Escribe: Mario Castro Cobos
El tema, o el problema, o la
situación: de la ausencia, de qué hacer, o de cómo expresar, el fenómeno de la
ausencia; o: de la evocación-representación-recreación (éticamente ‘correcta’ o
’justa’, estéticamente pertinente, ‘sorteando tormentas y peligros’) de la
ausencia.- Pedro Costa, si tal vez se acuerdan, necesitó -al empezar a hacer
películas- necesitar menos para hacer más. Y más es lo más necesario, no más. Y
su ‘más’ se hizo bajo el signo inequívoco del despojamiento.
Encrucijada ineludible entre un
cine más independiente y un cine más comercial.- Aunque sea incluso uno que
precisamente se comercia como ‘independiente’, entregado igualmente a la necropolítica,
bailando al son del tambor de la dictadura ecocida de la economía globalizada.
La ficción tiene que ser un vestido más o menos abultado y laborioso para
enajenar a las masas. Porque la desnudez os da vértigo.
Película mortuoria, como una
larga despedida sensual.- Eros es una constelación de piel negra. Piel que hace
juego con la tiniebla. La luz de un ojo estalla, rodeada de penumbra por todas
partes. Es un cine-ojo, es la luz del cine. El prójimo inmigrante como clave y
prueba de humanidad.
Método (camino).- Menos, que es más:
desnudar, desmaquillar. Digamos, casi violentamente: documentar. Simplificación
de los medios… para complejizar, para captar un mayor grado de complejidad. Hacer
menos, aunque pareciera más, eso era ‘ficcionalizar’ en el sentido duro del
vocablo; en el sentido de, también: romantizar, idealizar, estandarizar,
normalizar, sentimentalizar, domesticar (un mensaje engañosamente ‘claro’). Es
decir, mitificaciones a la moda del momento histórico, sumisión al statu quo, inyección
fácil de dolor barato.
Hacer, en cambio, lo necesario, ‘contra
todo y contra todos’; economía de medios como economía espiritual, ‘ascetismo’,
un ejercicio de renuncia próximo o inmerso en el minimalismo, pensando en el
fin: en la llamarada de la presencia, en la revelación o desvelamiento de la
ausencia. Lo invisible visible en el corazón mismo de lo que ves.
Por eso la pregunta, de nuevo y
siempre la misma, como al principio de su obra, es: ¿cuánto se necesita, o qué
se necesita exactamente, y en este caso, el de Vitalina Varela, para invocar-convocar-¿revocar?
una ausencia… o para invocar-convocar la presencia (presencia que palpita) de una
ausencia (de una dolorosa y decisiva y devastadora y definitiva ausencia
‘central’)? ¿Se necesita (o cuánto se necesita de) ese ‘más’ que en Vitalina
Varela se presenta como gozosa y radicalmente exquisita solución, que se
llama o que puede llamarse virtuosismo (o esteticismo)?
Una marca (raya, hendidura,
incisión, cavidad, herida) que deviene ‘marca registrada’, un cargar las tintas
en la belleza ‘clásica’, un énfasis, de sabor, un exceso, un derroche, para una
mirada amorosa y desolada hacia los desposeídos de la tierra -y de su tierra-. Una
mirada más pura y serena ‘no se derrama en sentimientos’. Me dirán: un justo
homenaje, un ‘lujo’ debido. Un deber ético-estético. Una compensación (la
belleza es el último triunfo de un hombre sin esperanza, como diría Kundera).
Digresión solo aparente. La
presencia de una ausencia.- La presencia de una ausencia que sea y que esté más
presente que toda la presencia de todas las presencias. La ausencia, como nada
menos que la mayor y más definitiva de las presencias (si la definimos como la
posibilidad que hace a todas las posibilidades imposibles). Y, entonces, cómo
la ausencia, una ausencia, esta ausencia (el recuerdo, la nada, el mal, la
pérdida, el pasado, en fin, la muerte) es filmar un ‘no-lugar’, un agujero -o
desde dentro de un agujero-. Cómo, entonces, ser o no ser tragado por ese
agujero. Un centro hueco. En fin, y en principio: ¿cómo se filma una ausencia? ¿Con
menos, con más?
