Quién diría que la ciudad de Jauja en el Valle del Mantaro, fue considerada en 1534 como la primera capital del Virreynato del Perú. Francisco Pizarro y su equipo de conquistadores embelesados por la abundancia de recursos que habían dejado los Incas en la pequeña población, quisieron en un primer momento convertirla en el centro de la nueva gobernación. Sin embargo luego, decidirían desistir de la idea. Mediante una reunión de Cabildo y de manera democrática acordaron trasladarse a los llanos de la costa por ser cercano al mar. Finalmente, el valle de Lima fue el elegido por ser fértil además de tener un clima variado.
Fue así, que el 18 de enero de 1535 Francisco Pizarro fundó la ciudad en el valle del Rímac, denominándola oficialmente La Ciudad de los Reyes, aunque al poco tiempo se llamaría Lima hasta la actualidad.
Pasados cuatro días de su fundación, se instauró el Cabildo de Lima, el 22 de enero de 1535, cuyos primeros alcaldes fueron Nicolás de Rivera y Laredo “El Viejo” (1487-1563) y el capitán Juan Tello de Guzmán. Ellos se encargaron de administrar las ciudades que pertenecían al virreinato, y estuvo conformado además del alcalde, por 18 corregidores y algunos funcionarios específicos, que primero fueron elegidos a dedo, y posteriormente se subastaron en venta los mismos cargos.
Inicialmente, el Cabildo se instaló en la Casa de Pizarro, para funcionar luego en la casa de los Oidores (Andrés de Cianca y Pedro Maldonado), hasta que a los pocos meses se trasladó al terreno que actualmente ocupa el Palacio Arzobispal, quitándole así algo de espacio a la Catedral. Pero, finalmente en 1548 el Cabildo de Lima, luego de recorrer por la Plaza Mayor, terminó instalándose permanentemente en el lado oeste de la misma, en la propiedad de Hernando Pizarro, que hasta el día de hoy es conocido como el Palacio Municipal.
Su construcción desde 1549, fue muy accidentada, pues luego se desplomaría por sus débiles estructuras, y tuvo que requerir de una reconstrucción, con estrados de madera y otros decorados. Pero con el devastador terremoto del 28 de octubre de 1746, casi todas las casonas coloniales incluido el Cabildo quedaron destruidas. Así, se reconstruyó nuevamente una y varias veces aún después de la Independencia del Perú.
Lima surge así como una nueva Sevilla, para los virreyes y funcionarios que estaban lejos de Castilla que requerían de una atmósfera andaluza para desarrollar su poderío en un nuevo contexto.
En ese sentido, la ciudad de Lima posteriormente se esforzó en conservar su encanto, arquitectura y elegancia, hacia finales del siglo XIX. Pero ¿qué pasó en el siglo XX?, aunque no deberíamos cuestionar la primera mitad, los años veinte, en plena época del Palais Concert, en el jirón de la Unión. Así, la ciudad supo mantener una magia artística a raíz del desenvolvimiento y surgimiento de una clase intelectual que le dio ese barniz de ensueño, y que al transcurrir de las décadas se fue gastando. Muchos afirman que una de las razones más contundentes fue la migración provinciana hacia la capital; pero otros, más objetivamente opinan que simplemente se perdió la capacidad de gestión de los burgomaestres de turno, que nunca apostaron por la tradición de su pueblo y que lo abandonaron a su suerte. A pesar de que en los años de la República tuvimos buenos alcaldes como Federico Elguera (1901-1908), Guillermo Billingurst (1909-1912), Nicanor Carmona 1913-1914 (bisabuelo de Alberto Andrade) y Luis Miroquesada de la Guerra (1916-1918), cuyas administraciones edilicias fueron realmente impecables y sociales. Hoy al Cabildo de Lima se lo conoce con el nombre de Municipalidad Metropolitana de Lima, y al parecer, muchos de los aspirantes que postulan para su conducción, lejos de administrar reformas, remozamientos, e innovadores proyectos a favor de la ciudad de Lima, lo hacen para poder ser catapultados hacia un poder político que en muchos casos termina por conducirlos hacia el sillón presidencial.