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PLACERES ONÍRICOS: CUENTO “EL HOMBRE-LOBO”

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CUENTO “EL HOMBRE-LOBO”

Escribe Luis Chávez


María de Francia, fue una poeta, e intelectual notable para su época, nació en la isla de Francia y vivió en Inglaterra a fines del siglo XII. Nadie sabe exactamente cuando fue su nacimiento y su muerte, aunque su nombre se ha deducido de una de sus relatos en que menciona: “Marie ai nun, si sui de France…” que en español se traduce como; “Mi nombre es María, y soy de Francia…”  sus obras han sido fechadas entre el año de 1160 a 1215, y el relato que viene a continuación, es una fabula de horror que refleja el trasunto de la sociedad de aquella época medieval, con un ritmo adecuado que nos mantiene en vilo, hasta trasladarnos a un desenlace algo inesperado.

 

El hombre –lobo

María de Francia

 

Puesto que he decidido contar lais, no quiero olvidarme de El hombre-lobo. Bisclavret es el nombre en bretón; los normandos lo llaman Garwaf (Garou). Se podía oír hace tiempo e incluso con frecuencia ocurría, que ciertos hombres se convertían en lobos y habitaban en los bosques. El hombre-lobo es bestia salvaje. Mientras está rabioso, devora hombres, produce grandes daños yendo y viniendo por la espesura. Pero dejemos este asunto. Os quiero hablar de uno de ellos en concreto.

Vivía en Bretaña un barón. De él he oído grandes alabanzas. Era bello y buen caballero, y se conducía noblemente. Era muy amigo de su señor y todos sus vecinos lo querían. Se había casado con una mujer de elevada alcurnia y agradable semblante. Él la amaba y ella le correspondía. Una cosa, no obstante, molestaba a la dama, y es que cada semana perdía a su esposo durante tres días enteros, sin saber qué le acontecía ni adónde iba. Ninguno de los suyos sabía nada tampoco.

En cierta ocasión en que volvía a su casa, alegre y contento, ella le ha interrogado:

-Señor, -le ha dicho-, hermoso y dulce amigo, desearía preguntaros una cosa, si me atreviera a ello, pero temo vuestra ira. ¡No hay cosa que más tema en el mundo!

Cuando él la hubo oído, la abrazó, la atrajo hacia sí y la besó.

-Señora, -dijo-, preguntad. No hay pregunta a la que yo no quiera responderos, si sé hacerlo.

Respondió ella:

-Por mi fe, ¡estoy salvada! ¡Señor, tengo tanto miedo los días en que os separáis de mí! Siento gran dolor en el corazón y tan gran temor de perderos que si no obtengo consuelo de inmediato, creo que voy a morir pronto. Decidme adónde vais, dónde os halláis, dónde permanecéis. A mi parecer, tenéis otro amor y, si es así, cometéis grave falta.

-Señora, por Dios, gran mal me vendría si os lo digo, pues os alejaría de mi amor y yo mismo me perdería.

La dama, al oír esto, no lo ha tomado a burla. Tantas veces le repite su pregunta, tanto lo mima y adula que él termina por contarle su aventura, sin ocultarle nada.

-Señora, yo me convierto en hombre-lobo. Me introduzco en el bosque, en lo más profundo de la espesura, y allí vivo de presas y rapiñas.

Cuando le hubo contado todo, ella le preguntó si se desnudaba o iba vestido.

-Señora, -dijo él-, voy completamente desnudo.

-Y decidme, por Dios, ¿dónde dejáis vuestras ropas?

-Señora, eso no lo os diré, pues si llegase a descubrir que he perdido mis vestiduras, hombre-lobo sería para siempre, y nadie podría ayudarme hasta que me fuesen devueltas. Por eso no quiero que se sepa su paradero.

-señor, -replicó ella-, os amo más que nadie en el mundo. No debéis ocultarme nada, ni dudar de mí en ningún momento. Así, ¿qué amor me mostraríais? ¿Qué mal os hecho yo, qué pecado he cometido para que dudéis de mí? Bien será que me lo digáis.

