Hablar del Ulises de James Joyce, es emprender un recorrido a un lugar que no tiene retorno, más aún, si como lectores nos vemos envueltos en sus recurrentes enigmas. Por otro lado me atrevo a creer que el propio Joyce escribió esta obra surrealista de 600 páginas en su primera edición de 1922, llegando incluso alcanzar las 1000 páginas en las siguientes ediciones; para complicarles la vida a esos estudiosos y críticos “respetados”, para que así tardasen siglos en poder descifrar la complejidad del texto y poder finalmente descubrir lo que él quiso decir. Pues, se ha extendido la fama de que quién lee en su totalidad el Ulises, es ya un consagrado lector culto, literariamente hablando. Hasta cierto punto esta afirmación parece razonable en la medida que un experimentado lector logre lidiar con las dificultades que irá encontrando en cuanto se adentre en la trama, no sin antes mencionar que le tomará muchos meses.
El titulo “Ulises”, está inspirado en la Odisea de Homero y en todo el recorrido del libro se encontrará una correlación entre las dos obras. La historia aparentemente es sencilla, pues narra las aventuras de Leopold Bloom (publicista judío), Molly Bloom (su mujer) y de Stephen Dedalus (un joven poeta), personajes claves para la vida del autor. Aunque la historia se desarrolla precisamente en Dublín, y en un solo día, el 16 de junio de 1904, la trama se dividió en 18 capítulos o episodios que no dejan de ser complejos, pues nos desorienta en todo momento, encontrándonos con diferentes géneros como la tradicional narrativa, hasta toparnos con la crónica periodística, la leyenda, la investigación científica, el teatro y el relato onírico. Así, Joyce emplea un estilo diferente para cada capítulo, pero se identifica mejor con la técnica narrativa del “monologo interior” el mismo que manifiesta los pensamientos de los personajes sin una secuencia lógica, lo cual se convierte en todo un reto para el lector, además de emplear términos y significados nuevos en diferentes idiomas como el italiano, inglés, español y el francés. En cuanto al pueblo de Dublín, solo se lo menciona sin adentrarse en la descripción detallada, lo que constituye un recurso atípico en las técnicas narrativas.
Sin duda que es menester obligatorio de parte del lector, tener un bagaje cultural a la altura de Joyce, pues el texto se encuentra nutrido de múltiples referentes geográficos, literarios, filosóficos, sociales e históricos, que hacen que la comprensión de su lectura sea mayormente dificultosa.
En suma, es tentador el reto de emprender su lectura y relectura, empleando meses y años; empezando en la época escolar aunque no sea comprensible, y continuar luego en la época universitaria, hasta poder releerla cuando se es padre o abuelo, quizá para poder crear un mundo paralelo al de los personajes, en lo que probablemente y sin duda lograrán convertirse en nuestros álter egos. Lo mismo nos sucede a muchos de nosotros con El Quijote, que nos acompañará hasta nuestros últimos días.
Sin ánimo de agobiar a los próximos lectores, vale mencionar que existe una versión cinematográfica del Ulysses, dirigida en el 2003 por el director Sean Walsh. La película explora el lado humano de los personajes, como el Leopold Bloom hombre, Molly Bloom como mujer y Stephen Dedalus como un hombre joven; y en especial el sentido del humor de Joyce. De seguro que quien primero verá la película, creerá estar preparado para la novela, cosa totalmente inverosímil, porque el texto casi no podrá descifrarse del todo; pues la visión de Walsh es un extracto meramente personal. Pero en caso que se animen, ya saben que la encontrarán en Polvos Rosados en el puesto de Raffo que ya es todo un crítico, o en el pasaje 18 de Polvos Azules.
Y si no quieren complicarse con la lectura de esta obra universal, empiecen con el libro de relatos “Dublineses” (1914), un texto realmente digerible y realista, yo diría que autobiográfico, en el que James Joyce emplea una mirada crítica hacia la sociedad irlandesa de principios del siglo XX.