Por Fernando Casanova Garcés
El Perú paga un precio desgarrador debido a la corrupción: 25 mil millones de soles al año. Una cifra abrumadora en términos económicos que carcome el tejido social y político del país. En este turbulento panorama, las regiones de Piura y Tumbes asoman pioneras de una corrupción enraizada cual maleza venenosa, entrelazada con las desgracias que ya sufren por el cambio climático amén de las enfermedades que hoy azotan a la antes denominada Región Grau.
Según revelan los oscuros laberintos de la corrupción expuesta por la Contraloría de la República, Tumbes y Piura ocupan los siniestros segundo y tercer lugar en el ranking nacional de la deshonestidad institucional y, desde luego, de la vergüenza regional. No es solo un número, es una herida abierta que sangra la confianza de sus habitantes y mina el desarrollo que tanto anhelan. En las calles polvorientas, de veredas rotas y pistas insufribles a un paso de sus municipios, se refleja crudamente el precio pagado por este tenebroso honor. La dejadez y el abandono son testigos silenciosos de un sistema corroído por la codicia y la impunidad que parece empezar en el Congreso, pasar por las organizaciones criminales que someten al país y terminar en las Comunas de Piura y Tumbes tal cual ha salido a exponer el Contralor Nelson Shack.
Pero la tragedia no se detiene en los titulares de los informes de contraloría. En Piura como en Tumbes, la tierra grita de sed y los ríos se desbordan en desesperación ante el embate del cambio climático. El fenómeno azota sin piedad, dejando desastres naturales que arrasan con todo a su paso. Y como si fuera poco, el dengue, esa letal enfermedad, parece haberse ensañado con los norteños, convirtiendo sus cuerpos en campos de batalla contra un enemigo invisible y letal.
En medio de este paisaje desolador, se nos ha obligado a convivir con la indignidad. Las promesas rotas y los favores cambiados por sobornos son el pegamento que sostiene un sistema político corroído desde sus cimientos. Es una realidad perversa en la que la coima es moneda corriente y la honestidad es vista como una rareza exótica. Lo cotidiano es el saqueo de las arcas, las uñas largas dispuestas a embarrar cualquier obra. En el Perú donde se aplica el dedo brota pus. González Prada dixit.
Es hora de despertar del letargo en el que hemos sumido a nuestras familias y a nuestra amada tierra. Es hora de levantar la voz y exigir un cambio real, uno que destierre para siempre y le diga ¡Basta! a la corrupción, a la impunidad, y por qué no decirlo, a la pendejada en nuestras vidas. Porque mientras sigamos normalizando el desangre de los fondos públicos, estaremos condenados a habitar este infierno prometido que nosotros mismos ayudamos a crear con la inacción y el silencio. Por los niños del Perú, cambiemos esto ahora.