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Pensando en “Vitalina Varela”, de Pedro Costa (2019)

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Escribe: Mario Castro Cobos

El tema, o el problema, o la situación: de la ausencia, de qué hacer, o de cómo expresar, el fenómeno de la ausencia; o: de la evocación-representación-recreación (éticamente ‘correcta’ o ’justa’, estéticamente pertinente, ‘sorteando tormentas y peligros’) de la ausencia.- Pedro Costa, si tal vez se acuerdan, necesitó -al empezar a hacer películas- necesitar menos para hacer más. Y más es lo más necesario, no más. Y su ‘más’ se hizo bajo el signo inequívoco del despojamiento.

Encrucijada ineludible entre un cine más independiente y un cine más comercial.- Aunque sea incluso uno que precisamente se comercia como ‘independiente’, entregado igualmente a la necropolítica, bailando al son del tambor de la dictadura ecocida de la economía globalizada. La ficción tiene que ser un vestido más o menos abultado y laborioso para enajenar a las masas. Porque la desnudez os da vértigo.

Película mortuoria, como una larga despedida sensual.- Eros es una constelación de piel negra. Piel que hace juego con la tiniebla. La luz de un ojo estalla, rodeada de penumbra por todas partes. Es un cine-ojo, es la luz del cine. El prójimo inmigrante como clave y prueba de humanidad.

Método (camino).- Menos, que es más: desnudar, desmaquillar. Digamos, casi violentamente: documentar. Simplificación de los medios… para complejizar, para captar un mayor grado de complejidad. Hacer menos, aunque pareciera más, eso era ‘ficcionalizar’ en el sentido duro del vocablo; en el sentido de, también: romantizar, idealizar, estandarizar, normalizar, sentimentalizar, domesticar (un mensaje engañosamente ‘claro’). Es decir, mitificaciones a la moda del momento histórico, sumisión al statu quo, inyección fácil de dolor barato.

Hacer, en cambio, lo necesario, ‘contra todo y contra todos’; economía de medios como economía espiritual, ‘ascetismo’, un ejercicio de renuncia próximo o inmerso en el minimalismo, pensando en el fin: en la llamarada de la presencia, en la revelación o desvelamiento de la ausencia. Lo invisible visible en el corazón mismo de lo que ves.

Por eso la pregunta, de nuevo y siempre la misma, como al principio de su obra, es: ¿cuánto se necesita, o qué se necesita exactamente, y en este caso, el de Vitalina Varela, para invocar-convocar-¿revocar? una ausencia… o para invocar-convocar la presencia (presencia que palpita) de una ausencia (de una dolorosa y decisiva y devastadora y definitiva ausencia ‘central’)? ¿Se necesita (o cuánto se necesita de) ese ‘más’ que en Vitalina Varela se presenta como gozosa y radicalmente exquisita solución, que se llama o que puede llamarse virtuosismo (o esteticismo)?

Una marca (raya, hendidura, incisión, cavidad, herida) que deviene ‘marca registrada’, un cargar las tintas en la belleza ‘clásica’, un énfasis, de sabor, un exceso, un derroche, para una mirada amorosa y desolada hacia los desposeídos de la tierra -y de su tierra-. Una mirada más pura y serena ‘no se derrama en sentimientos’. Me dirán: un justo homenaje, un ‘lujo’ debido. Un deber ético-estético. Una compensación (la belleza es el último triunfo de un hombre sin esperanza, como diría Kundera).

Digresión solo aparente. La presencia de una ausencia.- La presencia de una ausencia que sea y que esté más presente que toda la presencia de todas las presencias. La ausencia, como nada menos que la mayor y más definitiva de las presencias (si la definimos como la posibilidad que hace a todas las posibilidades imposibles). Y, entonces, cómo la ausencia, una ausencia, esta ausencia (el recuerdo, la nada, el mal, la pérdida, el pasado, en fin, la muerte) es filmar un ‘no-lugar’, un agujero -o desde dentro de un agujero-. Cómo, entonces, ser o no ser tragado por ese agujero. Un centro hueco. En fin, y en principio: ¿cómo se filma una ausencia? ¿Con menos, con más?

