Me acuerdo que cuando era pequeño, mi padre se echaba a mi lado a la hora de dormir y me arrullaba contándome algunas historias. Entre ellas me hablaba de un gigantesco Yeti, que habitaba en el Himalaya y que corría entre la nieve y que no se dejaba ser visto. A esa edad, la historia me fascinaba, pero cuando ya fui poco más que un niño, recuerdo también que acudí al cine y proyectaron una versión italiana en 1977, llamada “Yeti el gigante del siglo 20”, pero en realidad fue otro bodrio cinematográfico.
Desde hace muchas décadas, ¿quién no ha oído hablar del abominable hombre de las nieves? Llamado también Yeti.
La historia es muy larga y variada. Entre ellas está la que cuenta que en 1921, el coronel Howard-Bury, jefe de la primera expedición británica al Everest (8848 m), vio entre las cumbres nevadas unas siluetas a 6.000 metros, y cuando alcanzaron el lugar, descubrieron unas inmensas pisadas.
Sin embargo existen señales como las huellas que fotografió el montañista británico Erick Shipton en 1951 en la región oriental del Nepal que dan muestra de la presencia de un enorme animal bípedo y extraño hasta el momento.
Aunque muchas de las huellas fotografiadas en Nepal han sido reconocidas como huellas de otros animales, como de los osos por ejemplo; las huellas fotografiadas por Shipton no han podido ser atribuidas a ningún ser conocido.
Pero lo más sorprendente y fascinante aunque parezca inverosímil, fue el encuentro que tuvo el alpinista italiano Reihold Messner con el Yeti; según su propio relato:
“Mientras iba caminando entre enebros cenicientos, oí de repente un rumor insólito, una especie de silbido que se asemejaba al grito de alerta de las gamuzas. Miré a mi alrededor y capté con el rabillo del ojo derecho la silueta de un bípedo que huía entre los árboles, en dirección al borde del claro, donde una tupida maleza de arbustos enanos recubría el pie de la pendiente. Sin hacer ruido y doblada hacia delante, la criatura seguía corriendo, se eclipsaba detrás de un árbol para volver a aparecer como un monstruo, con el resplandor de la luna a la espalda. Fue entonces cuando giró la cabeza hacia mí y permaneció inmóvil por un instante. Volví a oír aquel furioso bufido y, durante una fracción de segundo, pude ver su rostro: vi ojos y dientes, pero apenas logré distinguir forma o color. La cara no era más que una sombra gris y el cuerpo una silueta oscura, y así, amenazante, se erguía ante mí aquella figura.
Era completamente peluda, tenía dos patas cortas y brazos fuertes que le caían casi hasta las rodillas. Calculé que mediría más de dos metros de altura.
Aquel cuerpo parecía pesar mucho más que un hombre de idéntica estatura, pero se acercaba a la linde de los arbustos enanos a paso tan ligero y vigoroso que me causó tanto pánico como alivio. Era evidente que ningún ser humano podía correr a ese ritmo en medio de la noche, ¿pero qué animal había, que tuviera una figura como la que yo acababa de observar? A lo lejos, detrás de los arboles, a la altura de los primeros arbustos, aquel engrendo nocturno volvió a detenerse como si tuviera que tomar aliento. Sin girarse nuevamente se quedó inmóvil en la noche iluminada por la luna. Estaba ahí y no volvía ni siquiera la cabeza. Me sentía demasiado confundido como para sacar los prismáticos de la mochila”.
Así, hay múltiples afirmaciones de personas que aseguran haber visto al Yeti y que además su aparición está relacionada y precedida de un agudo silbido. Además, siempre camina como los humanos de forma erguida. Tiene un frondoso pelaje en todo el cuerpo, que algunos describen como muy claro y otros lo consideran más oscuro. Es de cabeza muy grande en función de su cuerpo, y siempre huye del lugar donde pueda ser observado, por eso es considerado como un ser muy tímido.
Este ser bípedo, para los que dan por hecho su existencia, habita en toda la cordillera del Himalaya, y en el Tíbet lo llaman Metoh Kangmi, y aseguran que él camina un poco inclinado hacia delante. Tiene un pelaje lacio y tupido que le cubre todo el cuerpo, menos la cara que es de piel clara. Su cabeza es muy grande y ovalada a la vez. Sus ojos hundidos contrastan con sus fuertes mandíbulas. Y sus espaldas son anchas y musculosas. Ellos también consideran que Abominable hombre de las nieves, no es un nombre adecuado para el yeti, pues de abominable no tiene nada, sino más bien, es muy tímido con los seres humanos. Y la verdad es que, tampoco se ha demostrado su existencia y su no existencia, lo cual hace que la misma no pierda el encanto, pese a ser un misterio que no llega a desentrañarse del todo. Por eso es válida la inmortalidad de su leyenda, y también para los que creen ciegamente en su existencia.
Así, pasará el tiempo, y el Yeti siempre será una criatura misteriosa que seguirá alimentando la incertidumbre de muchos montañistas a la hora de querer darle el encuentro.