Hiper concentraciones de colores
tanto como de tinieblas.- El plano tiene un potencial de doble explosión, es un
campo de fuerzas atmosféricas en gran, creciente tensión. Traducción-transformación
de una en otra, unidad de ambas; desafiadora consistencia onírica. Del
documento al sueño, el documento de un sueño. Qué se dicen esas dos fuerzas que
compiten en saturación y presencia (Cine-pintura. Cine de estados de ánimo.
Cine-atmósfera. La materia son manchas.) ¿Me dicen algo de la ausencia, me
dicen la ausencia, o me dicen un estilo hiper presente, un estilo que cubre la
ausencia, un estilo expulsador de ausencias al (re)descubrirla como mito? Un
vestido para la ausencia… No ya, o ya menos, su atravesadora desnudez. Nos
sentimos aliviados de ver casi vestidos a los fantasmas. ¿Así es como nos
salvamos del vacío?
Unas palabras postdata sobre el
fantasma (para regresar a lo mismo).- La realidad del fantasma descree de la
realidad de todas las mañanas de todos los días de todas la horas de todos los
minutos de… así que en este punto diré que, sin embargo, creo que no es tan
difícil llegar al fantasma, al ser fantasma, al estado fantasma. El cine / la
vida es así, nos sentimos más vivos invocando / convocando fantasmas. Un exceso
de medios ¿viste mucho al fantasma que queríamos sentir sobre todo y de manera
especial crudamente desnudo?
‘Esta no es tu casa’; ‘Mi casa es
tu casa’; ‘Mi casa es el mundo’; ‘No tengo casa’.- La casa es luz, la luz. Y el
inmigrante está ontológicamente hundido y empapado de tinieblas. Y qué
sensación tan fuerte la de (tengo que insistir en esto) la casa como la luz,
paraíso perdido y recuperado, la salvación, la raíz de la comunidad, la
armonía, la utopía. El sueño de lo que la vida debería ser (por eso el final no
convence tras un trato tan detallado e íntimo con las tinieblas). La casa es
como un cuerpo que te abraza, te contiene, te protege. Pero Vitalina Varela
es para cada instante una casa de fantasmas. Asirse a la materialidad del
artefacto casa -y casa en tinieblas- en su tránsito a, o como la variante de la
tumba (en efecto, Mallarmé diría que el poeta es el hombre que se aísla de la
sociedad para esculpir su propia tumba).
Más allá del blanco y negro. Tenebrista
y colorista a la vez. Esteticista, preciosista, esa carga, esa sobrecarga,
junto con el sobre-cálculo del teatro, la geometría exasperante de la liturgia:
pasos, movimientos, marcados, cronometrados, determinismo de la puesta de los
cuerpos-monumentos en la escena; el caos ontológico del inmigrante, cual golpe
de dados arrojados al azar, que el virtuosismo ha convertido en fabulosas
piezas de un juego de ajedrez en el tablero rectangular tenebroso con islas de
luz del plano. Los seres de carne y hueco están tronchados, deberían inventar
tal vez nuevos movimientos inesperados…
Igual que Zama, de
Lucrecia Martel, Vitalina Varela me parece una película que tiene como enemigo
principal a… su supuestamente mayor virtud, o a lo que pasa por ser su mayor
virtud, lo que parece lo mejor de sí, su mayor poder, y que es casi lo mejor de
sí, su propia, ya no diré virtud: virtuosismo.
Pienso en Costa casi devenido cineasta-faro,
cineasta-profeta, cineasta-sacerdote, en su púlpito cristianocatólico tenebroso
pero cromático, el cineasta punk-humanista, con sobrada elocuencia y lleno de
instrumentos haciendo uso de sus enormes poderes, un cargador sublime de tintas
solemnes con el discurso más vivo contradictoriamente empañado, hace (y temo
ser injusto) que extrañe la sutileza ruda y desarmante de su sencilla y aguda desnudez.