Tanto lo presiona, tanto lo asedia que él no puede hacer otra cosa que decírselo:

-Señora, a la entrada del bosque, junto al camino por el que voy, existe una vieja capilla que a menudo me presta buenos servicios. Allí hay una enorme piedra hueca, bajo un matorral. Dejo mi ropa en esa oquedad, bajo el arbusto, hasta que vuelvo a casa.

La dama oyó esta maravilla y palideció de terror. La aventura la había llenado de espanto. A partir de entonces no pensó en otra cosa que en escapar de su compañía, pues no quería dormir más a su lado.

Un caballero del país la había amado antiguamente, le había suplicado, requerido y servido durante mucho tiempo. Ella no le había correspondido nunca, ni le había dado la menor esperanza. Pero ahora le envió un mensaje, descubriéndole su corazón: “Amigo, -le decía-, estad contento: aquello por lo que penáis, os lo ofrezco sin dilación. No opondré resistencia alguna. Os otorgo mi amor y mi cuerpo. ¡Haced de mí vuestra amante!” Él se lo agradece vivamente y le toma la palabra. Ella le hace jurar que cumplirá sus órdenes. Después le cuenta cómo su esposo se marchaba y en qué se convertía. Le enseña el camino que toma para ir al bosque, y lo envía a buscar sus vestiduras.

Así fue traicionado el hombre-lobo, y vendido por su mujer. Como desaparecía a menudo, todos pensaron, como era de esperar, que se había ido para siempre. Se le buscó, se preguntó por él, pero no se le pudo encontrar y se dieron por terminadas las pesquisas. Entonces la dama se casó con quien la amaba desde hacía tanto tiempo.

Así transcurrió un año entero, hasta que el rey fue un día a cazar. Se encaminó hacia el bosque donde se encontraba el hombre-lobo. Los perros, una vez sueltos, le han descubierto. Canes y cazadores le persiguieron todo el día, tanto que ya van a darle alcance y destrozarle con sus garras. En cuanto la bestia ve al rey, corre en su busca implorando su merced. Se acerca a su estribo, besa pie y pierna del monarca. El rey, al verle, siente gran miedo, y llama a todos los acompañantes.

-Señores, -dice-, acercaos. ¡Mirad que prodigio, cómo se humilla este animal! Piensa como un hombre, suplica mi favor. Haced retroceder a los perros, preocupaos de que nadie lo hiera. Este animal tiene entendimiento y buen sentido. Daos prisa, vámonos. Concedo mi perdón a la bestia: no cazaré hoy más.

Dicho esto, el rey vuelve a la corte. El hombre-lobo lo acompaña, se coloca a su lado, no tiene intención de abandonarlo. El monarca, muy satisfecho, le lleva consigo a palacio: jamás había visto cosa igual. Lo considera una gran maravilla y se ha encariñado con él. A todos los suyos ha ordenado que, por su amor, lo cuiden bien y no lo maltraten, que no reciba herida ninguna, que le den de beber y comer. Ellos lo cuidan con mucho agrado. Va a tumbarse todos los días entre caballeros, cerca del rey. No hay nadie que no lo aprecie: tan bueno y apacible es que nunca intenta hacer ningún mal. Allí donde va el rey, él sigue, jamás lo abandona, pues se ha dado cuenta de que el monarca también lo aprecia a él.

Oíd lo que ocurrió después. Con el fin de celebrar cortes, el rey había convocado a todos sus barones con feudo, para animación de la fiesta y para su mejor servicio. Allí fue, ataviado con ricas y hermosas vestiduras, el caballero casado con la esposa del hombre-lobo. Poco imaginaba aquél que iba a tener a éste tan cerca.

