Cangrejo Negro / Eloy Jáuregui

Pedro Navaja / Y EL DIENTE DE ORO SIGUE BRILLANDO

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Aquellos que hacen de la memoria una fiesta, recordarán que hace 35 años Rubén Blades y Willie Colón grabaron “Siembra”. Para el ISO de los especialistas, es el disco más importante de la historia de la salsa y el primero en vender más de un millón de copias sólo en EE.UU. El disco impactó en un público distinto que buscaba temas con otra lírica y otros personajes. La idea fue revolucionaria y aspiraban a crear una corriente salsera que conjugara lo comercial con el compromiso social, la malicia y el barrio.

Milan Kundera decía que el creador de la Edad Moderna no solamente fue Descartes sino el mismísimo Miguel de Cervantes. El Quijote es así, la novela de las novelas. Las historias hasta ese entonces eran en blanco y negro. Cervantes les puso el son como Leonardo Da Vinci hizo lo propio con la gran culinaria del Renacimiento en tiempos de la corte de Ludovivo Sforza consolidando la ‘nouvelle cuisine’, allí donde a los consomé y banquetes les faltaba sal, especias y sabor.

Pero, ¿Quién inauguró entonces la música contemporánea? ¿Stravinsky o Miles Davis o Dámaso Pérez Prado? Yo creo que no fueron Los Beatles ni Tom Jobin, ni siquiera Joan Manuel Serrat y sus homenajes a Hernández y Machado o el gran Elvis Presley. Curioso, que entre la música popular contemporánea y la vida, un tema de 63 versos y que dura exactamente 7 minutos y 21 segundos, modifique el ADN del gozo y le otorgue respiración boca a boca a un género que por masivo se internaba peligrosamente en el síndrome del callejón de los aburridos [¿letras o letrinas?], de eso se trata. De Pedro Navaja, de su importancia y de sus ejes revolucionarios.

Sí, se llamaba Pedro Navaja -el sujeto y el objeto- y le dieron vida, casi clonados, en las fuentes de la sabrosura, Rubén Blades y Willie Colón. Después de 30 años, ninguno de los dos ha querido confesar como fue el parto. Era una crónica policial al estilo de los cuchilleros de la Esquina Rosada de Borges. O acaso, como la saga del maestro Martin Scorsese. Cierto, como alguna vez conté, si Caín, sin quererlo fecundó la crónica roja. Abel, sabiéndose su hermano fue el gran sacrificado para regozo de la opinión pública. La Biblia en su libro Génesis, capítulo 4, versículo 8, detalla el crimen y deja para la posteridad la técnica de la descripción del asesinato, el primer infeliz fratricidio. El sagrado escrito rojo, como observamos horrorizados, es pues tan antiguo como el hombre. Hecho así socialmente el homo sapiens, nace con él, el homo asesinus y renace con los dos, el homo croniquistus. Así hasta nuestros días. Bueno en este metatexto -un poema remojado en los caldos de la violencia- se inscribe Pedro Navaja , una historia a la manera del escritor mexicano Sergio González Rodríguez en su libro Los bajos Fondos, el antro, la bohemia y el café [Cal y Arena, México 1984] donde le hinca el diente al falso sustrato de las posiciones que tienden a falsificar los términos de un saludable buen gusto instalado en una megalópolis como el Distrito Federal o el mismo Nueva York.

En el primer disco de Blades con Colón, Metiendo Mano, dos canciones de Rubén: “Plantación Adentro” y “Pablo Pueblo”, ya escarbaban con el bisturí de la antropología popular nuevos lenguajes del contexto social, ahí donde la salsa estaba un poco más que alejada. Pero es en siguiente larga duración, Siembra, donde se extiende aún más la visión social de la llamada salsa. De esta manera Pedro Navaja fue la piedra angular más que una hoja del gran Grial en este estilo callejero-musical, convirtiéndose en uno de los temas más representativos de la música latinoamericana, abriendo las puertas de la ‘salsa conciencia’ al planeta de todas las músicas. Ya lo dije Siembra vendió en menos de dos semanas más de un millón de copias sólo en Estados Unidos y Pedro Navaja fue más conocido que el otro matón de escritorio, un tal Richard Nixon.

