Por Márlet Ríos
Muy lamentable la situación del poeta y ensayista Percy Vílchez Vela en Iquitos. Vílchez, autor de varios libros y uno de los fundadores del grupo literario Urcututu, se encuentra en tal estado de abandono que puede pasar por cualquier mendigo callejero.
Hace unos años, el poeta piurano Armando Arteaga me contaba que algunos escritores provincianos debían vender sus libros para poder comer. Sin trabajo regular y acceso a la seguridad social, estaban a merced de la inclemencia de la realidad peruana y los imponderables.
En Lima, el poeta Guillermo Gutiérrez la pasa muy mal. Es uno de los fundadores del grupo Kloaka en 1982; desde hace varios meses, clama por cualquier ayuda voluntaria.
El poeta y periodista Gustavo Armijos, editor de la mítica revista La tortuga ecuestre, pasó los últimos años de su vida muy enfermo y viviendo en un hospicio. Algo parecido le ocurrió al extraordinario Francisco Bendezú, dos veces ganador del Premio Nacional de Poesía (en 1957 y en 1966), fallecido en enero de 2004.
¿El destino, caprichoso e indolente, se ha ensañado con los poetas peruanos? ¿A muchos les espera la suerte de Vallejo y Eguren?
Mientras tanto, nuestros representantes en el Congreso y en los gobiernos locales y regionales siguen disfrutando sus jugosas gollerías y prebendas ad libitum. En plena recesión económica y con los salarios congelados, el Ejecutivo acaba de aprobar un crédito suplementario de más de 50 millones de soles para gastos corrientes. Ciertamente, esta generosa medida no es gratuita. Deducimos cuál es la intención.
Hoy en día, la poesía peruana –sobre todo la reciente– está subsumida en lo pretencioso y lo pueril. Los cambios culturales y las nuevas tecnologías de la información y comunicación están redefiniendo el rol del escritor y han impactado profundamente en los poetas jóvenes. Algo está claro: sin el pensamiento crítico todo está perdido.
A pesar de la indolencia y la frivolidad imperantes, hay entre nosotros poetas emblemáticos como Juan Cristóbal, Feliciano Mejía, Leoncio Bueno, Rossella Di Paolo, Elvira Castro de Quiroz, Luis La Hoz, etc. Pertenecen a generaciones anteriores y a épocas en las que de las escuelas y de las universidades egresaban personas cultas, letradas. Sus bienes culturales han enriquecido nuestras vidas, de sempiternos lectores y amantes de la poesía. En un país donde los representantes, de todos los colores políticos, lucran impunemente y abjuran del bien común, un poeta peruano caído en desgracia es un indicador más de la desestructuración y la deshumanización de nuestra sociedad.