Por Tino Santander Joo
La pendejada y la corrupción son la identidad de los peruanos; nada se hace en el Perú sin pendejada y corrupción. La corrupción es el doctorado de la pendejada; la inmensa mayoría sabe que, sin pendejada, no obtienes nada, así que avanzas sin darte cuenta hacia la corrupción. Además, esos “valores” están tan normalizados que el ejemplo de la clase política y empresarial alimenta esta dinámica de pendejada y corrupción.
La clase política —léase los podridos— ve al Estado como un botín para enriquecerse. Los empresarios—mercantilistas—hacen negociados con el Estado sin importarles nada. En nombre de la inversión privada y la “libre competencia”, establecen oligopolios como el de los bancos y monopolios como el de las farmacias, y los escribas que tienen a sueldo los llaman «fallas del mercado». Compran con puestos y salarios a los funcionarios de los organismos reguladores, y los grupos de poder solo les interesa controlar el Ministerio de Economía y Finanzas para que defienda sus intereses; el Ministerio de Energía y Minas; el Ministerio de Transportes y Vivienda, para hacer negocios con los recursos naturales y con las necesidades de techo e infraestructura para los peruanos.
Sí, también hay corruptos y pendejos en el Ministerio de «Desarrollo e Inclusión Social», con los alimentos destinados a los niños, pero a ellos no les importa. Los cholos también son pendejos y corruptos. No tienen el pedigrí de los dueños de la concentración mediática ni del club de la construcción, pero están en la línea correcta para hacerse ricos, y si se blanquean, pueden ser aceptados en el club Regatas. El dinero blanquea, a pesar del racismo y el desprecio cultural hacia los cholos.
La pendejada y la corrupción nacen con el pacto implícito entre encomenderos y curacas en la colonia. Los primeros querían hacerse ricos y obtener títulos nobiliarios, mientras que los segundos necesitaban enriquecerse para restaurar los viejos reinos y señoríos del Tawantinsuyo. No querían el retorno del Inca, sino sus propios reinos. Ambos le robaban el quinto real a la corona española, por lo que se estableció en el virreinato el juicio de residencia.[1]
La pendejada se convirtió, para la inmensa mayoría, en un mecanismo de defensa frente a la oligarquía, los grupos de poder económico, las dictaduras y los gobiernos civiles. Los cholos del Perú sabían que eran excluidos y despreciados por sus clases dominantes, y se aliaron a ellas—pendejamente, y en algunos casos corruptamente—para ser reconocidos.
Así se construyeron escuelas, hospitales y carreteras. Así se hizo la reforma agraria con Velazco, y la contrarreforma en la década de los ochenta con la parcelación de las SAIS y las cooperativas. La pendejada y la corrupción brotaban de las empresas estatales y privadas, de la PNP, del poder judicial, del clero y su hipocresía, de las universidades, de los bancos, de los hospitales. Nos empezamos a ahogar por pendejos y corruptos. Lo importante era sacar ventaja pendejamente en cualquier circunstancia de la vida.
Por otro lado, marchan los cojudos, los que intentan actuar correctamente; son los que están en el Perú sin estar en él. Aquellos que miran silenciosamente la degradación del país, los que trabajan y estudian desde las 5 a.m. Son esos peruanos que ven en los mineros informales, en los millones de familias acosadas por los bancos, en los agricultores abandonados, en los sin agua y desagüe; en los millones que sufrimos la precariedad de la salud y la educación, y en el pueblo trabajador y emprendedor, la fuerza de una revolución social que arrase con los pendejos y corruptos.
Esta es la realidad de un país donde la ética y la moral se han convertido en conceptos obsoletos. Los medios de comunicación limeños no son más que voceros de la corrupción. Manipulan la información, desinforman al pueblo, pintando como héroes a aquellos que en realidad son villanos. Nada detendrá esa fuerza vital de la inmensa mayoría, ni la farsa electoral de 50 partidos y 15,000 candidatos al Congreso que busca perpetuar este sistema podrido. La ira del pueblo es incontenible y será bienvenida por todos los cojudos.
[1] Cfr. Valle Riestra, Javier La responsabilidad constitucional del jefe de Estado. Lima. Editorial San Marcos. Centro de Investigaciones Judiciales “Manuel Augusto Olaechea” Corte Superior de Justicia de Ica.