Pero el tema es en sí mismo excepcional. Su tono lo hermana y/o lo aleja de la vieja etiqueta de la temática cronista-social-latinoamericana en Nueva York. Acaso no fue el antropólogo Oscar Lewis -el de la cultura de la pobreza- autor de esa novela-mural: La Vida [puertorriqueños de San Juan a Nueva York] quien habla del desarraigo lumpen de los latinos en el Este norte de los EE.UU. y pinta el espejo con el rouge sangriento de la sobrevivencia de la pobre gente pobre en la metrópoli del primer mundo. Recuérdese a Joe Cuba o Henry Fillol o al mismísimo patriarca Daniel Santos.

Pedro Navaja es un ser del suburbio, no a la manera de Tatán, más bien en el mejor estilo del caficho porteño del Buenos Aires de los cuarenta [Discépolo no lo hubiera pintado mejor]. Un proxeneta solitario, un ‘pachuco vividor’ en la corriente mexicana del cine de los cincuenta, aquel del lagar que inundará los jugos de Ninón Sevilla, María Antonieta Pons o Tongolele «Pero qué bonito y sabroso bailan el mambo las mexicanas» –Benny More, dixit –. Navaja, es la historia deliberadamente ambigua donde no es fácil precisar la línea divisoria entre la imaginación paranoica y la irrupción de lo sobrenatural. El hilo conductor que confiere a su texto probablemente se encuentra en el imaginario barrial que no alude a ningún hombre en particular sino a lo que Poe llamaba «el demonio de la perversidad», ese malandro alojado en la conciencia de cada hombre. Pedro Navaja así, es una suerte de thriller filosófico-tropical, tiene de los gánster de Así en la paz como en la guerra [El primer libro de Cabrera Infante] y de El perseguidor de Cortázar. Es decir, la inversión de papeles entre el asesino y la víctima, que al momento de los disparos resultan ser la misma persona, presupone la existencia de una identidad criminal intercambiable, de un espíritu homicida que funde en un solo ser a los hombres y mujeres de la misma calaña.

Rubén Blades lo ha dicho siempre cuando le preguntan si la música sirve para cambiar algo. Él contesta que no; que en todo caso sólo sirve para que nos sintamos menos solos, para sobrevivir a los miedos, a las dudas. Así, puedo asegurar que Blades sería autor de esta frase: «Se narra lo que se ve, se canta lo que se vive». Un semiota diría que con Pedro Navaja estamos frente a un metasemema del lenguaje romanzado: «Usa un sombrero de ala ancha de medio la’ o/ y zapatillas por si hay problema salir vola´o,/ lentes oscuros pa´ que no sepan qué está mirando/ y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando./ Como a tres cuadras de aquella esquina una mujer/ va recorriendo la acera entera por quinta vez/ y en un zaguán entra y se da un trago para olvidar/ que el día está flojo y que no hay clientes pa´ trabajar…»

Y como dijera Carlos Monsiváis respecto a Salsa, sabor y control, del sociólogo y musicólogo puertorriqueño Ángel G. Quintero Rivera, el son, la salsa y, en general, la música afroantillana son a su manera, factores de liberación, pero no por eso menos gozosos y cachondos. Y cierto, a principios del siglo XX, la cultura popular era un concepto inexistente, algo inconcebible y deleznable en el caso de que alguien la quisiera percibir. Ahora, al inicio de la nueva centuria, lo popular, y muy especialmente la música, se revisan y se reconocen de manera casi devocional. De otra manera no se entiende como Blades estudió en Harvard y como la complejidad de la música caribeña exige nuevos Alejo Carpentier, otros Nicolás Guillen, traductores de lo popular y su geografía de resistencia frente a la industria del consumo. Así, en materia de alta cultura y cultura popular, ya no hay fronteras porque, ya no hay moral oficial y el barrio -ese territorio sagrado de la alegría comunitaria-, teje su lenguaje brillante a pesar de su falta o abuso de proteínas.

Esta gramática -lengua y labios, bigotes y vellos púbicos- del ‘barrunto’ es el ingrediente más excitante del catastro erótico, Blades y Colón lo saben de ahí que sus composiciones constituyen un universo poético que, con independencia del tema que traten, sintetizan en un mismo texto la rabia, la ternura, el orgullo y la esperanza, mediatizados por un peculiar sentido del humor y la alegría debajo de la cintura del baile. Además de la forma global de abordar los diversos temas: amor, nostalgia, juego, rumba, gastronomía, sexualidad, religión, violencia y muerte, que ya de por sí es muy sui generis, la lírica en el son y la salsa suele estar salpicada de palabras extrañas para la lógica lingüística del español.

