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Periodistas / LOS HIJOS DEL ORNITORRINCO

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Fue así y allí donde nació el primero de siete varones y cuatro mujeres, el domingo 6 de marzo de 1927, […] Estaba a punto de ser estrangulado por el cordón umbilical, pues la partera de la familia, Santos Villero, perdió el dominio de su arte en el peor momento. Pero más aún lo perdió la tía Francisca, que corrió hasta la puerta de la calle dando alaridos de incendio:
–¡Varón! ¡Varón! –Y enseguida como tocando a rebato–: ¡Ron, que se ahoga!
[El nacimiento del Gabo] Vivir para contarla. Gabriel García Márquez

1.

El mexicano Juan Villoro más que acuñó, culifrunció la frase: “La crónica es el ornitorrinco de la prosa (periodística)”. Acepto su metáfora, no su metamorfosis. Martín Caparrós, que es argentino y con eso no basta, es cronista; figura en el podio de Los tres chiflados. El otro es Borges y los acompaña uno que cada día canta mejor: Gardel. En el último número de la revista peruana Etiqueta Negra, Caparrós, que tiene unos bigotes que hablan mejor que él, he ahí el detalle de su retorcimiento genético, le pega un golpe bajo a los cronistas de hogaño. Es majadería, ergo, tiene algo de razón. Los cronistas –de prensa—suelen vivir en una esfera licenciosa. Ese es su limbo y su ataúd.

Soy cronista y enseñar periodismo me hace dudar de la perpetua novedad del texto. Escribo crónicas hace 28 años y debo admitir que el arte de narrar en el periodismo es una condena que pasa por mi libertad vigilada. A uno lo miran con deudas más que con dudas porque escribe al filo del cuchillo de la objetivad. Palabreja que no existe por subjetiva. He bregado contracorriente con los editores de todos los diarios y revistas. Incluso, cuando en la televisión introduje el género crónico fui negado tres y hasta cuatro veces por mis productores de programas de reportajes como ocurrió en “Panorama” de Canal 5. Sobreviví pero ese es mi problema, no es el suyo, hipócrita lector.

La generación de cronistas que aparecieron en Lima a finales del siglo XX –que son varios y brillantes: Villanueva, Angulo, Avilés, Titinger, Robles, Cisneros y disculpen los ausentes– aseguran que la mejor historia no es siempre la que se publicaba primero sino la que se cuenta mejor y con mayor brillantez. Estoy de acuerdo. De esta manera y no de otra, hoy se textualiza distinto y estamos ante un “nuevo lector”. Se han multiplicado los diarios, las revistas y libros del llamado periodismo narrativo o literario [moteados también de literatos de no ficción], que fueron apareciendo para denunciar las rutinas, omisiones y los errores de la prensa diaria y semanal y que tiene en la vieja Crónica –con mayúsculas—a su exponente mayor.

Digámoslo de una vez, existe en el fetichismo de la información, el prurito por el vínculo de aquello, lo desconocido. Damas y caballeros, de eso se trata. De esa extraña idolatría por las revelaciones urticantes, el homo sapo. Habita entre nosotros la gula de la confidencia capital. Existe hambre de pan y de noticias y de justicia hubiese dicho si hoy uno no estaría en el invierno limeño mirando el cielo de mi ciudad –esta es su geografía y sus grafías, sus dramas y sus gramas—propicia para una escritura brillante en aquel pellejo a panza de burro.

Hijos de este ornitorrinco, somos mártires de las salas de redacción. Existe los periodistas que escriben 6 0 7 notas informativas a diario (lo saben Avilés y Titinger) mientras que un cronista –aplicando la investigación, inmersión y entrevistas—demoramos 72 horas –ese es el tiempo de una buena digestión textual—en el constructo de una sola crónica y para colmo nos pagan más. He escrito desde cómo nos mira un cuy pasando por La Habana para un infante difunto y hasta porque ciertas congresistas no usan bragas a la hora del pleno. Por eso aseguro que entre ‘lo real’ y la ficción no hay oposición sino copulación. Eso molesta al pensamiento cubo. Los obtusos de la mesa.

2.

