Alguna vez me hablaron de un poeta y periodista peruano que llenaba los teatros en Madrid, en especial en los entreactos, en que se daba tiempo para conferenciar con verbo embelesante. Felipe Sassone Suárez (Lima, 10 de agosto de 1884 – Madrid, 11 de diciembre de 1959), de padre italiano y madre española, antes de dedicarse a las letras y la música que fueron su gran pasión; estudió en la Universidad de San Marcos Filosofía y Medicina para luego abandonarlos por el arte de escribir. De hecho fue un gran aficionado a la “fiesta brava” pues empezó escribiendo crónicas taurinas en algún diario limeño con el seudónimo El Nene.
Mientras aún joven, viajaba por el mundo, empezó en Italia dedicándose al canto de ópera, como barítono, para luego transitar en el mundo bohemio de París, y afincarse finalmente en Madrid. Época en que simultáneamente en Latinoamérica, y en especial el Perú, se consolidaban nuestras figuras del modernismo.
Antes de dedicarse de lleno al teatro, como autor y director de compañías teatrales; publicó algunas novelas largas, como Almas de fuego (1907); Viendo la vida (1908); Vórtice de amor (1908), La espuma de Afrodita (1916), entre otras.
Sus poesías modernistas también destacaron, como las que se encuentran en “Rimas de la sensualidad y el ensueño” , qué muy efusivo leyó alguna vez en el Ateneo de Madrid (1910); o la que da título a “La canción del bohemio” (1917). Posteriormente publicó la que contendría casi toda su obra poética “La canción de mi camino” (1954).
Sassone, en su faceta de actor, conoció a Carlos Gardel en Buenos Aires en 1918, donde presenció su actuación a dúo con Razzano. Luego volvería a encontrarse con él en los estudios de grabación de Joinville, cuando lo contrataron como “dialogman” (hombre de diálogo) para la película Espérame, protagonizada por el famoso cantor y Goyita Herrero. Entonces describió su encuentro con fina pluma…”No había pasado día por él. Todavía el pelo negrísimo, untado por los peluqueros de París, sobre la faz tersa de indio blanco, que perenniza la juventud. Y los ojos penetrantes y los dientes carniceros de Don Juan. Se había afinado, estilizado, relamido, agalanado, como un amoroso de comedia. Parecía un gigoló, un bailarín profesional de cabaret aristocrático. Pero cono la mayor parte de los que son desenvueltos y graciosos en la vida particular, cuando trabajaba ante el lente de la cámara, se volvía serio de miedo, torpe y rígido. Costaba mucho hacerlo hablar. Pero era estudioso y voluntarioso”. Tras el rodaje de Espérame, Sassone volvió a ser requerido por los estudios Paramount de París para la película “Melodía de Arrabal” en la que encarnaría a un empresario de teatro, y Gardel haría el papel de un cantor y jugador de cantina de nombre Roberto Ramírez.
Antes de su muerte, publicó sus memorias “La rueda de mi fortuna” por (Madrid: Aguilar, 1955). Aquí, un breve pasaje algo matemático y fascinante a la vez, extraído de algún museo literario: págs. 39-41.
Aquel año de 1896, duodécimo de mi edad, cuando publiqué mi primera cosa en un periódico, me interesé también por las matemáticas. Me disgustaban profundamente; pero un día, el profesor de álgebra del colegio empezó así su lección:
-Un gavilán pasó volando por delante de un palomar, y saludó: “adiós, mis señoras cien palomas”. Y una de ellas le respondió: “No somos ciento; pero nosotras, más nosotras, más la cuarta parte de nosotras, más usted, señor gavilán, sí somos ciento. ¿Cuántas eran las palomas? ¿Alguno de ustedes sabe decírmelo?
Un muchacho que estaba a mi lado se puso en pie, como impelido por un resorte.
-Yo sabré.
– ¿Sabrá usted?- preguntó el profesor.
-En cuanto resuelva la ecuación – contestó con desparpajo el alumno- . Porque se trata de una ecuación de primer grado con una incógnita.
-Salga usted a la pizarra.
-Pedro Antonio Heredia –así se llamaba el alumno, se llama aún-esgrimió la tiza y dijo:
-El número de palomas es lo que queremos saber, y es por ahora la incógnita.
Y escribió:
X+X+X/2+X/4+1=100
Quitó el uno de la proposición; redujo la igualdad a 99 y comenzó las operaciones. El primer término se iba reduciendo; la incógnita se iba separando de los números; la formula era cada vez más pequeña, y al fin la X se quedó sola, a la izquierda, y a la derecha, después del signo= apareció el número 36.
-Son las palomas-afirmó Heredia-, y saludó al profesor con una pirueta de acróbata de circo.
Toda clase aplaudió.
Aquello había sido buscar lo desconocido, descubrirlo poquito a poco, encontrarlo después de haberlo perseguido como una ilusión y a mí me pareció un encanto.
-Oye, Perico Antuco- le dije en el recreo a mi amigo-
¿Quieres venir a casa a darme paso de matemáticas?
-¿Me lo darás a mí de literatura?
Aquella noche vino Pedro a mi casa de la calle de la Minería, y vino muchas noches más, y pasábamos dos horas de provechosa y alegre intimidad. Él me decía en la ocasión propicia.
-No te olvides, Felipito. En todo triángulo a mayor lado se opone mayor ángulo, y los tras ángulos de un triángulo, aún los equiláteros, suman siempre dos rectos.
Y yo a él:
-Te presenté, Perico, que cuando el verbo ser es copulativo, concierta con el predicado nominal y no con el sujeto. En El Quijote encontrarás ejemplos de esta concordancia: “Todos los encamisados era gente medrosa.” Era y no eran, fíjate bien. “La demás chusma del bergantín son moros y turcos.” Repara en esto: son y no es.
Un criado negro nos traía chocolate o refrescos, según la estación. Bebíamos repitiendo entre sorbo y sorbo. Él:
-Pleonasmo, hipérbaton, metonimia, epanadiplosis…
Y yo:
-Isósceles, escaleno, hipotenusa, paralaje…
-¡Mira qué epanadiplosis!-¡Mira que paralaje!
Nos reíamos a carcajadas. Al filo de las doce se despedía…