Opinión

Plastic semiotic, de Radu Jude (2021)

Lee la columna de Mario Castro Cobos

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¿Pregunta tonta? ¿Los juguetes tienen alma? O solo se las prestamos, si es necesario. ¿Pero no es verdad que siempre, o casi siempre, es necesario? ¡Pusimos tanto de nosotros en ellos! Oh juguetes, ¡grandes compañeros, que persisten en la memoria! ¡Están aunque ya no estén! ¡Guardianes de secretos! ¡Cuánto fue lo que aprendimos de nosotros, al jugar con ellos! Luego crecemos y nos apartamos de los juguetes; lo que no significa que el juego no continúe.

Teóricamente, Plastic semiotic resulta mejor que en la práctica, quiero decir que las bonitas y superabundantes imágenes concretas (los traviesos juguetes que nos dicen que somos juguetes), las vistosas composiciones (el juego adulto de mostrarlo todo con sorna), no están a la altura de las posibilidades latentes de la idea, sin despreciar para nada sus razonablemente ingeniosos resultados (no suficientemente punzantes, en mi opinión).

¿Pero cuál es la idea?  Creo que se trataba de ‘jugar hasta no jugar’, de jugar hasta romper el juego, de llegar a lo absolutamente incómodo, a lo nada divertido, a la crítica cruel de las costumbres, de la entraña del pacto social (donde nadie no es cómplice). Denuncia de la condición humana viene a ser una expresión algo antipática. Lucidez sin freno podría sonarle mejor a los muy sensibles.

Jude fabrica un juguete con juguetes, una sucesión torrencial de pequeñas escenas, ‘con cuadros plásticos vivos’, con situaciones más o menos tópicas y divertidas, abarcando las etapas o las edades de las que se compone la existencia humana. Persiste la sospecha, y a riesgo de reduccionismo hay que hacerse la pregunta. ¿Nos parecemos a los juguetes tanto como ellos se parecen a nosotros? Somos clichés que respiran, podemos ser esquematizados con bastante realismo como juguetes puntualmente colocados en acciones y posiciones…

La distancia cómica e irónica funciona a medias, los chistes no me producen mucho más que leves sonrisas. No se trata de demostrar nada, sino solo contemplarnos en el espejo de lo que ya sabemos… Cabe la pregunta siempre inquietante de cuán condicionados estamos. Biológica, genética, socialmente. Si nuestros modelos de representación no serán apropiadamente, sin exageración alguna, juguetes o muñecos, si somos, en suma, máquinas biológicas.  Lo que no deja de ser interesante.

Como afirmaba Oscar Wilde, el arte no refleja a la vida sino al espectador.

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