Zona de la tragedia, a pocas horas del accidente. (Foto: Facebook de Manuel Huacchillo).
En 1993 iba en un bus de la 87, del Rímac a San Marcos, acompañado de una amiga. Ella iba sentada del lado de la ventana y yo del pasadizo. El bus terminó la avenida Alcázar, entró a Prolongación Tacna, y aceleró. Delante de nosotros iba una combi y, a lo lejos, casi en la esquina de La Capilla, alguien estiró el brazo para detener el bus. La combi aceleró, pero el chofer de la 87 quiso levantar a ese pasajero y ganarle a la combi. Se abrió entonces a la izquierda, a toda velocidad, sobrepasó a la combi y la cerró entrando a la derecha, a tal velocidad, que recuerdo el sonido del chasis temblando como gelatina, la imagen de la pista delante de mí cambiando de perspectiva, el bus ladeándose sobre su lado izquierdo hasta caer en la pista, el grito de la gente y los escolares, los vidrios estallando hacia dentro como en una película en cámara lenta, el tiempo que demoró el bus en deslizarse sobre la pista hasta que se detuvo y alguien se puso de pie a preguntar si estábamos bien.
Junto con un par de muchachos y un señor, empezamos a cargar a las señoras que no estaban desmayadas, los escolares que lloraban; un grupo de curiosos se había acercado y entraba al bus, «¡ayuda!», pensé. Pero no, entraban a robarle a la gente que no podía ponerse de pie, a rebuscar las carteras y los bolsillos y las mochilas y maletines. La chica con la que viajaba se había cubierto el rostro para protegerse de los vidrios y antes de estrellarse el bus la jalé de la cintura contra mi cuerpo, pero no pudo evitar que su codo se raspara contra el asfalto el tiempo que duró el carro en detenerse. Cuando logramos salir y ayudar a quienes podíamos, ella se puso de pie y empezó a temblar, de su brazo salía un chorro de sangre, como una manguera: no tenía esa parte del codo, la pista se lo había llevado. Le saqué el pañuelo que llevaba en la cola de caballo y le até el brazo (benditos Boy Scouts que todo aprenden) y junto con algunos heridos fuimos casi corriendo al hospital de la Republicana. No tenían gasa, no tenían hilo para coser, no tenían anestesia, no tenían nada… una enfermera vio que éramos muchos y llamó a alguien y vinieron las ambulancias y nos llevaron al Cayetano Heredia, donde recuerdo clarito a Mónica Chang entrando a toda velocidad con su micrófono y la cámara de Canal 2, a preguntarnos si nos dolía la pierna rota, el brazo fracturado, la cabeza suturada, los moretones en el cuerpo, los cortes en la piel.
El accidente ocurrió a las 4 a.m. la ayuda llegó casi 3 horas después. Foto: Diario Correo
Había un tipo, lo recuerdo bien, al que (no sé cómo) se le había metido en la ingle el mango del asiento en el que iba sentado rumbo al trabajo. Recuerdo todo esto y soy consciente que la culpa del accidente la tuvo el chofer del bus en el que íbamos. Y lo recuerdo hoy porque ante la desgracia del accidente de ayer en la Panamericana Norte (con 37 muertos y 84 heridos, hasta ahora), no termino de comprender cómo puede haber gente que, viendo los cuerpos mutilados, oyendo los gritos de los heridos, sabiendo que el frío de la madrugada puede terminar de matar a personas que necesitan ayuda, se pongan a robar sus pertenencias, a rebuscar entre las ropas de los muertos, a sacar las maletas de los depósitos. La tragedia de ayer, además, pone de manifiesto (otra vez) esa tremenda hipocresía de algunas personas que gritan «tolerancia» pero minimizan (¡!) la muerte de estas personas porque eran «Testigos de Jehová», o se burlan preguntando «dónde estaba Dios».
Para que tengan una idea de la magnitud del accidente, les cuento: el chofer del bus «Murga Serrano» se quedó dormido unos segundos y se fue hacia la izquierda, saliéndose de la pista, entrando y saliendo de la cuneta central y volcándose en la vía paralela. En ese instante es que el bus «Erick El Rojo» lo impacta en sentido contrario, partiéndolo en dos. La gente que queda viva, desesperada, intenta salir por las ventanas. A pocos metros otro bus de la empresa «Challenger», ve la tragedia y frena, pero detrás suyo venía un camión frigorífico que se estrella con tal fuerza que empuja al «Challenger», que termina por partir en 4 el bus de «Murga Serrano», matando a los que salían por las ventanas. Si eso les parece gracioso, si creen que la muerte de una madre y sus tres pequeños da risa, si creen que por practicar una religión que no comulga con sus creencias justifica la muerte, entonces estamos francamente mal en otro plano, mal a nivel espiritual.
Mis condolencias para los familiares de todas las víctimas, las imágenes transmitidas por la televisión y los audios en la radio son por demás desgarradores. Una verdadera tragedia.