Tan pronto como llega el palacio es visto por el hombre-lobo quien, con gran impulso, corre hacia él, lo coge con sus dientes y lo arrastra. Mayor daño aún le habría causado, de no ser porque el rey lo llamó, amenazándolo con una vara. Dos veces aquel día intentó morderle. Casi todos estaban muy extrañados, pues nunca se había comportado de esa manera a la vista de ningún hombre. Toda la casa comenta que algún motivo ha de tener su agresión; que el caballero, de una forma u otra, ha debido dañarle, pues que él desea vengarse.

En aquella ocasión no pasó más. Cuando acabó la fiesta, se despidieron los barones y retornaron a sus casas. Entre los primeros, partió el caballero a quien el hombre-lobo había atacado. No es maravilla que lo odie.

No pasó mucho tiempo, tal es mi opinión, sin que el sabio y cortes monarca volviese al bosque donde había encontrado al hombre-lobo. Éste lo acompañaba. Al terminar la cacería, la corte buscó albergue en la región. La ex mujer del hombre-lobo, al saberlo, se adornó con extremo cuidado y, por la mañana, fue a hablar con el rey, llevándole un rico presente.

Cuando el hombre-lobo la ve venir, nadie puede retenerlo: corre hacia ella rabioso. Oíd lo bien que se vengó: le arrancó la nariz de un bocado. ¿Qué mayor daño podía hacerle? Por todas partes lo amenazan por su acción; lo habrían hecho mil pedazos si un hombre sabio no hubiese dicho al rey:

-Señor, escuchadme. Este animal ha vivido con vos, no hay nadie de nosotros que no lo haya visto detenidamente y no haya estado mucho tiempo a su lado. Jamás tocó a hombre alguno ni cometió ninguna felonía, fuera del ataque contra la mujer aquí presente. Por la fe que os debo, creo que tiene algún motivo de irritación contra ella y contra su marido. Ésta es la esposa de aquel caballero a quien tanto queríais que se perdió hace tanto tiempo sin que sepamos nada de él. Someted a tortura a la dama, a ver si os confiesa alguna razón por la que este animal pueda odiarla. Hacedle decir todo lo que sepa. ¡Han ocurrido tantas maravillas en esta tierra de Bretaña!

El rey sigue su consejo. Detiene al caballero y prendiendo a la dama, la somete a gran tormento. Tanto por el dolor como por miedo ella terminó contando todo lo relativo a su antiguo esposo: cómo lo había traicionado y le había arrebatado su ropa, la aventura que él le había contado, en que se convertía, adonde iba, y cómo no se había visto en la región desde que le hubieron quitado los vestidos; bien pensaba ella que el animal fuese el hombre-lobo en cuestión.

El rey le exige entonces que traiga las vestiduras. Quiéralo o no, la dama las hace traer y entregar al hombre-lobo. Cuando se las ponen delante, él no les presta atención.

En ese momento, el sabio que había aconsejado al rey, le dijo:

-Señor, no lo estáis haciendo bien. Por nada del mundo querría el hombre-lobo vestirse ante vos ni cambiar ante vos su apariencia bestial, pues siente mucha vergüenza. Hacedle llevar a vuestras habitaciones y dejarlo allí con su ropa. Después de transcurrido un buen rato, veremos cómo se convierte en hombre y regresa.

El rey en persona le condujo, cerrando tras él todas las puertas. Al cabo de un cierto tiempo, volvió a su cámara, llevando con él a dos barones. Entran los tres y encuentran, sobre el mismo lecho del monarca, al caballero que dormía. El rey corrió a abrazarle, besándolo más de cien veces. Una vez que se hubo repuesto, le devolvió todas sus propiedades y más que no me detengo a contar. En cuanto a la mujer, el rey la expulsó del país. Con ella partió el que había traicionado a su señor. Tuvieron muchos hijos  bien conocidos por su apariencia y rostro: la mayoría nació y vivió sin nariz.

La aventura que habéis oído es verdadera, no lo dudéis. Para guardar de ella una eterna memoria fue compuesto un lai, titulado El hombre-lobo.

FIN

“Bisclavret”, Lais, siglo XII


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