Ojo soneros, pero es cierto también que la lógica del son y de la salsa no es exclusiva de la lengua española. Ella es el corpus de la esquina, de la calle, por lo que se hace necesario dilucidar algunos aspectos de este lenguaje para entender mejor la fuerza de su expresión y, en suma, para gozar y vacilar plenamente dicha música y sus actores. En cientos de temas salseros abundan palabras como guapo, men, chévere, jeva, mami, pollo, bemba, broche, cándela, jícamo, compay, vacilón… palabras que suenan extrañas para los no soneros o rockeros de ventana, pero que a los amantes de la filosofía de la pelvis o de la metafísica del catre [me refiero a los salseros] representan una gramática rítmica que desencadena un proceso de identificación inmediato.

Al igual que en el tango, las letras de “ Pedro Navaja” , “Juan Pachanga” o “Juanito Alimaña” proponen una dialéctica en la que los músicos recogen las expresiones del argot callejero y, otras veces, las inventan en sus «inspiraciones» que son adoptadas por la gente. Ningún tema es considerado tabú si es parte de la experiencia de las personas. Un buen sonero incluye en su stock de frases: dichos populares, expresiones africanas, letras de canciones muy conocidas, trabalenguas, sílabas sin sentido, enunciados de doble sentido, alardes acerca de la guapería y conquistas románticas, así como enunciados acerca de la religión, superstición y denuncia acerca de las injusticias del hombre con el hombre y todo aquello que se puede identificar como el metalenguaje prostibulario:

Léase de ésta y no de otra manera: Un carro pasa muy despacito por la avenida,/ no tiene marcas, pero to´ saben que es policía./ Pedro Navaja, las manos siempre dentro el gabán,/ mira y sonríe y el diente de oro vuelve a brillar./ Mientras camina pasa la vista de esquina a esquina,/ no se ve un alma, está desierta to´a la avenida/ Cuando de pronto esa mujer sale del saguán/ y Pedro Navaja aprieta un puño dentro el gabán./ Mira pa´ un la´o, mira pa’ el otro y no ve a nadie,/ y a la carrera, pero sin ruido, cruza la calle./ Y mientras tanto en la otra acera va esa mujer/ refunfuñando pues no hizo pesos con qué comer.

Pedro Navaja es un clásico de nuestra música, patrimonio de ese «otro» que nos habita. Por eso recuerdo siempre aquella entrevista en la que Blades contaba que en cierta ocasión Carlos Fuentes le dijo que admiraba su capacidad de síntesis, porque en un tiempo estrecho de siete minutos él podía desarrollar una historia que al escritor mexicano le hubiera llevado sus buenos años y miles de cuartillas. Y agregaba el panameño: «Si tú analizas mi trabajo y lo comparas álbum por álbum, vas a ver la pintura de una realidad urbana, y eso es un trabajo en proceso, pero las partes que están más o menos completas las he ido cortando para armar. Ahí te das cuenta que “Juana Mayo” está conectada con Pedro Navaja, y que éste tiene algo que ver con Carmelo Da’ Silva y que Pablo Pueblo, de alguna forma, tiene que ver con Adán García, y que Cipriano Armenteros está conectado con este otro. Es como un trabajo para armar».

Finalmente, no es casual que Rubén Blades haya ganado hace unos años el premio Grammy con Mundo en la categoría de World Music y ya no sea sólo aquel maestro de la salsa de esquina -no olvidar que en 1987 graba Agua de Luna con letras de Gabriel García Márquez-. Y que hoy por hoy, tampoco es extraño que Willie Colón esté consolidado como el gran músico popular que más ha aprovechado los diferentes estilos, géneros y aires de las sinfonías de todas las esquinas de los barrios del mundo que en el fundamentalismo del sabor, saben que su cielo está entre la vereda y el corazón. Entonces, damas [si las hay] y caballeros [si quedan]: “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ¡ay, Dios! / Como en una novela de Kafka el borracho dobló por el callejón”. ¡Feliz cumpleaños, Pedrito, Ahí na má…!

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