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Perdónanos Raimondi

Habrán sido los paisajes que poco a poco se le iban revelando durante sus exploraciones que le terminaron enamorando del Perú; de pasar por un mar generoso, pletórico de peces, a un desierto que pone a prueba nuestra ubicuidad, y luego caer en el desafío de atravesar, machete en mano, un manto vegetal que tiene voz propia como el canto de una sirena.

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Por: Raúl Villavicencio H.

Entre la espesura de los bosques y la curiosa mirada de aves y animales silvestres, la inmensidad de los desiertos costeros o la silente presencia de las nevadas andinas, ahí donde solo los lugareños y pocos extraños se atreven a caminar, un extranjero amante de la naturaleza tuvo una epifanía sobre el lugar donde estaba parado. Era consciente Giovanni Antonio Raimondi, natural de Milan – Italia, que el Perú poseía una riqueza incalculable tanto en minerales como en flora y fauna.

Aquel investigador, explorador, geógrafo y catedrático ítalo-peruano le dedicó gran parte de su vida al estudio incansable de nuestro país, adentrándose a pie o a caballo por pueblos extraídos de una historia de fantasía y misterio. Habrán sido los paisajes que poco a poco se le iban revelando durante sus exploraciones que le terminaron enamorando del Perú; de pasar por un mar generoso, pletórico de peces, a un desierto que pone a prueba nuestra ubicuidad, y luego caer en el desafío de atravesar, machete en mano, un manto vegetal que tiene voz propia como el canto de una sirena.

Los privilegiados ojos de Raimondi veían, casi doscientos años atrás, las cumbres vestidas de blanco nupcial, los ríos habladores que bajaban prístinos hacia el océano, los atardeceres en los mares del norte hechos para una postal de febrero, miles de árboles, de diferentes raíces y funciones medicinales, elevándose hasta el firmamento, sirviendo de hogar y refugio para los animales. Es ahí donde percibe su lugar y propósito en el universo; es la natureza quien provee a la humanidad y no al revés, concluye el aventurero .

De estar aún vivo Raimondi no caería en cuenta cómo miles de árboles se vienen quemando ante la pasividad de las autoridades, cómo aquello que alguna vez recorrió para plasmarlo en mapas va convirtiéndose en una enorme mancha negra, símbolo de la desolación y la ignorancia. Todos los animales que alguna vez lo fascinaron en sus recorridos, escondiéndose en las copas, ahora son arrastrados por las brasas provocadas por sujetos que solo piensan en su bolsillo y por aquellos que miran desde un helicóptero, indiferentes al dolor ajeno.

Perdónanos Raimondi, por no saber valorar y reconocer aquello que tanto quisiste y protegiste, aquel país exótico que ahora está tomado por las manos incorrectas.

(Columna publicada en el Diario Uno)

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