no es sino la ignorancia sobre la extraordinaria y compleja maquinaria de la causalidad, decía Borges. Al destino lo disfrazamos de azar aunque tenga la sustancia del milagro. Solo que muchas veces lo dejamos pasar.
En «Rayuela», de Julio Cortázar, Horacio Oliveira y La Maga son una pareja bastante peculiar, se citan pero nunca precisan el lugar del encuentro… no obstante siempre se encuentran. Donde caminen, en la alborada o en las noches densas, entre puentes y calles solitarias, se encuentran y cada coincidencia es un hallazgo en una ciudad de nueve millones de habitantes. «Nada es menos casual que la casualidad», habrá de decir Horacio.»Andábamos sin buscarnos pero sabiendo que andábamos para encontrarnos»
Vale decir que tal fortuna o infortunio se cernió sobre el mismo Cortázar cuando en una oportunidad rechazó citarse con una admiradora que había llegado desde Buenos Aires a París y a la que el escritor creyó nunca volver a ver. Era la mujer que cuajaba en sus sueños. Pero operó (como en la ficción) el mágico devenir del azar (o de la causalidad, según Borges). El autor deambulaba una tarde por las calles de París y en una esquina donde precisamente Horacio y La Maga se encontraron coincidió con aquella extraña admiradora. No se habían citado, pero la inexplicable ruta del tiempo los reunió en aquel preciso lugar. La ficción se trenzó brevemente con la realidad. Ella y él se miraron con estupor y fijeza, no supieron que decirse y siguieron su camino sin volverse a ver.

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