Los cronistas sabemos que nuestro ADN tiene por obligación ‘la pirámide invertida’ pero hay que darse maña para romper sin sangrado aquel himen de la pureza periodística. De eso y aquello hablábamos con el recordado Jorge Salazar, maestro crónico de la negra verdad. Juan José Hoyos en su libro “Escribiendo Historias” [1] advierte, citando a Stendhal, que ‘en los detalles está la verdad’. Conozco a cientos de periodistas que niegan a Cantinflas y su frase aristotélica: “Ahí está el detalle”. Entonces asesinan a los personajes y los convierten en zombis. Degüellan el tiempo y destruyen la belleza de la cronología. Demuelen el escenario y crean un catastro de ‘spaghettiwesters’. Así, un texto periodístico se regodea en el tiempo del “¿qué? y así pierde el duende de Hemingway o Capote cuando escriben crónicas con un tiempo textual (ni antes ni después) y de un narrador focalizado (ese par de ojos omniscientes) cual cámara subjetiva que va contando una historia.

Es cierto que la crónica es un arte liminar. Un canon amorfo de paradigmas fronterizos. Se apropia de cuanto género periodístico y de los otros existen e instaurar en un mismo texto hipervínculos antes considerados antagónicos o excluyentes. Produce maridajes con historias reales y con las de ficción, con el propio periodismo y con la literatura. Hace el amor entre la objetividad y la subjetividad. El acto oral y el escribal. Entonces es camaleónica y además, padece de hibridez. Se mimetiza y se erecta. No es la ni el [crónica]. No tiene sexo mas sí seso. Se codea con la literatura de las ideas, el ensayo. Juega con la crítica y arma un constructo de no ficción. Por eso se dice que tiene un carácter anticanónico y antivicario.

La crónica es un texto tejido en otro huso. Así como se tragan pesquisas a dentelladas, y entre la anorexia y la lipoescultura, uno se hace de un sistema adiposo de la hiperinformación. Ese es el otro detalle: y el talle de este texto, esa su columna más periodística que vertebral. Además, trata de patentar una versión periodística que es una clara perversión regular de un acto público que hasta ayer fue privado. Es periodismo puro, cierto pero escrito a reversa de lo factual. Páginas publicadas de otra manera, con otra atmósfera, con otro pellejo, con otros amores y rencores. Perdón, el plural es mío. Digo amor como lo entiende García Márquez a quien le viene bien esta paráfrasis: “El amor no es el que uno vivió, sino el que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo”.

3.
El hecho de ser un “género andrógino”, le permite a la crónica infringir o violentar las reglas, los límites establecidos por las convenciones genéricas. Si los géneros representan normas literarias que establecen el contrato entre un escritor y un público específico, la escritura cronística, guiada por una voluntad de transgredir las normas, busca romper con tales sistemas tradicionales de regulación. Al ser un género transdiscursivo, la crónica resulta ser un relato que desafía de manera constante “lo viejo”.

Yo no lo inventé pero asistimos al momento de lo efímero. Un tiempo donde se rinde culto a la velocidad, las modas, la economía de los sexos, la metamorfosis de la ética, la explosión del lujo, las mutaciones de la sociedad de consumo y simultáneamente, habitamos en la abundancia de noticias y la más perfecta desinformación. Para que un periodista sea eficiente hoy es necesario convertirse en un escritor de la información por razones de eficacia comunicativa. El “nuevo lector” exige no sólo enterarse de noticias en retazos, en 5 líneas o sumillas, sino que pide que le cuenten la historia completa con los detalles y las reflexiones que, lástima, hoy no se le permiten ni en la prensa tradicional ni en diarios, radios y espacios de la televisión que se reclaman hipermodernos.

He ahí mi travesía y mis naufragios. Lo dijo claro pero lo dijo, refutando al DRAE, el refulgente Marco Aurelio Denegri, que los peruanos tenemos la particularidad de generar cojudez con una facilidad asombrosa. Somos, pues, cojudógenos. El neologismo cojudógeno, dícese de la persona que genera cojudez, que la suscita y despierta, que la provoca y engendra. Cuando en una reunión, por ejemplo, comienzan a proliferar las cojudeces, ello indica que hay uno o más circunstantes cojudógenos. El proceso se llama cojudogenia. He tratado de limpiarme de esa plaga, lástima, en este país eso es un imposible. Uno escribe porque es la negación del poder. Tiene sangre en el ojo y esa sangre es de tinta negra para evitar las injusticias. Perdón. Por eso escribo. En negro.

[1] Hoyos, Juan José. Escribiendo historias. El arte y oficio de narrar en el periodismo. Editorial Universidad de Antioquia. Medellín 2005

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