Hiper concentraciones de colores tanto como de tinieblas.- El plano tiene un potencial de doble explosión, es un campo de fuerzas atmosféricas en gran, creciente tensión. Traducción-transformación de una en otra, unidad de ambas; desafiadora consistencia onírica. Del documento al sueño, el documento de un sueño. Qué se dicen esas dos fuerzas que compiten en saturación y presencia (Cine-pintura. Cine de estados de ánimo. Cine-atmósfera. La materia son manchas.) ¿Me dicen algo de la ausencia, me dicen la ausencia, o me dicen un estilo hiper presente, un estilo que cubre la ausencia, un estilo expulsador de ausencias al (re)descubrirla como mito? Un vestido para la ausencia… No ya, o ya menos, su atravesadora desnudez. Nos sentimos aliviados de ver casi vestidos a los fantasmas. ¿Así es como nos salvamos del vacío?      

Unas palabras postdata sobre el fantasma (para regresar a lo mismo).- La realidad del fantasma descree de la realidad de todas las mañanas de todos los días de todas la horas de todos los minutos de… así que en este punto diré que, sin embargo, creo que no es tan difícil llegar al fantasma, al ser fantasma, al estado fantasma. El cine / la vida es así, nos sentimos más vivos invocando / convocando fantasmas. Un exceso de medios ¿viste mucho al fantasma que queríamos sentir sobre todo y de manera especial crudamente desnudo?

‘Esta no es tu casa’; ‘Mi casa es tu casa’; ‘Mi casa es el mundo’; ‘No tengo casa’.- La casa es luz, la luz. Y el inmigrante está ontológicamente hundido y empapado de tinieblas. Y qué sensación tan fuerte la de (tengo que insistir en esto) la casa como la luz, paraíso perdido y recuperado, la salvación, la raíz de la comunidad, la armonía, la utopía. El sueño de lo que la vida debería ser (por eso el final no convence tras un trato tan detallado e íntimo con las tinieblas). La casa es como un cuerpo que te abraza, te contiene, te protege. Pero Vitalina Varela es para cada instante una casa de fantasmas. Asirse a la materialidad del artefacto casa -y casa en tinieblas- en su tránsito a, o como la variante de la tumba (en efecto, Mallarmé diría que el poeta es el hombre que se aísla de la sociedad para esculpir su propia tumba).  

Más allá del blanco y negro. Tenebrista y colorista a la vez. Esteticista, preciosista, esa carga, esa sobrecarga, junto con el sobre-cálculo del teatro, la geometría exasperante de la liturgia: pasos, movimientos, marcados, cronometrados, determinismo de la puesta de los cuerpos-monumentos en la escena; el caos ontológico del inmigrante, cual golpe de dados arrojados al azar, que el virtuosismo ha convertido en fabulosas piezas de un juego de ajedrez en el tablero rectangular tenebroso con islas de luz del plano. Los seres de carne y hueco están tronchados, deberían inventar tal vez nuevos movimientos inesperados…

Igual que Zama, de Lucrecia Martel, Vitalina Varela me parece una película que tiene como enemigo principal a… su supuestamente mayor virtud, o a lo que pasa por ser su mayor virtud, lo que parece lo mejor de sí, su mayor poder, y que es casi lo mejor de sí, su propia, ya no diré virtud: virtuosismo.

Pienso en Costa casi devenido cineasta-faro, cineasta-profeta, cineasta-sacerdote, en su púlpito cristianocatólico tenebroso pero cromático, el cineasta punk-humanista, con sobrada elocuencia y lleno de instrumentos haciendo uso de sus enormes poderes, un cargador sublime de tintas solemnes con el discurso más vivo contradictoriamente empañado, hace (y temo ser injusto) que extrañe la sutileza ruda y desarmante de su sencilla y aguda desnudez.

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