Encontrarme con una nueva película de Pablo Larraín a estas alturas me provoca una envidia sana. En “El Conde”, recientemente estrenada en Netflix, el cineasta chileno nos narra de manera magistral la vida —o las vidas— de Augusto Pinochet, un vampiro que tiene 250 años y se alimenta de sangre aristocrática, europea, sudamericana y, con un poco de asco, también de sangre comunista y obrera.
La película no solo sorprende por el guion, las grandes actuaciones, sino también por la sátira, la composición del personaje principal, pero, además, por el repaso histórico y la ácida crítica sobre la dictadura militar de Pinochet.
Conozco el trabajo de Pablo Larraín porque lo he seguido desde su primer largometraje, titulado “Fuga”, pero también conozco las películas de otros cineastas chilenos contemporáneos como Andrés Wood, Sebastián Lelio, Alejandro Amenabar, Alicia Scherson y Matías Bize. A estas alturas solo me queda decir que el cine chileno nos pasó muy por encima (y esto dejando de lado la obra del maestro Raúl Ruiz). Actualmente las producciones chilenas juegan en primera, en las grandes ligas. Mientras tanto, aquí en el Perú a solo tres horas de vuelo a Santiago, nuestro cine ha quedado estancado, huérfano de ideas y con una deplorable sequía creativa.
Lo políticamente correcto, la cobardía de los cineastas y el atrevimiento de los publicistas mediocres para hacer cine, le han hecho mucho daño a nuestra producción nacional cinematográfica, una producción que se quedó en el romanticismo andino, en el efectismo del campo, en el guion políticamente correcto y en las historias que solo encierran publicidad «escondida».
En nuestro país, algunos chauvinistas dicen que somos mejor que Chile, y hablan del “milagro económico”, de la construcción del Puerto de Chancay, del acuerdo con la NASA para lanzar cohetes al espacio en el 2028, pero no comparan su cinematografía o su industria cultural con la nuestra. Ahí nos ganan por goleada. Solo para mencionar un ejemplo, Chile tiene más de seis universidades con facultades de cine: Perú no tiene ninguna facultad de cine. Entonces, conociendo nuestra triste realidad cinematográfica, ya es tiempo de saber quién es nuestro vampiro.
“El realismo en el cine es una ilusión”, nos dice Pablo Larraín. Yo diría que el llamado “milagro económico peruano” es también otra ilusión.
(Columna publicada en Diario UNO)