Arte Urbano

PLACERES ONÍRICOS

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HABÍA UNA VEZ… UN CRISTO MORENO

Por Luis Chávez A.

Alrededor de las 14.45 horas de hace 355 años, precisamente, el 13 de noviembre de 1655 un devastador terremoto sacudió Lima y Callao, ocasionando una catástrofe que derrumbó todas las viviendas y templos de la colonia, cobrando miles de vidas mortales. Pero lo más sorprendente de este hecho es que en la zona de Pachacamilla (zona oeste de la ciudad, llámese el Cercado) existía una cofradía de negros, la cual perdió todas sus paredes a causa del movimiento telúrico, y solamente una pared del galpón quedó intacta a pesar de ser  de adobe. En esa pared se erigía la imagen de Cristo en la cruz. Tal imagen la pintó un esclavo de Angola, cuyo nombre no pudo ser registrado por la historia, aunque muchos dicen que se llamó Benito, y según Porras Barrenechea su nombre era Pedro Dalcón; y la pintó entre 1650 y 1651.

A raíz del suceso, la población de Pachacamilla aumentó su devoción hacia la imagen, y llegaban constantemente a rezar sus plegarias y a dejar flores como ofrenda al pie de la imagen. Hasta que en septiembre de 1671, el Virrey Fernández Castro (Conde de Lemos) autorizó su culto oficial y ordenó la instalación de una ermita para celebrar la primera misa oficial ante las autoridades  civiles y eclesiásticas, de lo que se llamaría en adelante el Santo Cristo de los Milagros.

Pero, a los 32 años de ocurrido el terremoto del año 55, exactamente el 20 de octubre de 1687 a las 04.45 horas, otro implacable terremoto arrasó la ciudad de Lima y el Callao, esta vez con mayor intensidad, y luego vendría una fuerte réplica que no se dejaría esperar, además de un Tsunami con olas de hasta diez metros que destruyeron en su totalidad el puerto del Callao dejando un saldo de 600 muertos.

Nuevamente se vivió un suceso milagroso o increíble, pues en Pachacamilla, la ermita instalada en honor al santo Cristo, se desplomó; y una vez más la pared que contenía el mural del crucificado, quedó intacta.
A partir de allí, el Vizcaíno Sebastián de Antuñano (1653-1717), ordenó en su calidad de cuarto mayordomo y respaldado por las autoridades eclesiásticas, la confección de una copia fiel al mural para salir en andas por las calles. Es así que nace la Procesión al Señor de los Milagros.

Hoy en día, cientos de miles de fieles acompañan por las calles, al Señor de los Milagros todos los años en el mes de octubre, llamado “también mes morado”.

La historia de este importante culto que hoy tiene trascendencia internacional, yo diría que es fascinante; pero en lo personal, si bien respeto la trascendencia de esta tradición; no me considero un seguidor, fiel, o simpatizante de la misma. A pesar de que mi padre en vida, fue como una especie de socio honorario de la sexta cuadrilla de cargadores de Barranco, y cuando niño algunas veces me llevó al local de dicha cuadrilla, del cual sólo recuerdo que se armaban tremendas borracheras y comilonas con otros hermanos como Augusto Cloke y los Fernández Dávila, entre otros. Y no sólo eso. Mi padre como buen devoto también de San Judas Tadeo, el Señor de Muruhuay y obviamente del Cristo morado, me confió alguna vez, que al asistir a una de las muchas procesiones en compañía de mi madre, cuando yo tan solo era un bebé, me elevó con sus brazos hasta la propia imagen del Cristo del Anda, pensando quizá de acuerdo a su fe que me libraría de los males de este mundo, y aunque agradezco sus intenciones, lo que él no se imaginó es que yo iba a llegar a ser uno de los más grandes pecadores, probablemente según la iglesia católica y otras sectas religiosas. Lo cierto es que cuando es mes de octubre, evito contundentemente ir con mi auto al centro de Lima, pero como contrariamente laboro en el centro de Lima hace varios años, tengo que padecer la congestión vehicular que se forma a raíz del tradicional recorrido. Y aunque me gustan los buñuelos, el anticucho, y el turrón de Doña Pepa, productos que ocupan casi todas las arterias de Lima a causa de los ambulantes y de los comercios formales, en el mes de octubre;  quiero dar mi descalificación a todos esos falsos devotos que en nombre de Dios se golpean el pecho criticando y censurando a todo mundo, a diferencia de las personas que sí tienen una fe incondicional a pesar de no conocer lo que creen, pero que sí tienen un acto de amor hacia el prójimo. A todos ellos, mi más absoluto respeto.

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